Alexey Zaycev Прощание с морем
María Bethania suena de fondo con uno de sus acordes lacrimógenos. Estoy en un lugar placentero, en un momento en que no me da placer estar aquí. Irónico?
Un lugar deja de ser placentero porque a uno no le place estar ahí un sábado por la tarde?
En el mismo instante en que dejo que la irritabilidad domine mi cuerpo y mi mente, aparecen espejos míos entrando por la puerta.
Dejo de ser miss simpatía para convertirme en alguien más intolerante, impulsivo, cara llena de muecas, gestos de disgusto.
Fueron varios instantes.
Me reto, me aíslo, no dejo la butaca. Miro mi escritorio despoblado. Respiro.
Nada de té hoy. Opto por buscar el placer. No debe estar escondido muy lejos.
Desde hojas nuevas, Rosa Montero me habla de duelos. Hace unas horas empecé el libro y ya me quedé con ganas de subrayar varios párrafos
Pero ahora, en el final de la tarde, el libro yace sobre el mostrador. Dejo correr las horas pensando en las cosas que estaría haciendo de no estar allí.
En un rapto de incoherencia pienso en lo desagradecida que soy, en otro rapto similar pienso en cerrar e irme. Que retroceso! Todo me resulta familiar. El malhumor, la inquietud, el querer estar en otra parte, es desear otra cosa, el que estalle algo, apretar los dientes.
Respiro.
Busco el placer. A falta de máquina de escribir, abro un Word y me lanzo al acto de escribir banalidades.
Pienso en escribir y ensayo. Hablo en voz alta y lo tipeo. Miro la hoja que comencé ayer y que fue arrancada esta mañana al venir el técnico de máquinas de escribir. Todo un tesoro en la ciudad, un personaje que ya no dejará descendientes en su oficio.
Por suerte es más joven que yo, y con viento a favor me sobrevivirá, pudiendo llamarlo cada vez que ésta se indomestique, como lo ha hecho toda la última semana.
Creo que lo que le ocurrió fue lisa y llanamente que estaba ofendida por mi largo receso. Es que me fui con los números y la dejé allí, descansando sobre el escritorio blanco con cajón azul.
Lo de los números es otra banalidad. Pitágoras, letras que son números, numeroscopios, todo para certificar que uno es como es y no otra cosa.
Mi escritorio es como un desierto sembrado de libros, un mate que hace de lapicero, un portarretratos familiar que me recuerda que alguna vez sembré hijos, hojas en blanco y en el cajón azul, hojas mecanografiadas con miles de divagaciones sobre acontecimientos de mi vida. Una vida hilvanada de hechos y con palabras.
Por fin.
Me relajo.