Batallitas del abuelo.1977. Tras los asesinatos de los abogados de Atocha

Publicado el 30 enero 2016 por Manuhermon @manuhermon
Después de aquella atrocidad del atentado al despacho laboralista de los abogados en Atocha, 24-01-1977, el miedo se extendió entre la extrema izquierda. Y como la mejor forma de combatir el miedo es prevenirse, es decir, adecuarse al nuevo entorno, todo el mundo hizo planes. Nosotros al menos sí. La nueva realidad después de la muerte de Franco era tremendamente confusa, y violenta, muy alejada de la idea de compadreo y espíritu dialogante, nada que ver con lo que muchos capullos dicen ahora sobre pretendidos pactos, como si todo hubiera sido una balsa de aceite, lo dicen pero desde posiciones muy tranquilas y bien alimentadas. Las diadas de cientos de miles de personas en fiesta, arropadas por los mossos, apoyada y financiada por la Generalit y los poderes económicos… o las acampadas en Sol; esas cosas están enormemente alejadas de los riesgos que soportábamos en aquellos días de enero, en meses y años anteriores y en meses y años posteriores. Asesinatos de la extrema derecha, -Arturo Ruiz, Yolanda…- detenciones y palizas policiales, despidos del trabajo, pelotazos de goma o botes de humo que mataban, -María Luz Nájera-… cargas policiales para desalojar iglesias que utilizaban fuego real, -Vitoria- balas que mataban, muertos por manifestarse por mejoras de convenio –Teófilo del Valle- agresiones fascistas en las calles por, repartir panfletos o hacer pintadas; Francisco Javier Verdejo muere por disparos mientras pinta ‘Pan, trabajo y libertad’… total, cerca de 600 muertos. Franco murió en la cama, lo cual indica que hubo muchos millones de españoles a quienes les daba igual aquello, lo vivían cómodamente y muchos tenían el suficiente miedo como para no moverse, también indica que había grandes fuerzas económicas y políticas, internas y externas que no hicieron nada para terminar de una puta vez con aquello; así que hubo que empujar mucho y fuerte, la punta de lanza estable de la lucha antifranquista, la vanguardia que se decía entonces, era cuestión de unos pocos miles de militantes, de multitud de grupos clandestinos, que constantemente agitábamos y movilizábamos a decenas o centenares de miles de obreros y estudiantes, en fábricas, universidades y barrios; otros muchos millones de españoles soportaban unas condiciones de vida y trabajo bastante penosas, muy alejadas de la situación actual, y se movilizaban esporádicamente por mejorarlas. Poco a poco, mientras se fue suavizando la situación se irían incorporando muchos miles de luchadores nuevos. Además de los capullitos que no vivieron nada de aquello, también algunos desengañados que lucharon por la revolución, y que no lograron, a veces hablan resentidos de su experiencia al sentirse traicionados, en estos casos se entiende algo mejor que en el anterior. Es cierto que mucha gente entregó parte de su vida y luego se sintió desplazada en la nueva sociedad. La democracia que surgió de aquello, al fin y al cabo fue la resultante que salió de todas las fuerzas en lucha cada una tirando para su objetivo. Naturalmente que hubo compromisos y cesiones de unos y otros, siempre los hay, en cualquier tiempo y lugar, fuera en la revolución rusa o francesa… pero aquello no salió del planing de nadie. En 1977 el tiempo volaba, todo sucedía a velocidad de vértigo, imposible tener seguridad por parte de nadie de que pudiera caminarse y lograrse un resultado previsible, concreto y determinado, un factor determinante de ello era el desconocimiento por parte de todos los actores de las fuerzas de cada cual. Que sentía el ejercito? y la extrema derecha? las fuerzas del capitalismo franquista eran mayores que las del capitalismo democrático? los posibles partidos democráticos con que fuerza contaban? Los partidos de izquierdas que fuerza tenían? El PCE en el entierro de los abogados hizo una enorme demostración de control y seguridad, que sin duda le valió un sobresaliente para su legalización posterior. Pero aquí en este espacio de ‘Las batallitas del abuelo Cebolleta’, cuenta la anécdota personal, la vivencia individual. Y puesto que realmente nadie de los allí presentes confiaba en pacto alguno, la situación de miedo nos abría una puerta para realizar cambios urgentes en la seguridad. Pero lo específico de aquella situación no estaba en la seguridad personal, en la vida diaria y en las acciones, en las manifestaciones, en las calles, asambleas, repartos, pintadas… ámbitos en los que evidentemente siempre hubo normas estrictas que fueron relajándose con el tiempo. El aspecto diferencial tras los asesinatos de abogados laboralistas de Atocha estaba referido a los locales. Había que seguir haciendo lo mismo, pero más seguros, mejor protegidos. Nosotros teníamos un despacho laboralista, extraordinariamente bueno, siempre estaba repleto de gente, abogados, militantes y trabajadores clientes. Era vital para nosotros, por las relaciones con fábricas y trabajos que permitían desarrollar lucha sindical, permitía establecer vínculos políticos, y era vital por los ingresos obtenidos que permitían financiarnos en gran parte. En el mismo edificio, contábamos con otros pisos, despacho, sede central y sede sindical o más abierta. Había que blindarlos. Me encargué de la tarea. La idea esencial era lograr un control en la puerta de entrada que evitara sorpresas ante un posible ataque de ‘clientes/agresores fascistas’. Los pisos eran enormes y situados en una de las mejores zonas nobles de Madrid, los que tenían aquellos espectaculares tamaños, similares a todas las sedes de partidos de entonces, entre otras razones porque sus precios de alquiler, y compra eran baratísimos, hasta la entrada en la OTAN. El plan concreto era habilitar una primera puerta con apertura a distancia, mediante un mecanismo eléctrico, similar a los de puertas comunitarias o comerciales, para dar paso a un hall de entrada estanco, una habitación blindada en la que quedabas retenido, a expensas de la apertura de otra puerta blindada por la persona que controlaba a través de la ventana tras un cristal blindado, como el utilizado entonces en las cajas de los bancos. Había que construir el muro para realizar la estanqueidad, hacer una puerta y blindarla, hacer una ventana y blindarla y comprar mecanismos de apertura y comunicación.
Fue en la calle Conde Duque muy cerca de Alberto Aguilera donde compré las cerraduras de apertura a distancia que instalé fácilmente y en la antigua zona industrial de Méndez Álvaro, tras el Mercado de Legazpi, compré las planchas de acero que atornillamos en las puertas de madera, que dotamos de grandes cerraduras de seguridad, después de construir los tabiques de separación con ladrillo doble. De aquella manera quedamos más protegidos, la idea se perfeccionó con elementos disuasorios simples que pudieran expulsar a gente de hall, troneras en el muro a gran altura para soltar por las mismas recipientes de fino cristal, probetas con productos químicos de venta normal en droguerías, pero que mezclados fueran suficientemente molestos para que visitantes no queridos se sintieran incómodos en el hall. De entonces conservo todavía algún espray de defensa personal.