Por tanto, cuando el alumno estaba ensimismado, abstraído, ajeno al presente que podía ser más o menos aburrido, la llamada de atención aludiendo al enclave geográfico de Las Batuecas estaba más que indicado.
Hoy por hoy seguimos en las mismas: ensimismado en la presencia de la Divinidad y siempre en el espacio geográfico aludido.
Creo que nunca he salido de Las Batuecas, ahí me he quedado sin ver pasar el tiempo, puesto que el tiempo es una ficción de nuestra mente.
En este singular lugar existe una ermita secreta. No me refiero a la de los padres Carmelitas, poseedores de un convento que incluso dispone de una sencilla hospedería. No. La ermita que digo está oculta en el monte, desconocida para turistas e incluso para exploradores existenciales. Es una ermita desde donde se pueden contemplar las más espectaculares panorámicas del valle, está en lo alto; pero a la vez está muy baja. Es una ermita única, casi invisible. Sólo aparece cuando el buscador tiene el alma preparada para el encuentro.¿De qué encuentro me hablas? Oh sí, este encuentro se saborea en el abandono absoluto, sin pasado, sin presente, sin futuro. Dejar que la Divinidad tome la iniciativa y haga lo que tenga que hacer. Y recitaré con el salmista: “Huiré lejos, y moraré en el desierto” (Sal. 54,8).
Las Batuecas son el desierto, la paz, la unión. En la ermita secreta estamos Él y yo, y cuando abandono la sensaciones y las percepciones, solo queda Él.