No suelo publicar las entradas cuando me suceden las cosas, a veces lo escribo en el momento para desahogarme pero luego lo dejo en barbecho. Si estoy triste confío en que esa tristeza se alivie al escribir, busco palabras poéticas y bonitas para transformar mis sentimientos en algo romántico y mucho más llevadero. Es la belleza la que permanecerá cuando ceda el bajón. Eso no significa que sólo escriba palabras bonitas en mis momentos de melancolía. Cuando estoy feliz sueño despierta y disfruto perdida en el preciosísimo mundo de mi nube rosa.
Las desilusiones y las decepciones también suelen esperar. Con frecuencia faltan factores que, cuando se conocen y se encajan, muestran que las cosas no son tan malas como parecían. Hay malentendidos que no son más que eso, malentendidos, y no verdaderas ofensas. El ser consciente de ello sucede a posteriori y, por desgracia, no frena el primer salto. El no precipitarse más de la cuenta puede llegar a evitar que una se caiga con todo el equipo y sin paracaídas (con el correspondiente y doloroso batacazo). Cuando eso ocurre las secuelas son muy difíciles de arreglar.
En ocasiones me espero directamente antes de escribir. Puede que esté simplemente demasiado rabiosa y me convenga dejar pasar el tiempo para desfogarme sin quemarme. No deseo revivir la situación con sus emociones en toda su crudeza, necesito algún tipo de catalizador. El sarcasmo y la ironía requieren un análisis humorístico de la situación y si, en ese momento, el humor es inexistente, se recurre a la amargura en su lugar. La amargura es un sustituto pésimo que da un resultado lleno de cinismo. Según Joe Klein: "El cinismo es lo que pasa por perspicacia entre los mediocres." El cinismo no consuela, y tampoco es divertido.
Que nadie se alarme cuando lea algo preocupante. Si soy capaz de contarlo es porque ya se me ha pasado.