La belleza de las yubartas en las costas de Ecuador. Foto: @Solano
Hace mucho tiempo tenía la idea de ir a las playas de Ecuador. Desde que había sido profesor en Quito y en Loja hace cerca de diez años, siempre había recibido buenas referencias de las playas, que no me las podía perder, me decían. Mi idea siempre ha sido desde entonces tomar el carro y devorar carretera como siempre me ha gustado. Soy un animal de carretera y si por mí fuera, estaría en eso con mucha frecuencia.
El problema siempre ha sido falta de tiempo. Un viaje a Ecuador requiere de largo aliento porque supone varias etapas. Llegar a Ecuador desde Bogotá supone un largo tránsito por Colombia, incluyendo las congestionadas carreteras que atraviesan las cordilleras en el centro y las difíciles y penosas carreteras del sur. Por esta razón decidí no postergar más, por lo menos el destino.
Cuando decidimos ir a Ecuador nos fuimos en familia vía aérea. Optamos, así, por buscar un lugar más al sur de lo que en otro viaje habríamos llegado en carro, tal vez más al norte. El lugar escogido fue en la provincia de Santa Elena en donde está instalado el Decameron Punta Centinela, un hotel con ADN colombiano en cuya cadena hemos tenido buenas experiencias en el pasado.
El hotel está ubicado sobre la costa, a dos horas aproximadamente del Aeropuerto Internacional José Joaquín de Olmedo (en Guayaquil). El clima puede ser frustrante para el que asocia playa a sol durante 12 horas. Allí, el cielo es plomizo gran parte del año y casi todo el día. Las aguas son calmas, pero ligeramente más frescas que en el Caribe por lo que muy pocos se meten a ellas.
Una foto panorámica del hotel Decameron Punta Centinela.
En un viaje de fin de semana, con poco tiempo, mi idea no pasaba de poder descansar, pero de pronto surgió la posibilidad del plan de avistamiento de ballenas. Tuve el privilegio inmenso de verlas hace 10 años cuando era periodista de la desaparecida Revista Cambio. En esa oportunidad fui invitado por la Dirección Nacional de Turismo a Nuquí (Chocó) que era proyectado en ese momento por el gobierno como uno de los llamados ‘Destinos mágicos de Colombia’. Esa vez conocí a una inocente Nuquí a la que jamás un carro la había transitado con juicio (aunque había un viejo camión que se lo comía la humedad salina y la vegetación espesa, cerca del Hospital).
Esa vez, una de las mañanas, nos fuimos a encontrarnos con las yubartas, bordeando los fiordos verdes del Chocó. Las ballenas, tímidas, apenas si se dejaron ver; las experimentadas madres salían a flote para lo absolutamente necesario, mientras que los impertinentes ballenatos desafiaban la superficie y recibían la atención de los lentes. A una hora en lancha queda la espectacular Ensenada de Utría, un remanso de agua que parece una calma laguna. Las ballenas le apuestan a este sitio por su tranquilidad y la escogen como sala de partos ya que el vástago puede ser expedido hasta 30 metros durante el alumbramiento y allí les queda más fácil su crianza durante aproximadamente cuatro meses hasta que se devuelven al sur de Chile.
Hace un par de semanas tuve la oportunidad de repetir la experiencia, ahora partiendo desde las playas de este Decameron en Ecuador y en un plan que casi que pasaba inadvertido dentro de la oferta turística que incluye planes de mar y urbanos. En un bote muy seguro y con todas las medidas de seguridad, a solo 15 ó 20 minutos de partir hacia altamar, y con la silueta costanera aún visible en el horizonte, llegamos al lugar donde sus jorobas se asomaban en esa danza respiratoria. Como hace diez años, la primera expresión de emoción es un hermoso equívoco: “Ahí está la ballena, es enorme”, a lo que alguien de la tripulación responde con igual suficiencia: “No, ese es el bebé; la mamá sí es grande”…
En un programa de mas o menos hora y media, la emoción es contenida casi en silencio como para no asustar a estas criaturas o para tratar de sentir su aliento entre las olas que son las únicas que hablan en ese momento.
Al principio, los jóvenes ballenatos se encuentran más felices ¿imprudentes? y saltan más.
Al terminar la expedición y regresar a tierra, esos 15 minutos son salpicados por los comentarios, por la visualización de las fotos, o simplemente por la imperturbable y terca sonrisa dibujada en la cara. Nos devolvemos con algo único, con esa sensación de que aunque muchos hayan podido ver ballenas, ellas y solo nosotros, tuvimos una cita única, íntima.
Si usted quiere ver ballenas, recuerde que no puede en cualquier época del año. Entre julio y octubre (a veces hasta la primera o segunda semana de noviembre) es la época más segura. Puede elegir lugares base para salir como Buenaventura, Nuquí, Tumaco, Bahía Solano y otros, pero si tiene el chance de ir a Ecuador, esta es una muy buena opción y muy económica. Anímese a ir un fin de semana, en algún plan o a través de algún programa de fidelidad tipo Multivacaciones Decameron (a dos amigos les fue muy bien en otros de la cadena como Perú y Panamá) o cualquier otro. De verdad me sorprendió que siendo un tour operado por una cadena de hotel costara apenas un poco menos de 30 dólares. Si el show se diera en Cancún, el chiste no bajaría de los 120 dólares por persona.
Si llegó hasta esta línea ojalá se anime algún día al avistamiento responsable de ballenas. Es un espectáculo de la naturaleza que uno no debería perderse, así como ver los delfines rosados en el Amazonas, los flamingos en La Guajira o las garzas en el Llano.