Resulta difícil pensar en una película donde se hagan bromas con el gueto de Varsovia. Donde, por ejemplo, salga un rabino, o quizá también un payaso, bien maquillado y bien ridículo con, pongamos, una lanza, y transfigure su condición de poco talentoso payaso con la de asesino en serie, y en una secuencia de baile tipo MTV, asaetee nazis sin rostro a diestra y siniestra (sobre todo a siniestra). O una película sobre el fascismo en Yugoslavia, Italia o Francia, donde se repartan culpas entre la resistencia francesa y la Gestapo, porque se supone que unos y otros están genéticamente condenados a enfrentarse, que basta mirar la historia oficial, mientras la pobre Alemania (o Francia o Italia), representada por una matrona, o por una puta con mala conciencia (con o sin tetas gordas) sufre por la inconsciencia de sus hijos que no terminan de quererla como corresponde, aunque también queda abierto que su mala suerte puede tener que ver con su mala cabeza, o porque nos ha salido la madre un poco golfa, que ahí tampoco hay claridad.
Hay cosas que en otros pagos, con mayor conciencia cívica, no pasan, o sí pasan (pensemos en la Italia de Berlusconi), pero se monta un poco de cirio porque hay una porción de ciudadanos que lo son y no aguantan cualquier gilipollez, aunque venga de Berlusconi. Incluso Tarantino (Tarantino, ese que se hace unas risas porque a un matón se le escapa un tiro y le vuela a un negro los sesos y los desparrama por el salpicadero del coche), en Malditos bastardos (una referencia fallida y constante en esta sucesión de cortos mal hilados de Alex de la Iglesia) no reparte culpas entre los nazis y los aliados, respetando ese patrón que dice que los nazis fueron lo suficientemente bichos como para no hacer muchas bromas (¿O recordamos también To be or no To be de Lubitsch, como una manera de tocar el tema sin meter la pata?). Pero parece que el franquismo, ese que aun tiene a 120.000 demócratas enterrados en cunetas, es más fácil explicarlo con chanzas que con análisis. Pese a que aún esté pendiente la película sobre la guerra civil o sobre las razones de aquella guerra. La izquierda, con sus muertos en los caminos decidió representar en el cine la reconciliación (con muy escasas salvedades, como Canciones para después de una guerra o El largo verano del 36), repite el esquema de los dos bandos condenados a enfrentarse y prefiere la comedia a la tragedia para ofrecer una explicación (¿Recordamos también la patética La vaquilla, del maestro Berlanga, un incomprensible manchón en su carrera?).
Pero que la película sea fallida en el tratamiento metafórico de las dos Españas (algo que, quizá, ni siquiera estuviera planteado, y sean los sesudos analistas quienes quieren ver más allá detrás, dejándose el director querer con el asunto), digo, más allá de que hubiera aquí una fallida voluntad de continuar el aserto de Larra (“Aquí yace media España víctima de la otra media”), el sumatorio de escenas que es esta Balada triste de trompeta tiene, cuando menos, una decena -una decena larga- de fallos que no la acreditan siquiera como película. Sin exhaustividad, y habiendo ido al cine a pasar un buen rato –lo que no fue el caso- recuerdo los siguientes por si acaso sirviera para acrecentar ese conciencia cívica y esa manera de mirar el cine que nos puede hacer un poco más exigentes:
1. Los personajes no tienen consistencia. Cambian su carácter sin razón alguna, de manera que es imposible saber qué van a hacer en la siguiente escena. No es que sea cine fantástico o políticamente incorrecto o una exacerbación de caracteres hispanos (como en otras muy buenas películas de este director), sino que es un disparate de quien no respeta las reglas del cine (como un pintor que pintara sin pintura o un escritor que negase la sintaxis). Los personajes pueden –y así ocurre casi todo el rato- salir por peteneras. No hay nada que permita recomponer el relato ni seguir la trama (tal es la inverosimilitud), así que podría alguno de los payasos salir volando, hablar con Tutankamon, tomarse un vermú con Viriato o viajar a la luna. Y ser un ratito bueno y un ratito cabrón, como los personajes de Falcon Crest. Si tienes memoria de pez (que ni los peces la tienen), pues te olvidas cada cinco minutos de lo anterior y vas tirando. Pero, ¡ay si te da por pensar un poquito!
2. Y si los personajes no tienen consistencia, las situaciones tampoco. Resulta que al payaso triste le da una paliza el payaso gracioso con un martillo. Tal es la brutalidad, que lo llevan al hospital y le diagnostican hemorragia interna y varias costillas rotas. Uno, sensible ante los males del cuerpo, se descoloca cuando ve que el payaso en coma decide marcharse, arrancar los tubos y, con costillas rotas y todo, salta verjas, corre que te las pelas o cruza riachuelos camino de no se sabe bien donde. Cuando no hay coherencia, es muy difícil establecer un diálogo con el espectador, a no ser que éste, voluntaria o involuntariamente, se lobotomice.
3. La estructura está hecha de cortos sin hilo alguno entre ellos (herencia, supongo, de los orígenes, esto es, de la magnífica Mirandas asesinas que, por fortuna, no pretendió convertir en un largo). Vistos en solitario, algunos, pocos de esos sketchs, pueden tener su gracia (como llevar a un accidentado al veterinario montado en un elefante asesino –animal extraño a semejanza del rinoceronte de Fellini-. O que unos payasos escalen la cruz del Valle de los Caídos detrás de una señora jamona. O que un tipo viva desnudo en el bosque. O que un payaso pregunte a los ejecutores de Carrero Blanco de qué circo son. Pero sigue faltando el hilo y la coherencia. Pretender que eso tiene algún sentido en el contexto de la España de 1973 es, muy al contrario, una falta de consideración. Y no funciona siquiera como retruécano. Sólo se ve algo cuando lo pone el espectador. ¿Y qué van a poner los que no nacieron en esa época? Algo que no pasa en La siesta del fauno (los extranjeros interpretan mejor nuestra historia que nosotros mismos. Triste país que en 2011 aún sigue necesitando hispanistas) donde lo fantástico es una lectura paralela de lo real, y no una rayada anfetamínica. Seis cortos son seis cortos, no una película. Aunque pulpo, cuando eres presidente de lo que sea, sirve para interlocutor internauta, animal de compañía o cobrador del frac de la SGAE . Dudo bien mucho que a un primerizo le permitan estas desbarradas. Y tampoco se debieran permitir a quienes han hecho buen cine antes (como El día de la bestia o La comunidad). ¿Perdemos la perspectiva cuando nadie puede decirnos: te estás pasando?
4. Los anacronismos son constantes, al tiempo que se hace el truco fácil -usado por Loach en Tierra y libertad- de cruzar la película con documentales para dar sensación de verosimilitud. Llamar a los grises maderos, hablar de la Audiencia Nacional –como señala Pablo Iglesias-, que aun no había sido creada, usar armas que no son de la época, colocar a Franco en ese año de 1973 con la salud suficiente como para
ir de cacería. ¿Y el Rey? Porque ya teníamos rey por esas fechas. ¿No encajaba bien entre tanto payaso, incluido un Franco viejito sentimental? Mira que Rey vestido de Rey da mucho juego… Pero en una película de payasos de fin del franquismo, mire usted, no sale el rey. ¿No es suficientemente payaso? Mira que sale con muchos modelitos diferentes en esas fechas (de marinero, de tierra, de negro, de frac). Pero igual si sale el rey no vas a los Oscar. Vamos, que de documentación cero, cuando, al mismo tiempo, está pidiendo al espectador durante toda la película que comparta algunas claves históricas (no se inventa una historia, sino que recreas hechos históricos e insiste en ello) sobre las cuales el mismo director hará las aclaraciones pertinentes, para al final saltarse las claves cuando le sale de la academia. (haz una película de dibujos animados, pero no pidas complicidad para unas cosas y para otras te pasas los acuerdos por el arco de los Goya).
5. Es un insulto presentar al circo –esto es, a la cultura- como ajeno al conflicto entre el fascismo y la república en España. Uno de los payasos grita, después de un bombardeo franquista y cuando están a punto de entrar los fascistas en Madrid, que es un payaso y que no tiene nada que ver con la guerra. Mentira. O aparece un ridiculizado Líster, con maneras de fascista (y bien cicatriceado), reclutándoles a la fuerza y amenazándoles con pegarles un tiro, cuando la cultura se volcó con la República desde el primer momento sin necesidad de violencia. Presentar así a un personaje histórico de tanta relevancia durante la guerra civil es bien triste. ¿Necesitaba ponerle nombre y apellido? Vamos, que cuando quiere hacer algo, el director lo hace. Lo contrario sería engañarnos.
6. Es un insulto sacar a una mujer de las filas republicanas (en el reclutamiento del circo), cuando estuvieron, de mil maneras diferentes, combatiendo en el frente. Es consistente con el papel que se le entrega a la mujer en la película. En conclusión, se niega el papel de las miles de mujeres que murieron defendiendo Madrid en el frente, y todo por hacer un chiste malo sobre la mujer barbuda del circo a la que un miliciano ha confundido con un hombre. Gracia, ninguna.
7. Las obras del Valle de los Caídos se representan de manera ridícula. Y ni al Cela encubridor de La colmena se le hubiera ocurrido dejar libre a un miliciano que hubiera hecho bajas en el combate, como hace con el payaso Santiago Segura. O que un niño se pasee todo contento para arriba y para abajo. ¿O es que a los niños hijos de republicanos no les hicieron pagar el pecado de sus padres? ¿Recordamos también a las 13 rosas?
8. Las mujeres en la película son, como decía, todas ridículas: maltratadas a las
que les gusta que les peguen, traidoras, mujeres sometidas a sus maridos,
mandonas encabronadas, en definitiva, malos bichos… Bueno, es la visión de Alex de la Iglesia que, supongo, le gustará a su amigo Santiago Segura. Cómo no recordar Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto. Pero las comparaciones son odiosas.
9. El sexo en la película tiene un tratamiento americano. ¡Cuidado con que se vea un pezón! Pura gringolandia. Puedes poner al macho follándose a ¿la puta? contra un cristal con toda la violencia que resiste la ventana, o al trasluz de una lona, pero eso sí, que no se le vea un pezón que me la clasifican X y no voy a los Oscar. Un sexo con lascivia y violencia pero sin sexo. Casi creacionista. En cambio, malos tratos que no falten, patadas en el vientre incluidos. ¿Academia de cine? ¿de dónde decías? Lo más
coherente es Raphael, que como es yerno de Bono, algo de rollito catolicón le presta al asunto.
10. Presentar la guerra civil como un conflicto genético, es de lo más triste de la película. Pío Moa por lo menos tiene el coraje de decir que la culpa era de los rojos. Y encima, al final, cuando España muere, envuelta, como no, en el rojo de la bandera, no en el amarillo -aunque eso de que es España, insisto, lo tenemos que poner nosotros, que De la Iglesia no da muchas pistas y España no suele tener los ojos verdes-, las dos Españas enfrentadas, ante el cadáver de la patria, se reconcilian en el furgón de la policía (gran sitio para que se reconcilien las dos Españas). Vamos váyase usted un poquito de paseo, Sr. De la Iglesia.
11. Las metáforas son vulgares y si no lo pillas, la música te lo recuerda como si fueras un/una descerebrada (ahora te emocionas, ahora te asustas, ahora te excitas). Música para adolescentes que necesitan que les ayuden a entender las cosas. Las metaforas, digo, pateticas: como España está en ruinas, el circo – que se supone que está muy bien- actúa todo el rato en ciudades derruidas; los payasos, como las dos
Españas, son muy feos y se agreden a sí mismos (¿Así que la República,
la edad de plata de la cultura española, con Lorca, Buñuel, Alberti,
Altolaguirre, Juan Ramón, León Felipe, Ortega, Justa Zambrano, Victoria Kent,
Miguel Hernandez y mil más, se agredieron a sí mismos? Basura, Alex de la
Iglesia, basura. Por eso, la España del fin del franquismo la sitúa en los
puticlubs y no en las huelgas o las manifestaciones de estudiantes universitarios. Qué gran retrato…
12. La estética, la fotografía, la luz es de videoclip norteamericano. Para que lo cojamos fácil. ¿Y la España de los setenta? ¿Y lo rancio de la época? No hagamos preguntas estúpidas. Lo importante es el ritmo, los efectos especiales, el resultado catártico
con los tiros, la sangre y la bulla. Vamos, para niños, pero niños, eso sí, que
no sean muy listos.
En fin, que me he aburrido, y, lo que es peor, me he sentido estafado. Un país que no sabe elaborar su memoria, es un país que no sabrá elaborar su presente. Y la memoria, bien lo saben los nietos que están recuperándola junto a los restos de los abuelos de la democracia republicana, no hay que dejársela ni a fascistas, ni a mentirosos ni a payasos.