Balada triste del Rio Tajo

Por Pablet
Todos estudiamos en el colegio que el Tajo es el río más largo que atraviesa la Península de este a oeste, pasando por las comunidades de Aragón, Madrid, Castilla-.La Mancha y Extremadura. Que nace en la Sierra de Albarracín (Teruel) y desemboca en el océano Atlántico en la zona de Lisboa. Y todos, cuando éramos pequeños, nos tuvimos que aprender la retahíla de sus afluentes.
Esto está muy bien recordarlo. Pero, sin embargo, hay algo más doloroso de recordar: que hubo un tiempo, no muy lejano, en el que las aguas del río eran limpias, aptas para el consumo humano y para el baño (algo especialmente duro ahora que comienzas las calores; como dice el romance: «por mayo era, por mayo, cuando hace la calor»). La cruda realidad es que desde hace décadas está supersucio a su paso por Toledo, contaminado y con un incesante sangrado de agua debido al trasvase Tajo-Segura, que comenzó a desviar parte de su caudal a la zona suroriental de España allá por el año 1979.
Típica imagen de los bañistas en la playa de Safont, realizada por Luis Arribas, en los años 60. «En ella podemos ver a un muchacho que está dando una patada a su hermana y que, según hemos podido saber, es el poeta , y colaborador de este suplemento, Amador Palacios, cuya travesura quedó inmortalizada en esta estampa»
El transcurrir del Tajo está íntimamente vinculado a la ciudad de Toledo, a la que abraza trazando un meandro. Toledo es Toledo gracias al río Tajo: no sólo ha sido determinante en su configuración como ciudad ubicada en unas colinas, sino también en los avatares que han sucedido a lo largo de la historia. Han sido muchos los esfuerzos intentando acercar el agua del río (el gran dilema era cómo coger el agua y subirla unos 100 metros hasta los hogares) para saciar la sed de los toledanos: desde el célebre Artificio de Juanelo hasta el sistema de turbinas de López Vargas. Pero fue en 1948 cuando se solucionó el problema al traer el agua de otro sitio: del embalse del río Torcón a Toledo a través de un sistema de conducción de 62 kilómetros de longitud. El ingeniero Ángel Ortiz Dou fue el autor del proyecto. Aunque el agua del Tajo estaba al lado, sin embargo la opción de traer el agua desde un alejado embalse presentaba dos ventajas importantes: que descendía con facilidad hasta Toledo y que el agua era de buena calidad. Este hecho aparecía reflejado en la célebre placa que estaba en uno de los laterales del Ayuntamiento, pero fue ocultada con motivo de la aplicación de la denominada Ley de Memoria Histórica. Este sistema se completó, posteriormente, con el embalse del Guajaraz para de esta manera poder garantizar un suministro mayor.
Hasta entonces era fundamental la recogida del agua (se mezclaba el agua de la lluvia y la del Tajo) en cisternas o aljibes. Con la traída de aguas del Torcón se acabaron las colas en las pocas fuentes de la ciudad y también murió la profesión de los azacanes, es decir, la de los aguadores que transportaban el agua en cántaros que llevaban a lomos de los burros para subirla hasta las casas del Casco. Hasta aquel momento perduró una profesión cuya presencia podemos rastrear en el Lazarillo y en La Ilustre fregona. Aún nos queda una huella de este oficio en una calle del toledano barrio de Antequeruela: la calle de Azacanes.
La realidad es que la mayor parte del tiempo de vida del río sus aguas han sido limpias. Como es sabido, Lope de Vega y Garcilaso vieron salir de su corriente incluso ninfas, recalcando así su entorno bucólico o pastoril. Pero podemos acercarnos mucho más a la época actual: hacia 1960 el río se mantenía más o menos limpio a su paso por Toledo y había muchos bañistas en sus orillas. Hubo incluso una pequeña playa en Safont en la que existían unos tenderetes donde se vendían tajadas de barbo frito. Sí, era un río un poco traicionero que se cobraba de vez en cuando algunas vidas (según Luis Moreno Nieto unas 3 ó 4 víctimas cada año debido a los remolinos, los baches y los peñascos), pero la gente disfrutaba de sus aguas dándose algún bañito durante el tórrido verano toledano (por ejemplo en la zona cercana a Tabordo denominada río Chico, donde el río se bifurca dejando en el centro una pequeña isla). Hay una foto clásica cuyo autor es Luis Arribas, de los años 60, que refleja una tranquila escena de los bañistas en la playa de Safont. En ella, por cierto, se ve a un muchacho que está dando una patada a su hermana y que, según hemos podido saber, es el poeta, y colaborador de este suplemento, Amador Palacios, cuya travesura quedó inmortalizada en esa estampa. No resulta difícil encontrar réplicas de esta evocadora escena por la ciudad, pues cuesta creer que el río Tajo haya estado alguna vez así. Da la sensación de que los toledanos seguimos anhelando la recuperación de un río que todos sentimos un poco nuestro. La aparición una y otra vez y en diferentes lugares de la famosa foto constituye, a nuestro juicio, un plebiscito silencioso en toda regla.
Y ahora ¿qué es lo que tenemos? Pues un río sucio, en el que no se pude ver ni siquiera el reflejo del Alcázar. La única atracción que nos queda es ir a echar pan a los patos y a las carpas en la zona del embarcadero (lamentando el cruel entorno de estos animalitos). Todo por culpa de la contaminación, la misma que llevó al castor Moi a remontar el río (llamado Gran Hermano) para tratar de descubrir al culpable de la enfermedad del río, según el célebre relato El río de los castores con el que el toledano Fernando Martínez Gil consiguió el Premio Nacional de literatura infantil en 1979. Y el culpable no es otro que el hombre. Una contaminación que comienza antes del trasvase y que tiene lugar sobre todo a finales de los 60
Ya el grupo de rock May, capitaneado por Fernando Buey, denunciaba en 1980 en una de sus canciones emblemáticas (titulada «El trasvase»), la contaminación del río y el trasvase. Especialmente la suciedad parecía localizarse en el tramo que va desde Aranjuez hasta Talavera. ¿Cuáles son las causas? En primer lugar, el trasvase Tajo-Segura, que fue ideado a finales de la década de los 60 sobre la base de unos cálculos según los cuales existían excedentes que permitían trasvasar desde 600 hm3 de agua al año. Por otro lado, la excesiva contaminación de las aguas tiene su origen a principios de los 80, cuando, sin haberse alcanzado un grado aceptable de depuración en los vertidos procedentes del área periurbana de Madrid, comenzaron las detracciones de caudales del Tajo aguas arriba y su envío por el trasvase. 
Por este motivo disminuyó drásticamente la cantidad de agua que circulaba por el Tajo a su paso por Aranjuez, a la vez que la polución de las aguas enviadas por el Jarama en su entronque con el Tajo se intensificó debido al nivel de vertidos procedentes de Madrid. Con estos ingredientes, resultaba cuasi imposible que la calidad de las aguas y el ecosistema fluvial y ribereño no se viesen afectados. Así fue y este es el motivo por el cual el río se ha convertido en una cloaca en su tramo medio, lo que no es difícil de comprobar en ciudades como Toledo o Talavera. Actualmente, el trasvase detrae el 70% de las aportaciones naturales de cabecera del río a la vez que éste recibe las aguas residuales de 6 millones de habitantes del área periurbana de Madrid.
Nos parece que los esfuerzos por adecentar las riberas, promoviendo jardines y sendas que faciliten los paseos cerca del río, no cogen el toro por los cuernos, que no es otro que tratar de recuperar un río para el bien de Toledo y de los toledanos. No es agradable pasear cerca de un río con la nariz tapada y comprobando cómo se ahoga en una contaminación para la que no parece haber remedio.
¿El Tajo tiene remedio?
¿El Tajo tiene remedio? Pues claro que sí. A los políticos a veces les interesa presentar algunos problemas como si fueran irresolubles, como si no tuvieran solución, que es una manera de justificar su pasividad. Un Tajo limpio y apto para el baño es posible, pero se necesita una fuerte inversión y sobre todo voluntad política para hacerlo. El político que alguna vez logre afrontar este objetivo desde luego que habrá hecho un bien enorme a todos. Se necesita dinero, sí. 
El dinero que se gasta en inútiles libros de lujo, en ayudas que no van a ningún sitio, en arreglos de aceras que no tienen sentido, en un montón de etcéteras. Dinero hay, lo que sucede es que hay que establecer prioridades y saber gastarlo. ¿Hay algo que refleje mejor el interés general, de todos los toledanos, que tratar de recuperar el río? Nos parece que es difícil encontrarlo. Quizá es hora de que la sociedad civil se conciencie y luche por algo que nos interesa a todos. Por nosotros y por las generaciones futuras, que podrán encontrarse con un Toledo reconciliado con su río, para que el abrazo de su meandro sea algún día de verdad.
Autores: RAFAEL GONZÁLEZ CASERO Y SANTIAGO SASTREDía 25/07/2011 - 21.55hFuente: http://www.abc.es/20110725/local-toledo/abci-balada-triste-tajo-201107252055.html