Isild Le Besco es una sorprendente mujer de tan sólo 28 años y una magnífica carrera. Actriz, directora, productora y guionista, ganadora del premio Marcello Mastroianni a la mejor actriz revelación de la Mostra de Venecia 2006 y compitiendo en la selección oficial del Festival Internacional de Locarno 2010 con su último realización, podía haberse conformado con rodar una bonita historia, a la altura de su cara de ángel, en un film estético y acorde a las costumbres visuales y narrativas del espectador actual.
Sin embargo ha preferido presentar, en su tercer trabajo como directora, a unos personajes al borde del abismo en una película que levanta pasiones, crea polémica y despierta todo tipo de comentarios, desde la consideración de obra de arte hasta la calificación de bodrio insoportable. Un cine invisible de 68 minutos que agita al patio de butacas, como si hubiese recibido una descarga eléctrica.
La realidad supera con creces la ficción y, ocho años atrás, la actriz leyó una noticia en la prensa que se le quedó grabada en la mente. En 2020 tres chicas entraron en una panadería de un pueblo, agredieron a la propietaria y asesinaron a su marido de un tiro de fusil de caza. Para la actriz este acto, totalmente gratuito, consistía en una expedición punitiva que tenía como único objetivo “hacer daño a la gente feliz”.
La adaptación a la gran pantalla de este suceso es escalofriante. En una primera parte observamos a las tres protagonistas en su leonera, un apartamento vacío, con sólo tres colchones tirados por el suelo y una televisión encendida todo el día que emite películas pornográficas. Las tres jóvenes viven en un clima de violencia, insultos, desprecio, atracción y repulsión digno de un hospital psiquiátrico. Una noche deciden salir a molestar a los vecinos y acaban humillando, vejando y, como remate de esa noche de locura, asesinando al panadero. Y tras la catarsis llega la última parte, el juicio y la transformación de estas fieras humanas.
En poco más de una hora, Isild Le Besco muestra lo más difícil de ver por un espectador, el mecanismo de la violencia gratuita en sus diferentes manifestaciones, verbal, física, corporal y sexual. Una apuesta muy arriesgada que no será del gusto de la mayoría pero que tiene el mérito de existir. ¿Metáfora de la realidad actual o análisis de los infinitos sucesos que ocupan media columna en los periódicos para describir una tremenda tragedia? El espectador, supremo juez del cine y de la vida, decidirá.