“Yo supe de Serrat una vez que oí una canción suya que me hechizó. Se llama ‘Balada de otoño’. Desde entonces, emprendimos una gran amistad que nos ha llevado a colaborar en diferentes ocasiones”, me cuenta Gino Paoli, sentado en un sofá del hotel de Cartagena donde quedé con él y con la intención de entrevistarlo para TVE.
Paoli, que escribió Senza fine o Sapore di sale y que ya por eso pudo pasar por mérito propio a la historia de la música, es autor también de temas tan hermosos y redondos como Il cielo in una stanza o Questa lunga storia d’amore. Ha cumplido 80 años y exhibe una agilidad impropia de la edad que reza en su documento de identidad. Entiende muy bien el español, e incluso se suelta a hablar nuestro idioma en alguna parte de la entrevista. Tiene mono de tabaco y se encenderá un cigarrillo incluso antes de que bajemos a la calle.
Yo descubrí a Gino Paoli hace muchos años y esta semana tuve ocasión de conocerlo y hablar con él gracias a La Mar de Músicas. Su vida es tan apasionante como sus canciones. Pocos autores pueden expresar vivencias tan en primera persona. Amó a quemarropa y de la misma forma le correspondieron las mujeres. Y ayudó a los que empezaban, siendo ya él una figura sobre los escenarios. El llorado Lucio Dalla podría dar testimonio de lo que escribo.
Me confiesa que hay muchas cosas de este mundo en el que vivimos que no le gustan. Que, a diario, se sigue haciendo muchas preguntas. Y que sigue componiendo.
Hubo un momento durante nuestra charla en el que Paoli se quitó las gafas y dejó ver sus briosos ojos, tan azules como las aguas del Bisagno que divide en dos la Génova de su niñez. Y fue entonces cuando, por un instante fugaz, me recordó a mi padre.