Sábado a la noche, otra vez. Viendo una película que me impulsa a hacer cualquier otra cosa. Es tan estimulante, que la pondré cuando no tenga ganas de trabajar: “Buscando un amigo para el fin del mundo” –que narra los avatares de una pareja mientras esperan el fin del mundo cronometrado por un meteorito que chocará contra el planeta, inevitablemente-. Hablan los personajes de cualquier cosa en el televisor a mi lado (mi mujer finge mirarlo, pero en realidad acaricia al gato); junto a mi mano derecha se tiende el viejo ejemplar del libro que voy a reseñar (Ed. Nova, impreso en Buenos Aires el 31 de octubre de 1955), el cigarrillo del que cada tanto extraigo una calada –los personajes de la película están a orillas del mar, Bàrnabo es guardabosque en las montañas-, pienso en el fin del mundo que está ocurriendo ahora mismo lenta e inexorablemente, e imperceptiblemente, en mi mente, corporalmente, en todos; ‘Nadie se acuerda…’, dice la primera página de la novela, cuyo argumento yo sí me acuerdo; Bàrnabo es guardabosques y unos ladrones le enseñan que tiene miedo, se esconde, y la cobardía a la cual sede es la llaga que parte en dos su vida, que le permite convertirse en sí mismo, ese que nunca hubiera pensado que podía ser, fuera de su imaginación, su yo inimaginable, escandaloso, vergonzante, pero a la vez, por lo mismo, fantástico, libertario, soberano: el personaje principal, sin embargo, es el narrador, que se explaya con un trovador que trae en forma de buena nueva un mito inmemorial, la historia de un aprendizaje, un bildungsroman que transcurre en desfiladeros, al borde de precipicios y, no puedo evitar se enfático y cursi, donde a fin de cuentas ocurre toda vida; la película se me mete en la cabeza como una interferencia: ¿cómo hay que recibir el final?; creo que como todos los días, indiferentes o apasionados, da igual, estamos a cinco días de la catástrofe del 21 de diciembre, por causa de la sincronía de algunas planetas, pero en realidad el fin está ocurriendo en este mismo momento, en un desorden planetario, en cámara lenta, lentísima, con cada golpeteo que le doy al teclado. El meteorito acaba de estrellarse contra la tierra y ha matado a los personajes –una fosforescencia los absorbió-; Bàrnabo le teme a los fantasmas del bosque pero se entrega a ellos, teme a la noche pero la abraza, descubre que para ser valiente hay que ser un cobarde. Es una buena novela, un encantamiento.
PD: el que escribió la contratapa soltó un puto spoiler, maldito psicópata; seguramente, ya que han pasado 67 años desde que lo hizo, habrá muerto, pero ha dejado su huella arruinando parte importante en la emoción de la trama de esta novela...