Las dos torres eran uno de los pocos rastros que quedaban, un espejismo casi, del origen vacacional del barrio. Lo fundaron hace siglo y medio familias burguesas de la Barcelona vieja, que se construían una pequeña villa en las colinas de Sant Gervasi para escapar del calor, la estrechez y la poca higiene de las callejuelas antiguas. Convirtieron la calle entera y otras como Putget, Mulet o Puigreig, en una animada sucesión de chalés que recreaba espontáneamente el ideal urbanístico de la ciudad-jardín. En cambio, hoy el paisaje del barrio lo conforman sucesiones de anodinos bloques de pisos, semejantes a los del resto de Barcelona, que circunvalan ordenadamente la loma del parque del Putget.
Ninguna de las dos villas derribadas gozaba de la protección del Catálogo municipal de patrimonio, por lo que su destrucción es totalmente legal. Su vulnerabilidad se debe a que no fueron construidas por ningún célebre arquitecto, ni lucían ricos materiales ornamentales ni su valor artístico estaba a la altura de los grandes monumentos de la ciudad condal. Tampoco tenían padrino de renombre, como sí lo tenía la cercana Vil·la Urània del astrónomo Josep Comas i Solà, que aún así se libró de la piqueta in extremis por la presión popular y la convicción de sus herederos.
"Su valor no era estético sino identitario, ambiental e histórico", puntualiza Lluís Permanyer, periodista, escritor y vasto conocedor del patrimonio y costumbres de la burguesía catalana. Con él coincide Jesús Mestre, historiador barcelonés especialista en Sarrià y Sant Gervasi, que también lamenta la desaparición "de uno de los pocos testimonios que quedaban del origen del barrio". "A esta zona acudieron familias de clase media-alta, en su mayoría profesionales liberales como abogados o arquitectos, aunque también artistas y joyeros", relata Mestre. "Era un perfil diferente de la gente que optó por la Bonanova o Tres Torres, donde había más industriales y banqueros, familias más ricas", puntualiza. "Quizá por eso su supervivencia ha sido tan frágil y se ha divulgado menos", concluye.
Permanyer lamenta, no ya la pérdida de las dos villas, sino el nulo aprecio barcelonés por salvaguardar la diversidad de paisajes que tuvo la ciudad. "Conservar una casa aislada y ahogada entre grandes bloques despierta poca empatía y consenso, en cambio preservar pequeños conjuntos como una calle o un pasaje tiene muchísima potencia visual", distingue. Permanyer recuperaba este mayo, en su columna semanal en La Vanguardia, sus recuerdos de la calle cuando acudían a ella siendo niño y todavía conservaba su aspecto de veraneo. "En aquel entonces no me llamó la atención, pues era el paisaje que mandaba en aquella aquietada y simpática calle, festoneada de torres rodeadas de vegetación. Un mundo que fue muriendo a rebanadas, bajo el signo de la explotación inmobiliaria, algo impensable en Londres, por ejemplo", señalaba. "Dos de las últimas que quedaban, magníficas y representativas ambas, van a ser derribadas dentro de unas semanas. ¡Qué vergüenza!", lamentaba.
Cómo eranLa entrada a las dos villas derribadas estaba en los números 76 y 78 de la calle Betran, aunque rodeaban la manzana y podían apreciarse desde Ferrandiz y Musitu. Los jardines delanteros, escalera inicial, flores y árboles, quedaban elevados y rodeados de un muro perimetral para salvar el desnivel del terreno. Las casas, de planta baja más un piso, tenían un aspecto regio pero jovial, que el paso del tiempo y el abandono habían tornado en melancólico, como el de los palacios decadentes que describe Ruiz Zafón.
La primera constaba de tres cuerpos y el central sobresalía de la fachada en forma de medio hexágono, igual que los dos balcones superiores. Lucía un simpático rótulo con la inscripción 'Villa Montserrat'. Una glorieta acristalada con cenefas de colores decoraba la puerta de acceso, flanqueada por dos ventanales azulados de cristal que dejaban entrar la luz a las salas principales. La segunda torre era menos rectilínea y recordaba vagamente a la silueta de una masía vitivinícola. Cuatro ventanas con arcos de medio punto en ladrillo visto y cerámica coronaban su fachada, rematada por tres esferas.
El nuevo bloqueEn cambio, el nuevo edificio que construirá 501SITU conjuntará mucho más con las viviendas de los años 60 y 70 que rodean las dos villas. En forma de cubo y decorado por las propias persianas correderas del exterior, es obra del estudio Nomen i Associats. Tendrá tres plantas, un semisótano para trasteros y dos subterráneos con 28 plazas de aparcamiento. En la planta baja habrá ocho dúplex con patio interior privado, de 120 a 145 m2, mientras que en las plantas superiores habrá 12 pisos de entre 70 y 120 m2 con balcones, terrazas o terrado de uso exclusivo. Según indica su web, 10 ya ha sido vendidos sobre plano y tres están reservados.
La entrega de una cuarta parte de los beneficios al proyecto de investigación Time to Move, sobre el tratamiento de lesiones medulares, impulsado por la Fundació Step by Step y el Hospital de la Vall d'Hebrón, ha arrancado muchas ovaciones. La propia Generalitat afirmó en abril que "se congratulaba" de la iniciativa y el director general de Recerca, Josep Maria Martorell, presidió la firma del acuerdo entre la promotora y los dos grupos de investigación. La pieza clave del proyecto es el arquitecto Frederic Crespo, representante de 501SITU, lesionado medular y presidente de Step by Step. 501SITU calcula que el 25% de los beneficios de la venta de pisos alcanzará los 300.000 euros.
La Asociación de Vecinos del Putget, contactada por este medio, no ha querido valorar el derribo de las torres ni el proyecto solidario de la inmobiliaria, por no estar entre sus reivindicaciones para el barrio. Paradójicamente, este junio se estrenó a petición suya una nueva denominación para un espacio de recreo en el parque, los Jardins de Elvira Farreras. El vecindario homenajeaba así a una de las primeras vecinas del Putget, escritora e historiadora de facto, que falleció en 2005 a los 91 años. Precisamente su obra más destacada es Memòria d'un paradís perdut, publicada en 1981, una crónica muy personal del barrio en el que vivió toda su vida. En ella desgranaba sus recuerdos y describía personajes y paisajes desaparecidos, mientras lamentaba el constante "barricidio" que perpetraban las "máquinas come-casas" de las constructoras.
Si Farreras viviera, seguramente estas dos villas habrían sido derribadas igualmente, pero habrían tenido quien las despidiera. Los que quieran darles un adiós póstumo aún pueden hacerlo virtualmente, no se sabe hasta qué fecha, desde Google Street View. La aplicación del buscador global todavía no las ha hecho desaparecer.