En unos segundos pensé que iba a estamparme contra la mediana y al instante me dije que viajaba sola, y que con un poco de suerte no me llevaría a nadie por delante. En ese momento me sentí extrañamente serena, porque de pasarme algo sería únicamente a mi, no iba acompañada, y me hice con el control. No ocurrió absolutamente nada. Quizás una décima de segundo antes o después me habría llevado a otro vehículo, pero no fue así.
Unos días después salí a comprar comida y me encontré con un ex compañero de trabajo. De mi primer trabajo con contrato, en una agencia de comunicación, hace cartorce años. Nos cruzamos en la esquina entre dos calles, de milagro, y nos alegramos de vernos. Fue una alegría sincera. De hecho me paró él, podría haberse hecho el tonto y yo no me habría dado cuenta. Del saludo pasamos a un rápido resumen de nuestras vidas. Que simpleza, como si los nueve años que llevábamos sin hablar pudieran resumirse en tres o cuatro minutos de conversación, y delante de una persona que le acompañaba. De sus palabras, dichas sin ninguna arrogancia, concluí que es un padre feliz y un profesional de éxito. Me alegro, porque le recuerdo como un buen compañero y un buen hombre, que me ayudó tras una ruptura sentimental dura.Por una cuestión de amistad pura, o así lo entendí, de esa amistad que yo dudo que pueda darse entre hombre y mujer sin albergar otras esperanzas o intenciones.
El caso es que le di mi mail del trabajo y me escribió al día siguiente unas pocas líneas. Lo que más me llamó la atención no fue leer que le va muy bien, sino que se lo curra. Le respondí de forma breve (no puede una abrir su vida a una persona a la que lleva años sin tratar, aunque en el pasado haya sido de confianza) que yo había tenido de todo en estos nueve años que llevábamos sin coincidir, bueno y malo. Y que lo malo no me lo había currado. Se lo dije con respeto y habrá entendido que no había ironía en mis palabras, solo un fugaz lamento por los sufrimientos pasados.
Supongo que en ocasiones interviene el factor suerte. Sé que tuve una suerte tremenda el domingo, nunca antes había estado a punto de estrellarme con el coche y lo vi muy cerca. Y también es cuestión de segundos. Tres segundos más tarde esos chicos no habrían invadido mi carril y yo hubiera seguido mi tranquilo camino a casa. Tres segundos antes o después no nos habríamos cruzado este hombre al que la fortuna le sonríe y yo. Cuando trabajaba con él siempre tenía la sensación de que tenía baraka, todo parecía irle rodado. Algo de baraka o del factor suerte me protegió a mi el domingo. A veces se esconde, o así nos lo parece, pero no siempre.