Recibimos hoy al amigo Wolfville, consignador y linotipista donde los haya. Suyo es "El carnaval del Sr. Wolfville", donde encontramos con regularidad nos habla de literatura (principalmente del siglo XIX), cine en general y clásico en particular, comics, series de televisión y rock de los 70. Compren su entrada y disfruten de las filias y fobias del Sr. Wolfville en su peculiar carnaval, que nos trae hoy...
BATMAN.
Ocurrió lo siguiente. Tenía yo 10 años y mi hermano mayor –habitual compinche de mis
Hablar de cuanto me gustó la película también sería superfluo. Estaba claro que a mis impresionables 10 años repletos de cultura proto-pulp aquel festival de acción, comedia, drama, terror, comic, suspense, y superhéroes estaba destinado a dinamitar mis esquemas como aficionado al cine de un modo que, viéndolo en perspectiva, resultó más demoledor de lo que me pareció entonces. Ok, a ver. Teníamos a Jack Nicholson haciendo de uno de los mejores villanos de la historia, a una Kim Bassinger que apeló a mis más precoces –y bajos- instintos y a un Michael Keaton que derrochaba carisma y cumplía (por mucho que digan algunos). Pero es que además esa atmósfera de cuento gótico y tenebrismo decadente, con esas fascistoides estatuas y esa niebla surgiendo de las alcantarillas, me resultaron inéditas en una trama que tenía como protagonista a un héroe salido de las viñetas. No era luminoso como Superman, ni simpático como El Zorro. Era taciturno y violento, reflexivo e intimidador, cerebral y visceral. Y sobre todo humano. Por mucho que me encantaran las películas de Tarzan de Johnny Weissmuller, aquel
Un par de años después llegó “Batman Vuelve” que me gustó incluso más, pero su valor como marcador de eventos en el desarrollo de una personalidad ya fue menos impactante debido a que con 12 años ya estaba pillado con tantas cosas que me resultaba difícil abarcarlo todo, igual que ahora. Creo que si miró atrás y me comparo con el presente, esa chispa que prendió esta por lo demás muy buena película (con sus fallos incluidos) ha dejado tanta huella que me resulta difícil encontrar mucha diferencia entre mis emociones de entonces y las que tengo ahora. Por eso creo que esta película es, en efecto, la que más me ha marcado de todas. Y seguro que lo sigo pensando la próxima vez que la vea de nuevo: que será la número 200.000 o casi.
WOLFVILLE.