Basura (por Isa)

Publicado el 25 octubre 2012 por Imperfectas

Una de las polémicas fotos de Samuel Aranda para el NY Times


Últimamente no me vienen a la cabeza más que tristezas y anécdotas furibundas... ¿Una mala racha anímica? Puede ser. Probablemente se me pasará cuando menos me lo espere. Pero de momento es lo que hay, y lo que observo a mi alrededor no me ayuda a elevar el espíritu con optimismo.
La vida de ha convertido en algo duro, complicado y poco gratificante para la mayoría de mis congéneres. De los que me rodean, hay unos cuantos que no tienen trabajo y están frustrados y angustiados ante una perspectiva muy poco esperanzadora. Los que sí tenemos trabajo hemos ido asistiendo poco a poco a un empeoramiento de las condiciones laborales. Jornadas más largas, por menos dinero, comidas a base de tupper, largos periplos en medios de transporte público a densas reuniones... Y sin podernos quejar, ¡que tenemos trabajo!
Nada de lo que cuento es nuevo, ya lo hemos hablado aquí más veces... El problema es que lejos de percibir la luz al final del túnel, lo que se atisba es un pozo profundo y negro. Cada vez más familias al borde del colapso, cada vez más gente necesitada de ayuda, fuera de los circuitos del bienestar social que debería protegernos, por el que tanto lucharon mis padres y por el que llevo pagando desde que empecé a trabajar hace casi 20 años.
En uno de los parques infantiles que suelo frecuentar con mi hijo coincido con otras madres y padres. Ella y sus niñas me llamaron la atención desde el primer día. Por diferentes. Diferentes a mí. En un barrio de modernillos y profesionales liberales, de hippies 3.0, esta madre y sus dos hijas de seis y cuatro años suponen una inmersión en la realidad, en la España profunda. Resultaban estrafalarias de puro normales. Una mujer joven con un sueldo del montón por un trabajo como el de la mayoría de los ciudadanos, lo suficiente para poder vivir dignamente aunque sin aspavientos... Al menos hasta ahora.
La semana pasada las ví a las tres junto al contenedor del Dia, revisando la fechas de caducidad de los lácteos y el estado de la fruta envasada, con la naturalidad de quien hace la compra semanal. Bajé la mirada, abochornada y confusa, y me hice la loca. Como si ignorar la inmundicia, me eximiera de respirarla, como si la borrase. Pero la verdad es que, desde entonces, en mi cabeza no para de agolparse la basura.