Pues sí, en efecto, Batman, el Caballero de la Noche Asciende (The Dark Night Rises, EU, 2012). No tanto como uno quisiera, pero asciende. El octavo largometraje del inglés hollywoodizado Christopher Nolan -tercero y último que le dedica al Hombre Murciélago- es una cinta fatalmente quebrada que, debo confesar, me resultó de todas formas compulsivamente visible. A veces, acaso por las razones equivocadas. Han pasado ocho años desde que Batman decidió cargar con la culpa de los crímenes de Harvey Dent (Aaron Eckhart), pero esa mentira ha sido fructífera para Ciudad Gótica. Gracias a la draconiana Ley Dent, los delincuentes más peligrosos han sido enviados tras las rejas sin fijarse mucho en los procedimientos, los derechos humanos o cualquier otra monserga de ese tipo. Ciudad Gótica no necesita, pues, más a Batman, y Bruce Wayne, cual émulo de Howard Hughes, se ha mantenido también en las sombras, lamiendo sus heridas sentimentales/existenciales. Sin embargo, una amenaza mayor aparece y obliga a Batman a salir del retiro: un forzudo terrorista llamado Bane (Tom Hardy) llega con la aparente misión de continuar la tarea inconclusa de Ra’s Al Ghul (Liam Neeson): castigar a Ciudad Gótica, esa nueva Roma, esa Babilonia de nuestros tiempos, para restablecer el equilibrio universal –o algo así: los choros de Ra’s Al Ghul siempre me han parecido ininteligibles. Los problemas de TDKR son graves. Por principio de cuentas, el villano. Ya sé que los fanboys batmanescos dirán que Bane es así, que debe llevar un mini-alien en la boca, que esa máscara que le cubre el rostro es fundamental y todo lo que usted quiera. El asunto es que al ser fiel al personaje del cómic, Nolan desperdicia el carisma de Hardy, poseedor de la sonrisa más psicopática del cine después de la de Malcolm McDowell. Y para acabarla, el fin de este villano es el más pedestre desde que a Philip Seymour Hoffman lo atropelló un vocho –o lo que fuera- en Misión: Imposible III (Abrams, 2006). Otro problema: el McGuffin. Nolan ha aprendido bien de Hitchcock que el McGuffin puede ser lo más absurdo del mundo y que es algo que debe interesarle mucho a los personajes, aunque sospecho que no terminó de leer el final de ese apotegma hitchcockiano: “pero a los espectadores les debe tener sin cuidado”. Es decir, el McGuffin debe servir para hacer avanzar la acción, no para detenerla con interminables explicaciones sobre el origen de cierto aparato que se robaron de la trama de El Hombre Araña 2 (Raimi, 2004) o por qué es importante otro chunche que dizque borra toda la información que existe sobre cualquier persona en los archivos oficiales. El colmo del ridículo llega casi al final, cuando Batman, Gatúbela (Anne Hathaway) y el “Q” de Batman, Fox (Morgan Freeman), se quedan alelados escuchando largo y tendido a cierto agonizante personaje villanesco ¡mientras Ciudad Gótica está a punto de ser destruida! Casi podía ver al Graham Chapman de Monty Python interrumpir la escena con su famoso grito: "Silly, silly, silly... too silly!". Hay otros problemas, ya típicos de los tres Batman de Nolan –la incapacidad del cineasta para montar una buena escena de pelea y/o acción, por ejemplo-, pero quisiera anotar por qué, con todo y estos defectos y otros más, TDKR me pareció, decía arriba, compulsivamente visible. Una y otra vez, cuando la cinta parecía que terminaría siendo peor que Batman Inicia (2005), aparecían destellos de la gran película que podría haber sido, cambios de tono que desgraciadamente no llegaron nunca a concretarse: las inapelables sentencias dictadas por el Dr. Crane (Cillian Murphy) –“muerte o muerte… por exilio”-, cual episodio apenas caricaturesco de la Revolución Francesa (o de nuestro CGH noventero); cierta escena de baile entre Bruce Wayne y la ladrona Selina Kyle (Hathaway) en la que, aunque parezca mentira, Christian Bale, muestra que puede ser encantador si le dieran la oportunidad de serlo; algún detalle auto-referencial que empequeñece al propio Batman frente a la indomable Gatúbela ("Con que eso es lo que se siente", dice Batman, admirado, cuando la Mujer Gato desaparece dejándolo hablando solo); la manera en la que Anne Hathaway termina imponiéndose a todo y a todos -a la trama más emborucada que compleja, a la solemnidad de Nolan, a la seridad del propio Bale que parece hasta agradecido cuando está junto a ella-, como si estuviera repitiendo la gracia de su trabajo en el Oscar; y finalmente, la forma en la que Nolan intenta -a veces lo logra, a veces no- encadenar a su personaje central y a sus acciones con los grandes (anti)héroes justicieros/vengadores del cine americano clásico, desde los albores del western hasta Harry “el Sucio”, pasando por Wyatt Earp, Ethan Edwards o Will Kane... En cuanto terminé de ver TDKR, apunté ese día en twitter, recordé el chiste de las viejitas que Woody Allen cuenta al inicio de Dos Estraños Amantes (1979). Y es que, con todo y las oportunidades perdidas ya descritas, me quedé con la sensación de que TDKR fue servida por Nolan en "porciones muy pequeñas". Es decir, la cinta falla por sus excesos -esas explicaciones de todo-, por algunas decisiones equivocadas -el desperdicio de la personalidad de Hardy-, pero también por sus carencias: aun con sus 164 minutos de duración, me quedé con la idea de que a Nolan le faltó tiempo para, por ejemplo, desarrollar de una manera más creíble la relación de la misteriosa Miranda (Marion Cotillard) con Bruce Wayne, de tal forma que cuando los dos se van a la cama -o, bueno, al suelo- ese giro argumental no parezca gratuito/inútil. Sí, en efecto, TDKR es un filme fallido, quebrado, que no llegó a la sima de Batman Inicia por esos destellos que ya anoté... Y, ni modo, me quedé con ganas de ver más. Más de Hathaway, más de Bane sin máscara, más juicios del Dr. Crane... Pero ni modo: será para la próxima, acaso ya sin Nolan y con otro Batman (o más bien, Robin) encarnado por Joseph Gordon-Levitt. En una de esas, Batman y sus villanos salen beneficiados.
Pues sí, en efecto, Batman, el Caballero de la Noche Asciende (The Dark Night Rises, EU, 2012). No tanto como uno quisiera, pero asciende. El octavo largometraje del inglés hollywoodizado Christopher Nolan -tercero y último que le dedica al Hombre Murciélago- es una cinta fatalmente quebrada que, debo confesar, me resultó de todas formas compulsivamente visible. A veces, acaso por las razones equivocadas. Han pasado ocho años desde que Batman decidió cargar con la culpa de los crímenes de Harvey Dent (Aaron Eckhart), pero esa mentira ha sido fructífera para Ciudad Gótica. Gracias a la draconiana Ley Dent, los delincuentes más peligrosos han sido enviados tras las rejas sin fijarse mucho en los procedimientos, los derechos humanos o cualquier otra monserga de ese tipo. Ciudad Gótica no necesita, pues, más a Batman, y Bruce Wayne, cual émulo de Howard Hughes, se ha mantenido también en las sombras, lamiendo sus heridas sentimentales/existenciales. Sin embargo, una amenaza mayor aparece y obliga a Batman a salir del retiro: un forzudo terrorista llamado Bane (Tom Hardy) llega con la aparente misión de continuar la tarea inconclusa de Ra’s Al Ghul (Liam Neeson): castigar a Ciudad Gótica, esa nueva Roma, esa Babilonia de nuestros tiempos, para restablecer el equilibrio universal –o algo así: los choros de Ra’s Al Ghul siempre me han parecido ininteligibles. Los problemas de TDKR son graves. Por principio de cuentas, el villano. Ya sé que los fanboys batmanescos dirán que Bane es así, que debe llevar un mini-alien en la boca, que esa máscara que le cubre el rostro es fundamental y todo lo que usted quiera. El asunto es que al ser fiel al personaje del cómic, Nolan desperdicia el carisma de Hardy, poseedor de la sonrisa más psicopática del cine después de la de Malcolm McDowell. Y para acabarla, el fin de este villano es el más pedestre desde que a Philip Seymour Hoffman lo atropelló un vocho –o lo que fuera- en Misión: Imposible III (Abrams, 2006). Otro problema: el McGuffin. Nolan ha aprendido bien de Hitchcock que el McGuffin puede ser lo más absurdo del mundo y que es algo que debe interesarle mucho a los personajes, aunque sospecho que no terminó de leer el final de ese apotegma hitchcockiano: “pero a los espectadores les debe tener sin cuidado”. Es decir, el McGuffin debe servir para hacer avanzar la acción, no para detenerla con interminables explicaciones sobre el origen de cierto aparato que se robaron de la trama de El Hombre Araña 2 (Raimi, 2004) o por qué es importante otro chunche que dizque borra toda la información que existe sobre cualquier persona en los archivos oficiales. El colmo del ridículo llega casi al final, cuando Batman, Gatúbela (Anne Hathaway) y el “Q” de Batman, Fox (Morgan Freeman), se quedan alelados escuchando largo y tendido a cierto agonizante personaje villanesco ¡mientras Ciudad Gótica está a punto de ser destruida! Casi podía ver al Graham Chapman de Monty Python interrumpir la escena con su famoso grito: "Silly, silly, silly... too silly!". Hay otros problemas, ya típicos de los tres Batman de Nolan –la incapacidad del cineasta para montar una buena escena de pelea y/o acción, por ejemplo-, pero quisiera anotar por qué, con todo y estos defectos y otros más, TDKR me pareció, decía arriba, compulsivamente visible. Una y otra vez, cuando la cinta parecía que terminaría siendo peor que Batman Inicia (2005), aparecían destellos de la gran película que podría haber sido, cambios de tono que desgraciadamente no llegaron nunca a concretarse: las inapelables sentencias dictadas por el Dr. Crane (Cillian Murphy) –“muerte o muerte… por exilio”-, cual episodio apenas caricaturesco de la Revolución Francesa (o de nuestro CGH noventero); cierta escena de baile entre Bruce Wayne y la ladrona Selina Kyle (Hathaway) en la que, aunque parezca mentira, Christian Bale, muestra que puede ser encantador si le dieran la oportunidad de serlo; algún detalle auto-referencial que empequeñece al propio Batman frente a la indomable Gatúbela ("Con que eso es lo que se siente", dice Batman, admirado, cuando la Mujer Gato desaparece dejándolo hablando solo); la manera en la que Anne Hathaway termina imponiéndose a todo y a todos -a la trama más emborucada que compleja, a la solemnidad de Nolan, a la seridad del propio Bale que parece hasta agradecido cuando está junto a ella-, como si estuviera repitiendo la gracia de su trabajo en el Oscar; y finalmente, la forma en la que Nolan intenta -a veces lo logra, a veces no- encadenar a su personaje central y a sus acciones con los grandes (anti)héroes justicieros/vengadores del cine americano clásico, desde los albores del western hasta Harry “el Sucio”, pasando por Wyatt Earp, Ethan Edwards o Will Kane... En cuanto terminé de ver TDKR, apunté ese día en twitter, recordé el chiste de las viejitas que Woody Allen cuenta al inicio de Dos Estraños Amantes (1979). Y es que, con todo y las oportunidades perdidas ya descritas, me quedé con la sensación de que TDKR fue servida por Nolan en "porciones muy pequeñas". Es decir, la cinta falla por sus excesos -esas explicaciones de todo-, por algunas decisiones equivocadas -el desperdicio de la personalidad de Hardy-, pero también por sus carencias: aun con sus 164 minutos de duración, me quedé con la idea de que a Nolan le faltó tiempo para, por ejemplo, desarrollar de una manera más creíble la relación de la misteriosa Miranda (Marion Cotillard) con Bruce Wayne, de tal forma que cuando los dos se van a la cama -o, bueno, al suelo- ese giro argumental no parezca gratuito/inútil. Sí, en efecto, TDKR es un filme fallido, quebrado, que no llegó a la sima de Batman Inicia por esos destellos que ya anoté... Y, ni modo, me quedé con ganas de ver más. Más de Hathaway, más de Bane sin máscara, más juicios del Dr. Crane... Pero ni modo: será para la próxima, acaso ya sin Nolan y con otro Batman (o más bien, Robin) encarnado por Joseph Gordon-Levitt. En una de esas, Batman y sus villanos salen beneficiados.