Son muchas las voces dentro de la Iglesia Católica y de la comunidad de fieles que, llevados por la histeria colectiva, aclamaban a Juan Pablo II "santo súbito" como ahora los compatriotas del presidente polaco muerto lo reclaman como rey taumatúrgico. Curioso que ambos personajes despierten la misma reacción teniendo tantas afinidades y con el mismo origen. Pero habría que ser muy cauto antes de elevar a alguien a los altares, a no ser que quiera poner una tarifa como se hizo con la canonización de San José María Escriba López, hombre humilde que se querelló con su hermano por un título nobiliario y se cambió el apellido. A no ser que la Iglesia católica caiga en la venta de indulgencias y de cargos tan propio de la baja Edad Media, debería ser más cuidadosa a la hora de llevar según y que prácticas. Juan Pablo, el buen polaco, había eliminado la figura del "abogado del diablo" para los procesos de canonización. A saber, persona que indaga en lo más sucio y oscuro del aspirante a Santo para exponer los más demoledores argumentos y así, en el caso de que se produzca la canonización, la comunidad eclesiástica tiene la completa certeza que ha pasado por todos los filtros posibles. Menos mal que su sucesor (aunque lo es de Pedro directamente, en realidad), más erudito que el polaco, ha tenido a bien restituir dicha figura. Pues bien, hagamos de abogado del diablo y tomemos con calma un pontificado que, si lo analizamos encontraremos más sombras que luces.Los recientes abusos que han salido a la luz por gran parte del mundo católico están sacudiendo los cimientos de la Iglesia Católica y del pontificado de Benedicto XVI. Pero si somos un poco analíticos no deberíamos pararnos en la respuesta de la actual Curia, ya que este problema ha estallado ahora, pero se ha fraguado en el pontificado anterior, por lo que Benedicto no tiene culpa -o toda la culpa- de los sucesos que están saliendo a la luz. Ya que muchos de ellos fueron realizados con conocimiento del Santo Súbito y, peor todavía, muchos de ellos no solo fueron realizados con su conocimiento, sino que el mismo Santo Padre interfirió para ocultarlos. Una práctica que sin duda lo aleja del santo y lo acerca al polaco.En este sentido tiene especial trascendencia los sucesos que rodean al fundador de los "legionarios de Cristo", "congregación católica" a la que pertenecen unos 1300 religiosos y numerosos laicos por todo el mundo católico, José María Aznar o Ana Botella sin ir más lejos. Fundada en 1941 por Marcial Maciel, un protegido personal de Juan Pablo II, era un polígamo confeso al que se llegó a acusar de incesto.Como el escándalo que ha estallado es supino, Benedicto no puede permitirse errores, por lo que se dispone a nombrar un comisario que para intervenir a los Legionarios, probablemente se trate de un Jesuita o un Dominico, ya que, según fuentes vaticanas, el Santo Padre quiere echar mano de quienes están más lejos de levantar sospechas. Y es que Benedicto se juega mucho con esta operación; de su éxito o fracaso depende el buen nombre de la Iglesia, al poder acallar o recrudecer las críticas.Y es que la Iglesia de Juan Pablo II ha optado por el oropel, una vez más, a la hora de hacer Iglesia y Religión. Ha optado por el populismo que llenaba estadios para vaciar Iglesias y, ahora después de muerto, está saliendo a la luz parte de su obra. Se está viendo lentamente que el gran legado de Juan Pablo II fue arrastrar por el fango el buen nombre de la Iglesia Católica. Como Católico me repugna ver como bajo el pontificado de este hombre se produjeron no pocas irregularidades, como el blanqueo de dinero de la mafia por la banca ambrosiana, el apoyo directo a dictaduras que violaban los más básicos preceptos de la doctrina Cristiana y, sin ir más lejos, la protección del pedófilo y polígamo de Marcial Macel. Por tanto, dudo que Juan Pablo II superase cualquier análisis imparcial sobre su figura, por sus relaciones amistosas con siniestros dictadores o la inmisericorde execración de teólogos de la liberación a los que acusaba de hacer política en iberoamérica, él, el más político de los papas. Maciel fue uno de los grandes agitadores de masas del pontificado de Juan Pablo II y solo fue suspendido tras la muerte de su pontífice protector. Siempre llevó una doble o triple vida con cientos de agresiones sexuales probadas a menores y a seminaristas, relaciones carnales con varias mujeres, varios hijos y, se dice, un incesto con uno de ellos. A cambio de esta valiosa protección Maciel destinó cuantiosas sumas de dinero. El varticanista Filippo di Giacomo ironiza "Es una praxis cristiana dar dinero a la iglesia...lo extraordinario fue que gente como Ratzinger cuando llegaban los sobres decía no, gracias".Parece que el meteórico camino a la santificación del polaco se complica, ya que no son pocos los colectivos católicos que empiezan a posicionarse en su contra. Tal es el caso del National Catholic Reporter cuyas investigaciones revelan que el popular Juan Pablo II amparó en la Curia "un círculo de podedumbre, transformó Roma en un vertedero universal"Si bien la figura de Juan Pablo II tiene cierto paralelismo con la del rey Alfonso XIII. Un rey muy popular y viajero al que le encantaba ser político y, por eso mismo, llevó a la institución que encabezaba al desastre. Como católico lo que más me duele es que sea otro Pontífice el que tenga que recoger los platos rotos de una figura que, con el tiempo, pasará a formar parte como uno de los pontificados más corruptos de la Iglesia. Es complicado porque el listón estaba alto, pero por lo menos la venta de indulgencias y de cargos nos legó la Capilla Sixtina, la Basílica de San Pedro y las maravillosas colecciones de los museos vaticanos. Juan Pablo II solo nos legó a Maciel y sus legionarios de Cristo, una pobre herencia si lo pensamos bien.