Un día, cuando la hucha estuvo llena, mi madre me acompañó a una gran oficina que la CAPA había abierto en la C/ Constitución, justo donde ahora está la perfumería Druni. Allí, con un artilugio especial, un empleado abrió mi hucha, contó el dinero y se lo guardó. Por mucho que mi madre me explicó que el dinero estaba en una libreta de ahorro, se me quedó la sensación de que la Caja se había quedado con mi dinero.
Años después, aquella gran oficina se transformó en una sala dedicada a exposiciones y eventos culturales. Para entonces ya tenía edad para entender la diferencia entre los Bancos y las Cajas: los primeros buscan el beneficio a toda costa, mientras que las segundas destinaban parte de sus ganancias a la llamada "obra social" (una especie de reparto de dividendos popular).
Un buen día (¿años 70?), aquel gigantesco local dejó de albergar actividades culturales y la presencia de la obra social de la CAPA (posiblemente ya integrada en la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia) quedó reducida a un pequeño local en la C/ Manuel Soler (justo donde ahora están los cajeros automáticos de la CAM).
Es lo mismo que he sentido estos días, asistiendo al declive definitivo de la CAM y su intervención por parte del Banco de España, cuando Ignacio Escolar se preguntaba "¿Qué pasa en Valencia?", cuando El Periódico hablaba "De Camps a la CAM", cuando Levante nos contaba lo de las "Las doradas prejubilaciones de los directivos de la CAM", y otros las escandalosas subidas de sueldo y los préstamos para los Consejeros.
Pero mi pesar aumenta cuando pienso en la gran cantidad de personas que conozco que son empleados de la CAM, gente honesta y trabajadora en su mayor parte, que no se merecen pasar la vergüenza que están pasando.