BBF#115
Se vivía bien en aquella ciudad de Europa del Este donde la primavera era agradable. Avanzada la noche, Piotr y Marusia Ermakov se aproximaron a sus ventanas para asistir a un espectáculo único. A unos tres kilómetros, unos colores azules, naranjas y rojos muy vivos se habían adueñado del cielo. Los vecinos eran unánimes y se comunicaban de un balcón a otro: el espectáculo era magnífico.¡Qué ganas de seguir! Espero terminarlo este finde. Nos seguimos leyendo.
Al día siguiente, a pesar de cierta agitación en las calles, los chiquillos seguían jugando a torso desnudo en el parque, cerca de la noria y de los autos de choque. Los campesinos vendían sus verduras en la plaza del mercado y las mujeres conversaban entre ellas, a pesar del zumbido de los helicópteros y de la cacofonía de las sirenas perdidas a lo lejos. Allá, en el horizonte, había sucedido algo que, por descontado, no era divertido, pero aunque se hablara de ello no suscitaba preocupación. ¿Acaso no les habían dicho que la ciudad era tan segura como el centro de la plaza Roja? Y, además, se trataba simplemente de una fábrica en llamas de la que no se sabía a ciencia cierta qué fabricaba y de la que no se hablaba ni en la radio ni en Pravda. No había, pues, por qué preocuparse. (“Atomka”, Franck Thilliez)