Se acabó el verano y llega el otoño: toca limpieza estacional. Para afrontar tan dura tarea Florita se ha preparado para desayunar un batido contundente, receta de Jeremy para los días de Body Pump. Ha movido muebles, podado las plantas de la terraza, tirado comida caducada, luchado contra pelusas gigantes que reclamaban su territorio (es que Florita es más curiosa que limpia) y para terminar ha guardado la ropa de verano del armario y ha sacado los trenchs, jerseys y medias de otoño. Cuando ha terminado con tan ardua empresa, se ha dejado caer en el sofá del salón, de cuero marrón, desfallecida. El descanso le ha durado muy poco, el teléfono ha comenzado a sonar y Florita, haciendo un tremendo esfuerzo, se ha levantado a cogerlo. ¿Florita? Hola, soy Pablo, no sé si te acuerdas de mí, nos conocimos el día de la entrega de premios de tu revista. ¡A Florita casi le da un soponcio! No había vuelto a saber de Pablo desde aquel fatídico día en la entrega de premios, en que el mal aliento y la falta de un cepillo de dientes se confabularon para impedirla conocer al Príncipe Azul de sus sueños. Han quedado a tomar un café (Florita, previsora se ha agenciado un spray de menta y cuatro rollos de hilo dental) el tema es que, cuando ha querido ponerse algo vistoso, se ha encontrado con el armario repleto de ropas de corte invernal. ¡Qué más da! Pasar un poquito de calor no hace mal a nadie, así con suerte pierdo unos kilitos en el camino, se ha dicho a sí misma. Se ha puesto un jersey de cuello cisne, la falda escocesa de lana y ha puesto rumbo hacia el café donde había quedado con el futuro padre de sus hijos. A medio camino, y con el termómetro marcando 35 grados a causa del Veranillo de San Miguel, Florita ha empezado a sudar a chorros (un problema un tanto recurrente en su vida) por lo que ha intentado aflojarse el cuello del jersey. Un poco más adelante, no podía casi ni respirar. Lo último que ha visto ha sido el letrero de la cafetería, tras lo cual, todo se le ha ido a negro hasta que ha despertado, cegada por los fluorescentes del hospital, mientras unas enfermeras la despertaban pasándole un frasco de sales por debajo de la nariz.
Se acabó el verano y llega el otoño: toca limpieza estacional. Para afrontar tan dura tarea Florita se ha preparado para desayunar un batido contundente, receta de Jeremy para los días de Body Pump. Ha movido muebles, podado las plantas de la terraza, tirado comida caducada, luchado contra pelusas gigantes que reclamaban su territorio (es que Florita es más curiosa que limpia) y para terminar ha guardado la ropa de verano del armario y ha sacado los trenchs, jerseys y medias de otoño. Cuando ha terminado con tan ardua empresa, se ha dejado caer en el sofá del salón, de cuero marrón, desfallecida. El descanso le ha durado muy poco, el teléfono ha comenzado a sonar y Florita, haciendo un tremendo esfuerzo, se ha levantado a cogerlo. ¿Florita? Hola, soy Pablo, no sé si te acuerdas de mí, nos conocimos el día de la entrega de premios de tu revista. ¡A Florita casi le da un soponcio! No había vuelto a saber de Pablo desde aquel fatídico día en la entrega de premios, en que el mal aliento y la falta de un cepillo de dientes se confabularon para impedirla conocer al Príncipe Azul de sus sueños. Han quedado a tomar un café (Florita, previsora se ha agenciado un spray de menta y cuatro rollos de hilo dental) el tema es que, cuando ha querido ponerse algo vistoso, se ha encontrado con el armario repleto de ropas de corte invernal. ¡Qué más da! Pasar un poquito de calor no hace mal a nadie, así con suerte pierdo unos kilitos en el camino, se ha dicho a sí misma. Se ha puesto un jersey de cuello cisne, la falda escocesa de lana y ha puesto rumbo hacia el café donde había quedado con el futuro padre de sus hijos. A medio camino, y con el termómetro marcando 35 grados a causa del Veranillo de San Miguel, Florita ha empezado a sudar a chorros (un problema un tanto recurrente en su vida) por lo que ha intentado aflojarse el cuello del jersey. Un poco más adelante, no podía casi ni respirar. Lo último que ha visto ha sido el letrero de la cafetería, tras lo cual, todo se le ha ido a negro hasta que ha despertado, cegada por los fluorescentes del hospital, mientras unas enfermeras la despertaban pasándole un frasco de sales por debajo de la nariz.