Llegados a Bristol, tan famosa en otro tiempo por su comercio de esclavos, el camino hacia Bath es casi un juego de niños. Ahora, incluso, hay un sendero ciclista. Un tren nos transporta en apenas un cuarto de hora desde la oscura Bristol Station a la preciosa ciudad de Bath, que aún parece, en la distancia, un emotivo grabado de viajero romántico. Un pequeño detalle junto a las termas y apenas unas cuantas sensaciones me transportaron al recuerdo de viajes anteriores, reales e imaginados. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Quiero comenzar esta semblanza como si fuera un antiguo escritor de viajes. En ese caso, podría decir que una de las ventajas de viajar por Inglaterra durante los días de Semana Santa ("Easter") es la de conocer los comedidos ritos litúrgicos que la Iglesia anglicana celebra con motivo de la muerte y resurrección de Jesús. Es una iglesia que muestra, siempre que tiene ocasión, su vitalidad y voluntad de cercanía. Claro está que lo primero que seduce a los viajeros son las portentosas catedrales (Bath, Salisbury o Wells no son más que tres ejemplos puntuales entre un elenco abrumador), donde la luz de Inglaterra crea una indescriptible belleza a medida que transcurre el día. Nuestro pequeño viaje por algunas ciudades del Sudoeste de Inglaterra comenzó en Bath, que ya desde la estación ofrece una cara amable y acogedora. Sólo hay que recorrer unas calles para llegar al centro de la ciudad, donde está el edificio de las termas y la imponente catedral. Precisamente, al llegar al edificio donde ahora pueden visitarse las antiguas termas romanas, quedamos gratamente sorprendidos por una inscripción cuya primera frase estaba en la antigua lengua de Homero: ARISTON MEN HYDOR. La frase luego se repetía, como pude comprobar, en la puerta principal del edificio . María José y yo reconocimos emocionados que se trataba del comienzo de la Olímpica Primera de Píndaro, un inicio que siempre me ha parecido sorprendente:
"Lo mejor es, de un lado, el agua y, de otro, el oro, como ardiente fuego,
que destaca en la noche por encima de la magnífica riqueza."
(vv. 1-2, trad. C. García Gual).
¡Qué mejor elogio del agua que el de este precioso edificio dedicado a unas termas impresionantes cuya visita no decepciona! Pero ya sabéis que a los viajeros sentimentales, como a Laurence Sterne durante su Sentimental Journey, nos llaman la atención estos pequeños detalles, como encontrar unas palabras griegas o latinas inesperadamente. Píndaro, para mí, es sobre todo un grato recuerdo de Florencia, de una Florencia perdida ya en el laberinto de mi biografía, donde pude encontrar una preciosa edición publicada en 1819. Fue en un librería que estaba justo delante de la Academia, y aquel encuentro me inició ya para siempre en el gusto por los libros antiguos. Fue, al igual que ahora, durante otro viaje llevado a cabo en Semana Santa, esa vez a Italia, donde las liturgias católicas llamaban tanto la atención de los viajeros septentrionales. Recuerdo perfectamente haber leído esos mismos versos de la Olímpica primera, en este caso no sobre la dura piedra, sino en la delicada tipografía de una edición publicada en Pisa cuando todavía Stendhal tomaba el té con las grandes damas romanas. Asimismo, la contemplación de la catedral de Bath, tan airosa y británica, desde la prudente lejanía me hizo recordar viajes soñados a Inglaterra que jamás realicé durante mis años de estudios. Una fatalidad acaso ahora absurda, como fue un malentendido a la hora de llamar por
teléfono a una casa de Cambridge para buscar alojamiento, dio al traste con mi viaje por las abadías de Inglaterra. En mi recuerdo ha quedado, sin embargo, la huella de aquel viaje soñado que ahora realizo desde una realidad completamente ajena a aquella. Por todo ello, al llegar a Bath tuve esta sorpresa grata de recuerdos que pasaron realmente y de otros que fueron mero afán incumplido. Hoy día, ambas cosas tienen el mismo peso vital, y esto me recuerda a cómo se equiparan muchas veces en el tiempo libros que leímos con aquellos que dejamos, simplemente, para otro momento. Los libros leídos a menudo se olvidan, y así se equiparan a aquellos que ni siguiera llegamos a abrir. FRANCISCO GARCÍA JURADO. HLGE