Bangkok primeras impresiones

Por Zhra @AzaZtnB

Me siento como Bill Murray en Lost in Translation. Esto sí es una mezcla de razas, culturas, idiomas con carteles luminosos y ofertas de sexo por todos lados. Llego al aeropuerto de Bangkok donde ofrecen taxis por 800 bahts para llegar a la ciudad, pero me subo en un tren que teóricamente pasa cada hora y tarda 45 minutos aunque en realidad pasa cuando puede y tarda una hora y media. El tren está destrozado y parece que se va a caer a cachos en cualquier momento, el aire acondicionado son dos ventiladores que dan vueltas en el techo con manchas negras, las ventanas son dos laminas que se pueden abrir la primera de madera y la segunda de cristal, pero la mayoría están rotas y sólo puedes cerrar con la de madera, los asientos están rasgados y la gente se acomoda en ellos poniendo los pies en el asiento de enfrente o quedándose medio dormidos, sin prisa. De vez en cuando alguno se revuelve en el asiento intentando descubrir cuanto falta para su parada, para mi es imposible saberlo porque los carteles de las estaciones están en Tai. Por suerte mi parada es la última ¿El precio de ese paseo turístico por las afueras de Bangkok? 12 céntimos de euro. ¿Qué vale más vuestro tiempo o vuestro dinero?

De ahí un metro de precio más normal, 65cts, con un servicio regular y unos vagones limpios. No sólo limpios, limpio impoluto, un chico ha limpiado los restos de los pasajeros anteriores antes de dejarnos entrar, una televisión repite anuncios que podrían ser de cualquier ciudad de Europa o Estados Unidos, me recuerda un poco a Japón. Las mismas pantallas anuncian la siguiente parada en tai e inglés, la gente mira sus teléfonos móviles sin darle importancia, por si acaso una voz repite el nombre de la próxima parada otra vez en los dos idiomas. Camino unas cuantas calles hasta mi Guest House. Una señora con Nibak dejando ver sólo los ojos con su marido al lado pasean por la calle llena de consoladores, dildos, arneses, poppers y cajitas con diferentes tipos de viagra. Un transexual te ofrece un masaje al lado de un restaurante Halal justo frente a un Mc Donalds, Starbucks y uno de los cientos de 7 and 11.

Pañuelos en la cabeza, chanclas y pantalones cortos, turbantes y demás vestidos se mezclan con las personas y los souvenirs de Las Vegas, Londres e imanes de Tailandia. Los puestecitos han hecho la calle tan estrecha que al coincidir con alguien de frente tienen que pelear para ver quien pasa primero. Las calles están asfaltadas y llenas de luz, hay ruido, coches pitando, edificios altos y nuevos, ni un sólo tuktukero o motorista queriéndote llevar a algún sitio. Los vendedores, no estoy segura que sean locales, te piden que compres sin entusiasmo, casi ignorándote. Tampoco hay polvo inundándolo todo y quizás por eso te venden fruta ya pelada cuando en Siem Reap la pelaban frente a ti. Puestos a escoger prefiero que pelen la fruta frente a mi así que no me decido a comprar nada. Después de dejar la mochila en el hostal, regentado por una chica china.

Busco algo para cenar, en un restaurante anuncian algo con la foto de Mesi, los puestos callejeros no me convencen esta vez y acabo entrando a un restaurante Tai que me cobran 4€ por un Pad Thai, acostumbrada a tener dos platos y bebida por menos de 5$ me parece caro aunque acabo de llegar y aun no he encontrado los sitios baratos en esta ciudad, voy a darle tiempo. Después de más de un mes donde comer en un restaurante local era mucho más barato que comprar un paquete de galletas importado, los 7 and 11 parece que se van a convertir en mis próximos mejores amigos, al menos aquí en Bangkok. Por suerte el agua no es muy cara y por 13 baht (32cts) tienes una botella de un litro. Ya he descubierto donde está la parada de autobús que mañana me llevará a la terminal así que me vuelvo al hostal a descansar, me espera una semana de no parar y todavía me resiento de las 7 horas que estuve ayer en la bici del infierno que necesitaba todo el aceite del mediterráneo y las rodillas en Cuenca.

Mango sticky rice. El postre típico

Lo cierto es que paseando por Bangkok, la ciudad más occidental en la que he estado en los últimos meses, me doy cuenta que me he acostumbrado a muchas cosas. Por ejemplo el pitido constante de los coches ya no me molesta sino que me avisa cuando hay un coche, hasta echo de menos que los coches piten para estar segura que me van o no a adelantar.

China town

Ya no estoy segura de como cruzar la calle: ¿He de parar la circulación poniendo la mano hacía abajo? ¿Cruzar toreando los coches y rezando para que las motos me eviten? ¿O buscar el semáforo más cercano? Miro a mi alrededor, la gente espera en los semáforos así que voy hacía allí. Los primeros días en un país nuevo son un constante aprendizaje de las normas pero esto parece un mundo nuevo, o mejor dicho un mundo viejo del que empezaba a olvidar la reglas. Tampoco me quedo mirando a los monjes de naranja que salen hasta de debajo de las piedras aunque sigo teniendo cientos de preguntas para ellos que me callo para no ofender. Hay más 7 and 11 que caracoles en temporada de lluvias y como son todos iguales entro en cualquiera sabiendo exactamente donde voy a encontrar lo que busco. Al entrar ya no saludo con un “Hi” o levantando la cabeza y cejas como hacía meses atrás, ahora hago una leve inclinación de cabeza unida a una sonrisa. Más de una persona me pregunta si el viaje me está cambiando y yo respondo con alguna tontería que se me pasa por la cabeza en ese momento pero parece ser que algo sí me está cambiando.