Balance: Una Seminci’59 empequeñecida en el compromiso

Publicado el 02 noviembre 2014 por La Mirada De Ulises

La Seminci’59 se despidió con algunas risas y de manera un tanto ligera, cosa nada habitual en un festival con el sello de cine de autor que nació con el marchamo de cine religioso y preocupado por los problemas existenciales. Y desde el momento en que se bajó el telón, la Semana comenzó ya a mirar a su 60 cumpleaños con la determinación de no perder su singularidad y su compromiso con la sociedad. En esta edición, la Sección Oficial quiso mantener el tradicional equilibrio entre cineastas consagrados -ahí estaban Zhang Yimou, Volkler Schlöndorff o los hermanos Dardenne, por ejemplo- y otros directores noveles a los que descubrir y servir de trampolín para darse a conocer al mundo. Una vocación rastreadora que es normal en cualquier festival que se precie, y un reto para los encargados de programación que tienen que asumir riesgos sin perder de vista al público.

En ese sentido, hay que reconocer que Javier Angulo -director de la Seminci- y su equipo han apostado por un grupo de directores poco conocidos, pero más dudoso es que el resultado haya sido el deseado en una edición donde ninguna cinta ha terminado por entusiasmar y convencer, donde la calidad la aportaron los de siempre y eso sin sorprender en sus propuestas, donde más de una película parecía fruto del compromiso o hacía pequeño al festival porque, siendo correcta, no alcanzaba el nivel suficiente para perdurar en el tiempo. Y es que nos hemos ido, después de ocho días de alternar proyecciones y ruedas de prensa con clases abiertas y encuentros, con la sensación de que ninguno trabajo quedará en la memoria, de que el público quiere comedias y no dramas… y cuando la Seminci se las da, entonces salen premiadas.

La edición comenzaba con una película con empaque y éxito seguro, la que dirigían los hermanos Dardenne y que tenía a Marion Cotillard como protagonista. “Dos días, una noche” nos ofrecía un tema interesante -la ética y solidaridad laboral en tiempos de crisis-, con una narrativa precisa y una factura sencilla que trataba de no distraer al espectador de una idea básica: ¿sería yo capaz de privarme de una prima para mantener a un compañero en su puesto de trabajo? Convenció a los asistentes por su naturalidad y profundidad para adoptar distintos puntos de vista, y sorprendió que se fuera de vacío en el palmarés: señal de que el jurado entendió que los Dardenne no necesitaban el empujón del premio. La clausura quería ser la guinda dulce al pastel y por eso se eligió -fuera de concurso- a Jean Becker y su “Bon rétablissement (Unos días para recordar)”, una comedia amable pero con poca gracia, convencional y sin fuerza, donde ni siquiera Gérard Lanvin o Jean-Pierre Darroussin conseguían arrancar risas auténticas.

Entre medias, dieciocho películas más en busca de una Espiga que terminó llevándose “Mita Tova (La fiesta de despedida)”, otra comedia en torno a un grupo de ancianos que comienzan facilitando el suicidio asistido a un enfermo terminal de la residencia, para pronto correrse la voz y recibir nuevas solicitudes de quienes quieren dejar de vivir. Ligera y surrealista en su humor negro, combativa e ideológica en su propuesta a favor de la eutanasia, la amabilidad y simpatía de los personajes hace que el dolor se digiera con azúcar y alguna risa, y no importa lo previsible de su desenlace porque la desdramatización de la historia habrá hecho que se vea sin esfuerzo… y también que no deje huella, porque a la cinta le falta honestidad y le sobra frivolidad para tratar un tema serio que requiere planteamientos éticos y responsables más profundos.

Si el oro se lo llevó la cinta de los israelíes Tal Gramit y Sharon Maymon, la plata fue para el alemán Dietrich Brüggemann con “Kreuzweg (Camino de la Cruz)”, con una familia ultra-católica que en su rigorismo lleva a la hija mayor María, una joven de alma buena y pura, por un auténtico calvario. Si la perspectiva adolescente y la inocencia de la joven está recogida con sensibilidad y acierto, si la educación de una madre autoritaria e hiper-protectora genera rabia y dolor en el espectador, ese tratamiento matizado y hondo pierde su equilibrio cuando mira a la religión. Lo que el director nos presenta es una caricatura del catolicismo, llevado a un extremo que lo deshumaniza y que hace que pierda su sentido común… hasta caer en lo ridículo y en lo patético. Ciertamente, se trata de una deformación de la religión, pero su carácter sesgado y poco ecuánime hacen que pierda el temple que había manifestado en las otras vertientes. Por lo demás, han sido catorce secuencias recogidas con otros tantos planos fijos y bien elaborados, no exentas de espíritu poético y contemplativo… para una triste realidad.

Otro alemán, Volkler Schlöndorff,  se llevó el premio al mejor director… pero ¡menudo descubrimiento! En su “Diplomacia” no hace su mejor trabajo, y su carácter teatral y su excesiva dependencia del texto lastran una cinta simplemente correcta, donde un diplomático sueco logra convencer al general nazi de turno -Niels Arestrup fue distinguido como mejor actor: otro descubrimiento- para que no siga las órdenes de Hitler de destruir París en 1944. No era la única adaptación teatral porque Liv Ullmann quiso hacer en “Miss Julie” su versión de la obra de Strindberg, y trenzar junto a Jessica Chastain, Colin Farrell y Shamanta Morton, un triángulo donde el amor pasional y la diferencia de clases causan estragos, y donde la directora sueca demuestra su experiencia en la interpretación y su exquisitez artística… pero también sus limitaciones para dejar sello autoral en la película.

En la Sección Oficial estaba también el último trabajo de Zhang Yimou, “Regreso a casa”, una nueva visita a la Revolución Cultural de su país de la mano de Gong Li: es la intimista y delicada historia de amor de un hombre que vuelve a casa… para descubrir que su mujer sufre amnesia y no recuerda nada del pasado juntos. Lirismo y emociones contenidas para una historia que nos ha contado ya en otras ocasiones, pero que se vuelve a disfrutar y que vuelve a emocionar, porque oficio y sensibilidad no le faltan a Yimou. Algo semejante puede decirse de Pernille Fischer Christensen y su “Alguien a quien amar” -aunque su trayectoria sea más corta-, pues el espectador vive con toda su intensidad el drama interior de un cantautor -un gran Mikael Persbrandt, como siempre- que regresa a Dinamarca para grabar un disco y que se ve obligado a salir de su soledad y escepticismo al tener que cuidar a una nieta… que le da una segunda oportunidad. El cine danés es especialista en darnos historias emocionales de alto voltaje, con miradas profundas a la conciencia y con silencios que hablan del vacío existencial. Todo eso está presente en la cinta de Pernille, y el espectador encuentra momentos para la emoción y también para la reflexión. Por último, entre las premiadas estaba la divertida y televisiva “Nuestro último verano en Escocia”, de los británicos Guy Jenkin y Andy Hamilton, que ganaron el favor del público con una comedia familiar donde los niños volvían a prestar su mirada para contemplar el matrimonio y la misma muerte.

Al lado de los trabajos ya comentados, la Seminci’59 nos dejaba unas cuantas pequeñas películas, en algunos casos con historias mínimas y relativa originalidad, pero nunca con la suficiente calidad como para pasar a la historia, como hemos dicho. Vimos el duelo a muerte entre un hombre rico y otro pobre, en su empeño y terquedad, por ocupar una plaza de aparcamiento (“Parking”, del húngaro Bence Miklauzic), la historia de una familia turca que quiere celebrar la circuncisión del hijo pequeño pero no tiene dinero (“El corderito”, de Kutlug Ataman, premiada por su guión y fotografía… excesivo premio), el esfuerzo por escapar al mundo de la droga y preservar a la familia de sus consecuencias (“Grietas en el hormigón”, del turco-alemán Umut Dag), el pulso entre un director de orquesta y un joven batería de jazz que viven obsesionados por alcanzar el éxito y la perfección a cualquier precio (“Whiplash”, ganadora en Sundance, de un Damien Chazelle que aquí se llevó el premio Pilar Miró como mejor director novel), o la meritoria película sobre una niña sordomuda y ciega a la que una monja enseña a relacionarse con el entorno (“Marie Heurtin”, de Jean-Pierre Améris, premiada en Locarno). Han sido películas que querían decirnos algo, aunque en unos casos su minimalismo o su narrativa irregular convertían su visión en cansina y pesada, y en otros resultaban demasiado oscuras en su mensaje.

De menor calidad y cuestionable presencia en la Seminci fueron títulos como “La tirisia” del mexicano Jorge Pérez Solano, “Lucifer” de Gus van den Berghe, “Little feet (Pies pequeños)” de Alexandre Rockwell, “El hombre más enfadado de Brooklyn” (injustificable e indefendible, aún tratándose del último trabajo de Robin Williams) dirigida por Phil Alden Robinson, y las dos españolas presentes: “Rastros de Sándalo” -fuera de concurso- de María Ripoll, y “El arca de Noé” de Adán Aliaga y David Valero.

Fuera de la Sección Oficial, la Seminci tenía otras dos secciones competitivas. En Punto de Encuentro -destinada a primeros y segundos trabajos- triunfó la húngara “El más allá” de Virág Zomborácz, y en Tiempo de Historia -documentales de contenido social y humano- fue “Sacromonte, los sabios de la tribu” de Chus Gutiérrez quien se llevó el primer premio. Por otro lado, un ciclo dedicado a “La edad de oro del cine turco” incluía dieciocho películas de los últimos veinte años, y una retrospectiva completa del director coreano Bong Joon Ho eran ciclos acompañados con sus encuentros y publicaciones respectivas. De nuevo, la presencia del cortometraje fue incuestionable, además de contar con los trabajos de la última promoción de alumnos de la ECAM y de la ESCAC. Y, como en años pasados, los extranjeros pudieron ver lo mejor del cine español reciente (Spanish Cinema), y los niños y jóvenes asistir a varias sesiones específicas para ellos en Miniminci y Seminci Joven respectivamente… en un empeño educativo que además asegura el público del mañana.

Si había abundantes películas en las secciones y ciclos habituales, este año la Seminci tuvo algunas novedades. Por un lado, abrió sus puertas a una pequeña muestra del cine del italiano Ermanno Olmi y a la producción de su escuela Ipotesi Cinema, y trajo varias películas inéditas sobre la Primera Guerra Mundial cedidas por varias filmotecas. Por otro, se creaba DOC.España para potenciar el documental nacional, y Cine&Vino con tres películas que vinculaban ambos placeres y promocionaban el vino de la Comunidad. Al final, uno podía tener la impresión de que la Semana se había convertido en una amalgama de cine que obedecía a múltiples compromisos e intereses, más allá de lo estrictamente cinematográfico.

Por otro lado, las Espigas de Honor fueron para Bong Joon Ho, Imanol Arias y Verónica Forqué, además de otra entregada al periódico local El Norte de Castilla por su apoyo al festival y por cumplir 160 años. Pero la verdadera guinda al pastel llegó con Pablo Berger, que ofreció una clase abierta -Bong Joon Ho e Imanol Arias impartieron las suyas- transmitiendo interesantes experiencias personales y su propia visión del cine, para después ver su “Blancanieves” con la orquesta de Castilla y León tocando en directo la banda sonora de Alfonso de Vilallonga: una ocasión única e irrepetible, muy enriquecedora.

Pasando a las cifras, hay que decir que la presente Seminci ha tenido un presupuesto de 2.282.000 euros -igual que el año anterior-, con un incremento sustancioso de los 65.000 espectadores que habían acudido a las salas en otras ocasiones, y con un total de 127 largometrajes y 104 cortos proyectados. Con todo, estos días nos han confirmado que el público de la Seminci -como cualquiera, por otra parte- quiere reír y no sufrir en la sala, pero que también que desea que le lleguen mensajes de compromiso social y humano.

Si tuviéramos que destacar una nota común a buena parte de las películas vistas, sería la de la defensa a ultranza de la libertad individual entendida como la negativa a someterse a atadura y restricción alguna: hemos comprobado cómo se rechazaban los compromisos que trajese el propio sistema y las normas morales que viniesen impuestas desde fuera, cómo se ofrecía una resistencia a aceptar las limitaciones de la condición humana ya viniesen por la vía del dolor o de la muerte, cómo se reaccionaba contra cualquiera que pretendiera decirle a uno lo que tenía que pensar o lo que tenía que hacer. Una actitud tan idealista como ideológica en su liberalismo narcisista, con la que se retrata el hombre del siglo XXI y con la que se viene a demostrar que el cine es una ventana al mundo y un buen termómetro para saber cómo respira nuestra sociedad. Por eso, por la cuestionable envergadura de algunas de sus propuestas que parecen más fruto del compromiso, y por una temática que requería mayor profundidad y no quedarse en la mera reivindicación, pensamos que la Seminci’59 se ha quedado un poco empequeñecida y necesitada de más calado antropológico.

En las imágenes: Fotogramas de películas participantes en la Seminci’59 © 2014. Seminci. Todos los derechos reservados.

311

Publicado el 2 noviembre, 2014 | Categoría: Año 2014, Opinión, Seminci

Etiquetas: Seminci