Baroni: un viaje. Sergio Chejfec.

Publicado el 06 junio 2010 por Alguien @algundia_alguna

Título: Baroni: un viaje. Autor: Sergio Chejfec. Editorial: Candaya. Narrativa 17. ISBN 978-84-937077-6-7. Páginas: 192 págs.; 21 x 14 cm. PVP 16 €.

Una reseña de José Antonio Garriga Vela. Diario Sur. 05.06.2010. El viaje de Sergio Chejfec.

Conocí a Rafaela Baroni en su casa de Betijoque y a Sergio Chejfec en la Bienal de Literatura Mariano Picón Salas de Mérida en julio de 2009, en Venezuela. Sergio Chejfec había publicado la novela “Baroni: un viaje”, que ahora se edita en España en la editorial Candaya. La protagonista es la artista venezolana que hace tallas de madera, que se muere y resucita, que cura a los enfermos, que se casa de mentiras, que lee el futuro de las personas en las cédulas de identificación y en los carnés de identidad.

Sergio Chejfec, después de tanto pensar en esa mujer, seguir su rastro, observarla y mirar sus tallas de madera, acabó convirtiéndose en una de esas figuras elocuentes y mudas de Baroni. Observo a Sergio igual que Sergio contempla las tallas de madera que ha ido coleccionando. Las palabras que él emplea en su libro para describir las figuras de Baroni me sirven para explicar la manera de ser del escritor. Cada figura con su sola individualidad, dice Chejfec. Y añade: me sorprendo al ver no la imagen que lo distingue sino el silencio que transmite, insondable pero trivial, materializado a pesar de ser intangible. Eso escribe Chejfec de las tallas de Baroni y al leerlo tengo la sensación de que habla de sí mismo. El silencio de Sergio. El silencio del escritor. El hombre que mira. La figura muda que sólo muestra su simple presencia. Es una suerte de melancolía sencilla, no sé como decirlo. No sabe como decirlo él cuando observa las tallas que desfilan inmóviles sobre la mesa de su cuarto de Nueva York. La tristeza de ser observable. El objeto instituido para ser contemplado en primer lugar produce nostalgia y en segundo lugar, debido a su aislamiento en medio de las múltiples miradas, transmite desamparo. Confundo a Sergio Chejfec con las figuras de Rafaela Baroni. Él también se ha transformado en un habitante de la soledad. Sus diálogos con las personas se reducen cada vez más. No encuentra qué decir, casi nunca, y lo que escucha le parece siempre insuficiente. Me identifico con Sergio. Me convierto, yo también, en una talla de madera.

Sergio Chejfec ha escrito un libro que es una novela, una biografía, una reflexión sobre el arte y el artista, sobre el silencio, el eterno silencio, sobre la vida. Un libro que es un viaje al interior del alma de las personas y de sus obras. Un retrato de Rafaela Baroni y un retrato de sí mismo. Chejfec observa a Baroni y yo observo a Chejfec. Me propongo interpretar la radiografía de su mirada, de su pensamiento, de su literatura, al trasluz de aquellos días en Mérida. Ahora cierro los ojos y me traslado a la casa de Rafaela Baroni, cerca de Trujillo. Y recuerdo el ataúd donde yacía su cadáver, el cadáver de Rafaela Baroni que unos cuantos amigos paseamos a hombros por el jardín hasta que, de pronto, Baroni resucitó. Baroni tan acostumbrada a la muerte que cuando muera nadie se lo tomará en serio. Igual que ocurre con sus bodas. Hace un par de años se casó con un joven y los cientos de invitados que asistieron a la ceremonia creyeron que se trataba de una nueva performance de la artista, sin embargo esa vez se casó de verdad.

Chejfec habla de Baroni, la mujer que abandonó la casa paterna con lo puesto y dejó a sus hijos al cuidado de su madre y hermana para no matarlos en un arrebato de locura. La que vivió en el cementerio de Boconó. La que más tarde se dedicó a cuidar enfermos y arreglar muertos. La niña que sufría ataques de catalepsia. Que se moría y resucitaba. Un día muerta, dos días, tres. Setenta y dos horas muerta. Hay que morir para entender la vida. Recuerdo a Sergio Chejfec en Mérida, en la librería La Ballena Blanca, y también en la librería El Buscón, en Caracas. Lo vuelvo a ver desde la distancia, callado, meditabundo, como las figuras de Baroni, que parecen ausentes, igual que si nos estuvieran mirando a través de una montaña. Como la talla del santo médico José Gregorio que Sergio le compró a la artista y que ilustra la portada del libro y que, quizás, fue ella, la figura del médico, quien ordenó a Sergio que tenía que escribir el libro de Rafaela. La talla de madera del doctor le impuso el deber de escribir una historia. Sergio pasó muchas horas junto a esa talla que representa a José Gregorio con un niño en brazos, hasta que llegó a la conclusión de que buena parte de su simpatía por el santo médico se debía a un aspecto exterior: siempre pareciera pensativo. Sergio también desea quedarse detenido para siempre, vivir como un ser a medias, algo así como vegetal o autómata sin movimiento, y observar sin ver todo el tiempo, inmutable, igual las figuras construidas por Baroni.

Dice Sergio Chejfec que la pasividad de las piezas de Baroni es engañosa, que por las noches o en la soledad de las tardes se mueven y mantienen conversaciones, discrepan y opinan, incluso alguna levanta la voz. Eso dice Sergio de las figuras de madera y yo ahora voy a hacer una confesión que, probablemente, debería omitir. Cuando estuve en Mérida, mi habitación del hotel se hallaba contigua a la de Sergio. Al despertarme por la mañana y por las noches, antes de acostarme, oía la voz de Sergio conversando con las tallas que acababa de comprar en las casas del páramo donde viven los artistas. Sergio hablaba con las tallas y yo tenía la sensación de que las figuras le respondían. Las tallas estaban vivas, como están vivos los personajes de las novelas y los duendes y los árboles de los cuentos infantiles. Me viene a la memoria ese párrafo del libro en el que Sergio viaja con la talla del doctor José Gregorio desde Trujillo a Caracas. El santo médico ocupaba el asiento de al lado y Sergio pagó los dos boletos. 85 años después de su muerte el doctor realizaba el viaje que tantas veces había realizado en vida. Me imagino a los dos hombres callados y pensativos en sus respectivos asientos, mirando a través de la ventanilla el paso del tiempo, los pensamientos, los recuerdos… La melancolía es una enfermedad de la inteligencia. Sergio dice que las figuras de Baroni cuentan con esa capacidad de someter el entorno a su presencia. Esa capacidad mimética también la provoca Chejfec con sus libros. El mundo entero se encierra en sus páginas. Un universo verbal. Lo leemos, como miramos las tallas de Baroni, y entonces el mundo se postra callado a nuestros pies.

Ficha del Libro: Editorial Candaya.
Leer un fragmento de Baroni: un viaje.

En Algún Día│ José Antonio Garriga Vela.