El problema de las típicas frases publicitarias a lo “después de…” o “de los productores de…” es que crean falsas expectativas. Por ejemplo: ¿tienen mucho en común dos cintas como La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) y Barbara (Christian Petzold, 2012), uno de los estrenos de esta semana? La verdad, muy poco. Ambas historias tienen lugar en la Alemania comunista de la década de los 80, pero ni siquiera en el retrato que cada una hace de la guerra fría se encuentran demasiadas similitudes. La primera, brillante drama político ganador del Oscar a mejor película extranjera en 2007, es también un thriller en toda regla, y uno muy bueno, por cierto. La segunda, por el contrario, es un bello relato de amor, confianza y libertad narrado con el telón de acero de fondo. Barbara es, sin duda alguna, no de los mejores estrenos de la semana, siempre que se vaya al cine sin esperar ver a Ulrich Mühe con sus cascos y humanidad pegada a ellos.
El contexto de opresión política y social de la RDA, pues, queda aquí más en un segundo plano, aunque no por ello el director y guionista lo trata con menos acierto —el personaje de la chica joven está muy logrado en este aspecto, así como los pequeños detalles del coche, la ropa y las joyas—. De todos modos, la Alemania comunista no deja de ser una excusa para contar la historia de dos personajes que, encerrados en un contexto político y personal, acaban encontrando la libertad en su trabajo, en lo que hacen por los demás y en la confianza y amor que surge entre ellos.
Barbara es de aquellas películas que uno debe admirar por los momentos que crea, por la emoción de una mirada, un abrazo o una conversación, por la perfección técnica y artística de un viaje en bicicleta o por el sonido de unos pasos acercándose. Claro que, para llegar al espectador con una película de detalles como ésta, el trabajo interpretativo tiene que estar a la altura ¡Y a qué altura llegan Nina Hoss y Ronald Zehrfeld! Los dos protagonistas tiñen de naturalidad y realismo todas y cada una de las escenas que tienen en la película; sólo por ellos ya vale la pena entrar en la sala de cine.
Lo mejor: los dos protagonistas y el cuidado ritmo de la cinta, disfrutable a cada momento.
Lo peor: que el espectador vaya verla esperando ver un nuevo thriller político.
Nota: 8
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