El dramaturgo Barton Fink está triunfando en Broadway. Fink es uno de esos escritores que se consideran insobornables: para él la única literatura posible es la literatura militante, aquella que describe la existencia y las inquietudes del hombre corriente de la calle. Aunque no lo manifiesta explícitamente, seguramente la idea de Barton es cambiar el mundo a través de su obra, una tarea muy pretenciosa para un hombre que, después de todo, es la timidez personificada: cuando su agente le propone trabajar una temporada como guionista en Hollywood, no sabe decir que no. Así, el alma pura y a la vez cándida del escritor se va a ver enfrentada brutalmente a una fábrica de sueños que en realidad es una factoría de frivolidades. La misión que le encomiendan es simple: escribir el guión de una película de lucha libre, siguiendo el patrón de las convenciones de dicho subgénero.A partir de esta premisa los hermanos Coen proponen una película no apta para todos los públicos. El escenario principal de Barton Fink es la habitación de un hotel calurosa y opresiva, donde van a desatarse todos los demonios de un protagonista que emprenderá un escalofriante viaje desde el bloqueo literario a la locura. Porque para Fink la situación es de resolución imposible: el dramaturgo se debate entre su deseo de agradar a sus nuevos patrones y su fidelidades ideológicas. De hecho, Fink suele ser un hombre silencioso y apocado exceptuando las contadas ocasiones en las que puede exponer el tema que le obsesiona y al que quiere consagrar su existencia: la descripción del hombre de la calle. Para tirarle de la lengua, nadie mejor que su locuaz vecino de habitación, un magnífico e inquietante John Goodman, que aquí realiza uno de los mejores papeles de su carrera. Mientras Barton Fink pasa las horas sudando encerrado en su alojamiento frente a una máquina de escribir con un papel en blanco, mientras las paredes se calientan, haciendo que el papel pintado se desprenda, la mente del protagonista no tiene más remedio que intentar evadirse contemplando el único resquicio de libertad que ofrece la habitación: un cuadro que representa una joven tumbada de espaldas en una playa. Pero eso no es todo: el Purgatorio puede acabar convertido en el Infierno. Enclavada en la etapa creativa más espléndida de los hermanos Coen, Barton Fink fue quizá una de las propuestas más arriesgadas y radicales del cine de la época. Película fuertemente simbólica, su interpretación puede realizarse a varios niveles: el papel del intelectual en la sociedad y el diferente significado del éxito para el escritor y para unos directivos de Hollywood que, paradójicamente, representan mejor los gustos del público general que la literatura militante (y de intenciones redentoras) de Barton. Para él, la obra literaria nace de un sufrimiento prolongado, como un parto difícil, y abomina de la idea de la escritura artesanal, utilizando un molde ya prefabricado, que quieren imponerle. Pero seguir el camino de la pureza ideológica no siempre ofrece los resultados apetecidos...