Rajoy saltó, exultante de alegría, ante el baño de votos que le auguran las encuestas; vota antes de que los ciudadanos podamos hacerlo. Y lo hace en el mismo coso en el que avaló la vida y obras de Camps. La feligresía congregada sonríe, aplaude el gesto de su líder, tan acostumbrado a administrar con prudencia sus emociones. Fuera de la plaza, media España vitorea la hazaña, la otra media, arrostra el temporal como puede o farfulla con desencanto. La derecha centrista (y la que no) se sabe ganadora antes de que el toro salga a la arena. La izquierda progresista, apostada en su papel de trágico personaje a merced de las circunstancias, se repliega en su catecismo bermellón. Podemos asegurar la igualdad, ampliar los derechos de aquellos a quienes hasta ahora se les había negado; podemos prometer refugio a las capas más desfavorecidas, defender sable en mano la justicia social. Pero nada de esto es suficiente cuando la realidad desahucia nuestra faltriquera. El soberano decide probar suerte, arrimarse a lo malo por conocer o simplemente ceder al desaliento y tomarse libre el domingo 20-N. Castiga la traición, la expectativa incumplida, el autismo, la lejanía institucional.Va a costar ganarse la confianza del pueblo. Mahoma tendrá que subir la montaña, acercarse al ciudadano allí donde resiste al desconsuelo. Hasta ahora el PSOE creyó que bastaba dar la cara en verbenas, romerías y fiestas de guardar. Desde el 21-N deberemos estar presentes en barrios, asociaciones, foros de debate, empresas, colegios, universidades. Es hora de llevar a cada candidato, con nombre y apellidos, allí donde transita la vida de la ciudadanía; es hora de recoger directamente las demandas de cada mujer, de cada hombre, y llevarlas a cada parlamento, desde el barrio más recóndito, desde la localidad más pequeña, hasta el Congreso. La nueva política debe ser la vieja política, el encuentro real entre nuestros representantes y la ciudadanía. Nadie debe sentirse solo, a merced de la crueldad de un mercado omnipotente que degüella al azar ilusiones y haciendas. Tenemos el deber de devolver la esperanza. El PP no representa una alternativa que se haya ganado con sudor su derecho a representar la alternancia. Ganará porque cuando no hay motivos para esperar nada de la política, cualquier mínimo cambio alienta la esperanza de una mejora, aunque sea tan solo un placebo autocomplaciente. Rajoy representa un comodín de urgencia. El juego pos-20-N está sobre campo progresista. El pueblo castiga, pero no olvida lo esencial; sabe bien que las políticas de izquierda velan con mayor celo de las necesidades perentorias, que miman con mayor sensibilidad los derechos de las minorías, que llegarán allí donde la derecha no cree que deba comprometerse. Pero debemos hacer posible un sereno, serio y expeditivo acto de renovación, de caras y de modelos de relación con la ciudadanía. La generación de políticos que edificaron la transición democrática deben dar paso a nueva sabia, que sea sensible a las necesidades que demanda este siglo recién estrenado y que dote de una renovada significatividad la acción política.Rajoy vota por una batalla ganada, no por la paz perpetua.Ramón Besonías Román