Requiem aeternam, italianizado en su pronunciación, completo en un arranque sincero que entrega todo antes de lograr combinaciones siempre inspiradas, emocionadas, bien comunicadas por Gaspar Muñiz batuta en mano.
El arranque de cello para el Psalm 130: Out of the deep supuso también arrancar un girón del alma, sumándose coro, órgano, oboe, círculo que se cerraría antes del Pie Jesu, instrumental con un órgano omnipresente, claro, lleno, apoyando las voces blancas, serpenteando la melodía o rematando un tutti siempre íntimo.
El abismo, lo tétrico del Agnus Dei perfectamente delineado en cada intervención instrumental y vocal, piedad cantada contrapuesta con arpa, madera, el bajón orgánico que nos dará La Paz.
Nueva esperanza en el Psalm 23: The Lord is my shepherd, guiados por arpa, órgano, oboe pastoralmente celestial, voces blancas, música instrumental, partes "a capella", música completa, tributo a Fauré, "nada me falta"...
La esperanza, Lux aeterna con timbales y órgano, "escolinos" con arpa y órgano, siempre Gabriel presente, delicia auditiva con esa vuelta al principio del "descanso eterno" casi deseado, susurrado, acunado y mecido entre algodones vocales.
Anotaciones como guión para intentar describir lo inenarrable, lo inefable: emociones, lágrimas y acto de contrición, penitencia y salvación con esta Escolanía de San Salvador realmente bendecida, voces del cielo acompañadas por unos músicos entregados al hecho religioso desde el propio entorno y un Gaspar Muñiz cuyo sacrificado dolor nos devolvió el placer terrenal. Nada mejor que repetir el Sanctus para liberar tanta tensión.
El trabajo hecho con el corazón parece menos sacrificado, pero la "Escolanía de Don Alfredo" afrontó su mayor reto en estos 40 años de historia, al menos el programa más ambicioso, y el premio merecido además de compartido con todos los asistentes. No podemos pedir más.
GRACIAS desde lo más profundo de mi alma musical.