Mi mujer y mis hijas me miraban. Conque en vez de apuntar al centro de la frente, apunté a la oreja izquierda.
Entre el retroceso y mi mal pulso, el proyectil debiera clavarse en el centro de su cabeza.
-- ¡Bang!
¡Lo había conseguido! Justo en el centro de la frente. ¡Se derrumbó hacia atrás!
Mi mujer me besó. Mis hijas me besaron. La gente aplaudía...
No me dieron regalo ninguno.
Pero ese feriante de pacotilla, nunca más volvería a engañarnos con sus peluches polvorientos ni sus llaveritos como premios.
Relato (o lo que haya salido) para la propuesta de Tomae (http://tarracoferma.blogspot.com) y de Marina (http://marinahm.blogspot.com), a quienes no tengo el gusto de haber conocido todavía... pero cuya propuesta me ha venido al pelo para no cansarme hoy escribiendo demasiado.