A quienes gobiernan los estados, en general, no les gusta que sus pueblos llanos alcen demasiado la voz. Tal vez porque, cuando los obreros se paran a escuchar las proclamas de quienes pretenden erigirse en defensores de sus derechos, su producción y su docilidad disminuyen a la par.Siempre se ha dicho que soñar es gratis, pero a veces resulta peligroso y se acaba pagando por esos sueños un precio demasiado alto. Y es curioso que la legislación de diferentes países acostumbre a ser más dura con aquellos que se atreven a pensar de un modo diferente que con aquellos otros que roban, violan o matan impunemente.¿Tanto miedo nos dan los sueños? ¿Tan peligrosas nos resultan las personas que se atreven a tener ideas propias y a seguirlas, asumiendo todas las consecuencias?Uno de los discípulos de Freud, el psicólogo y psicoanalista Erich Fromm, escribió un ensayo titulado El miedo a la libertad que se publicó en EEUU en 1941. En él distingue dos tipos de libertad: la positiva y la negativa. Por libertad negativa entiende aquella libertad por la que nos vemos abocados a luchar cuando sentimos que la sociedad tal y como está organizada nos oprime y nos impide ser nosotros mismos. Aunque esta libertad puede resultar perjudicial para el individuo si no va acompañada de la libertad positiva, aquella que implica la conexión con los otros.Desear la libertad es una historia y tratar de conquistarla y materializarla es otra muy distinta. ¿Cuántas personas hay que, después de pasar años en la cárcel, sienten un miedo atroz al momento de su puesta en libertad? Porque esa libertad rompe con sus rutinas cotidianas de todos esos años en cautividad y les obliga a tener que reinventarse, a tomar de nuevo las riendas de sus vidas y, sobre todo, a tener que decidir en todo momento qué hacer con ellas.¿Estamos preparados para ser verdaderamente libres, para que no sigan siendo otros los que decidan por nosotros?En la época en la que Erich Fromm escribió este ensayo, el nazismo campaba a sus anchas por media Europa sembrando el terror y el dolor. Víctimas de ese nazismo fueron muchos republicanos españoles que, en los últimos días de la Guerra Civil Española cruzaron la frontera con Francia huyendo de aquellos que pretendían encarcelarles y/o fusilarles. Los que no se quedaron por el camino, consiguieron respirar un resquicio de libertad que les duró muy poco, porque sucumbieron atrapados en los campos que los franceses habilitaron en algunas playas del sur de Francia para albergarles. Muchas madres tuvieron que enterrar a sus hijos en la arena de esas playas. Otras tuvieron la suerte de poder contar con la protección de instituciones como la Maternidad de Elna. Y muchos otros hombres, mujeres y niños acabaron deportados a campos nazis como Mauthausen, Ravensbrück, Gusen o Dachau, donde les esperaba un infierno aún mayor. Uno de los españoles que pasó tiempo en Mauthausen fue el fotógrafo catalán Francesc Boix, de quien recientemente se ha hecho una película. Gracias a su valentía y a su compromiso con la libertad, muchas de sus fotografías pudieron ver la luz, como testimonio de primera mano del máximo horror que la humanidad había podido ver hasta entonces. Esas fotografías que comprometían a altos mandos de las SS le llevaron a declarar como testigo en dos de los llamados Juicios de Nurenberg en 1946.Francesc Boix sólo tenía 20 años cuando llegó a Mauthausen, pero ya había combatido en la Guerra Civil Española en el banco republicano y había colaborado con la resistencia francesa antes de caer en manos nazis. Tras ser liberado del campo en 1945 decidió quedarse en Francia, donde trabajó como reportero gráfico en periódicos como L’Humanité, Ce soir o Regards. Era muy consciente de que no podía regresar a España, porque aquí nunca le habrían perdonado su pasado republicano ni comunista. Tampoco le tuvieron en ninguna consideración los militantes de su propio partido en Francia, por considerar a los prisioneros de los campos de concentración como a unos perdedores. Tal vez Francesc Boix pudiera ser tomado como ejemplo de esa libertad negativa de la que hablaba Fromm, una libertad que acostumbra a darnos miedo y que algunos prefieren rechazar buscando refugio en el conformismo. Pues, cuando el pueblo se limita a dejarse llevar por quienes ostentan el poder, sean quienes sean, y mira hacia otro lado cuando esos poderosos abusan impunemente de ese poder, tiene su seguridad garantizada. Aunque sea una seguridad en blanco y negro, aunque en ella no tengan cabida los sueños ni las ideas. En ese conformismo ideal está la clave del éxito de todos los regímenes autoritarios. De todos los Franco, los Hitler, los Mussolini o los Stalin. Porque los personajes como ellos se valen de nuestro miedo a la libertad para reprimirnos aún con más fuerza.La LIBERTAD, como la FELICIDAD, como la PAZ, como el AMOR o como todo el resto de GRANDES PALABRAS no debería entenderse como meta, sino como camino. No tendríamos que aspirar a ser libres, sino empezar a serlo un poco cada día. Escuchando otras versiones que no sean las acostumbradas, leyendo autores nuevos, contrastando las informaciones que nos llegan, atreviéndonos a poner en cuarentena nuestros propios credos. Quizá así llegaremos a comprender que haya personas que puedan sentirse plenamente libres, aunque se pasen años encarceladas. Porque sus ideas y sus convicciones son más fuertes que los barrotes que, supuestamente, les privan de libertad.Es curioso cómo todo el mundo reivindica la libertad, pero cuando creemos que la tenemos demasiado cerca, nos acobardamos y nos batimos en retirada, por miedo a que esta vez la alcancemos de verdad. De ahí el auge en los últimos años de partidos de ultra derecha que recogen ese miedo a reinventarnos, a mezclarnos, a adoptar otros credos o a salir un poco más del armario para erigirse como abanderados de lo que, teóricamente, nos define como patriotas. También es preocupante cómo los partidos que se llaman de izquierdas se acaban subiendo al mismo tren que, en lugar de conducirnos hacia el futuro, nos lleva de regreso a tiempos pretéritos. Y es entonces cuando vuelven a estar sobre la mesa todos los derechos que esta pandilla de cobardes consideran que se deberían poner en cuestión y todas las libertades que deberían recortarse para preservar la pureza de nuestra raza. ¿Acaso no se parece este discurso a cualquiera de los discursos que diese Hitler en 1933? ¿Acaso no nos ha demostrado la historia cómo acabaron esas ínfulas de grandeza y esa desmedida secreción de testosterona? ¿Hemos de esperar a ver cómo nos meten en la cárcel por pensar como pensamos, por difundir las noticias que prefieren pasar por el filtro de la manipulación antes de su publicación, por atrevernos a cuestionar sus decisiones o por hacer de internet uno de nuestros aliados?Una sociedad que se considere avanzada, ha de tener la suficiente seguridad en sí misma y en sus gentes como para caminar con firmeza hacia el futuro sin miedo a las dificultades que pueda encontrarse en el camino. Esa sociedad ha de estar abierta a los cambios, dispuesta a aprender de la diferencia, de la disonancia. Ha de aprender a respetar y hacerse merecedora de respeto. Ha de apostar por la innovación, por la flexibilidad, por la mejora del día a día de sus ciudadanos. Ha de permitir que los más jóvenes desarrollen un sentido crítico, porque las críticas constructivas suelen ser una fuente extraordinaria para encontrar nuevas soluciones a los viejos problemas de siempre.Nunca será una sociedad avanzada la que se proponga ponerle puertas al campo, ni perseguir a la mitad de su pueblo por sus ideas disonantes. Eso ya lo hizo Franco en 1939 y lo único que consiguió fue tener a España a oscuras durante casi cuarenta años. ¿Es esa España la que añoran ahora estos nostálgicos del antiguo régimen? ¿La España del silencio impuesto, la España del sentirse culpable hasta de haber nacido?No nos batamos en retirada, que aún no hemos perdido esta guerra.Estrella PisaPsicóloga col. 13749