Baudelaire. El esplín de París

Publicado el 25 abril 2014 por Santosdominguez @LecturaLectores

Charles Baudelaire.El esplín de París.Traducción e introducción de Francisco Torres Monreal.El libro de bolsillo. Alianza Editorial. Madrid, 2014.
Multitud, soledad: términos equivalentes, y equiparables para el poeta activo y fecundo. Quien no sabe poblar su soledad, tampoco entiende de andar solo en medio de una muchedumbre ajetreada.
El poeta goza del incomparable privilegio de poder ser, a su antojo, él mismo y otro. Al modo de esas almas errantes en búsqueda de un cuerpo, el poeta entra, cuando bien le parece, en la persona de cada cual. (...)
El paseante solitario y pensativo extrae una singular borrachera de esta universal comunión. Aquel que con facilidad se desposa con la muchedumbre  experimenta  goces febriles de los que por siempre se verán privados el egoísta, aherrojado como caja de caudales, y el perezoso, recluido cual molusco. El paseante solitario adopta como suyas todas las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias que las circunstancias le deparan.
Esos párrafos, de Las muchedumbres, uno de los poemas en prosa de El esplín de París, de Charles Baudelaire, que publica Alianza Editorial con traducción y prólogo de Francisco Torres Monreal,  forman parte –igual que otros textos memorables del libro, como Invitación al viaje o Las ventanas- del canon del que surge la poesía contemporánea a partir de Las flores del mal.
Cuando Baudelaire dio por terminadas esas flores malsanas que acercaban la vida a la literatura y suponían la desacralización del arte y el artista, empezó a escribir con una discontinuidad que ocupó los diez últimos años de su vida, los poemas en prosa del Esplín de París, el contrapunto de Las flores del mal, su réplica en prosa. 
La relación entre ambas obras es evidente: Spleen e ideal se titulaba la primera parte de Las flores del mal; Cuadros parisienses la segunda, con la misma incursión en la ciudad como fondo y como tema, pero hay además un mismo tono moral, un punto de vista parecido, una tonalidad lírica semejante que a veces se convierte en una reescritura. Las viudas, por ejemplo, es una réplica explícita de Las viejecitas, un poema de Las flores del mal. 
En las dos obras, el caos movedizo de la gran ciudad se convierte en el paisaje literario y vital que sirve de fondo a la exaltación del presente y a la conciencia de sí mismo del artista, relegado al anonimato de las multitudes y la vida moderna, habitante de los márgenes sociales -como el mendigo, el loco o el viejo saltimbanqui que aparecen en estos textos- y con una capacidad crítica que siglo y medio después siguen mostrando una voz asombrosamente contemporánea.
Baudelaire vivió entre 1821, el mismo año que murió Napoleón, y 1867, el año en que Marx publicaba El capital. Entre esas dos fechas transcurrió la vida de uno de los fundadores de la modernidad y el autor que más ha influido en la poesía contemporánea, no sólo por haber creado el género del poema en prosa, una de las formas características de la modernidad, sino por haber incorporado en estos textos alguno de sus temas fundamentales como el reflejo de una identidad borrosa y desvanecida, la obsesión por el paso del tiempo o el tedio que aparece en el título.
Lo resumió en el comienzo de Las muchedumbres:  
No a todos es dado tomar un baño de multitud; gozar de la muchedumbre es un arte; y únicamente puede, a expensas del género humano, permitirse un exceso de vitalidad aquel a quien un hada insufló ya en su cuna el gusto por el disfraz y por la máscara, el odio al domicilio y la pasión por el viaje.
Aunque algunos de ellos habían ido apareciendo desperdigados en revistas de la época, los cincuenta textos que forman la arquitectura definitiva del libro se publicaron póstumos y son el reflejo de un hastío heredero del mal du siècle de los románticos. 
Un hastío que explora la distancia entre la realidad y el deseo y se convierte a la vez en impulso autodestructivo y en motor de una creatividad que –como señala Francisco Torres Monreal en su introducción- es la expresión lírica, egocéntrica, del propio autor. En el poema en prosa (...) Baudelaire se dice a sí mismo.”
Santos Domínguez