Librería Almirall Princesa, 16En 1733, Joan Almirall funda esta peculiar librería, donde vendía los productos provenientes del molino ubicado en la torre de claramunt, propiedad de su hermano Vicenç. El hijo de Joan traspaso la tienda a la calle Ferro 5, que es La direccion actual, pero no fue hasta 1853, que se urbanizo la calle princesa, que se decidió darle un giro a la tienda y poner la entrada por la calle princesa, la cual seria una de las calles mas emblemáticas de Barcelona, recientemente, esta librería se ha convertido envina rústica y exquisita panadería.
Cada vez que vuelve unos días a Barcelona descubre que se ha cerrado otra de las tiendas que ella conocía de joven, cuando en los años 50 empezaba a frecuentar la ciudad donde su padre, Pablo Picasso, había vivido medio siglo antes. La que más echa de menos Maya Ruiz Picasso es La Jijonenca, en el paseo de Gràcia, «donde me engordé con las horchatas». O, en la misma calle, el Salón Rosa. «Mis recuerdos son de estómago», sonríe la mujer, con su ligero acento francés. Cuando llegamos en nuestro paseo a la calle de Llibreteria se acuerda de la mercería Mogas, que cerró a finales del 2006. Ahora es un supermercado, con ningún rastro ya del histórico mostrador y los escaparates.Tiendas de mucho antes de Picasso Tampoco podrá ir ya a comprar zapatos en La Ampurdanesa (1845) de Nou de la Rambla, ni libros en Almirall (1853) de la calle de Princesa -ahora es una panadería-, ni pavimentos de Escofet (1886) en la ronda Universitat. Tampoco ya camisas de Flotats, que llevaba casi 100 años entre las calles de Ferran y del Call.
Renta antigua
3 «Los que vivís en Barcelona no os dais cuenta de la historia que albergan las calles y que se está perdiendo». Maya Picasso es la dicharachera presidenta de la nueva Associació d'Establiments Emblemàtics, que pretende salvar más de estos históricos comercios del cierre y su desaparición total. Guiándose por un llamativo libro municipal, Guapos per sempre, han logrado ya reunir una cuarentena de comerciantes para hacer un frente común contra todo tipo de amenazas, sobre todo la negativa de los hijos de seguir con el negocio familiar y, dentro de tres años, el fin de la moratoria de la ley de arrendamientos urbanos por lo que expirarán los contratos de renta antigua y los alquileres bajos que aún pagan una cuarta parte de los comercios barceloneses pueden subir de manera vertiginosa.
Josep Maria Roig tiene un contrato así para la pastelería La Colmena, desde 1864 en la plaza del Àngel, aunque él prefiere no hablar tanto de la ley sino de la importancia de este tipo de comercios en la imagen, la historia y el prestigio de la ciudad. Él es secretario de la asociación, y el vicepresidente es su vecino Jordi Subirà, que en la ventana de su cerería de la calle Llibreteria recuerda el memorable 250º aniversario (1761-2011) del establecimiento y que está molesto porque ahora todas las tiendas que se abren en Ciutat Vella van dirigidas a los turistas.
Pero los hay que han sobrevivido a los tiempos, que han resistido la tentación de traspasar su local por una millonada. Y así, entre tanto suvenir y fastfood se mantiene la sastrería Xancó (1820) en medio de la Rambla, o El Indio (1860) en la calle del Carme y la chocolateria Fargas (1827) en los bajos del palacio Castell de Ponç en la calle del Pi. «Barcelona es excepcional, mi padre siempre regresó porque le gustaba tanto...», dice Maya Picasso, nostálgica. Por lo menos, el lugar de reunión favorito de su padre, Els Quatre Gats (1897), es de los que se mantiene.