Beagle, Isla de Lobos, 16-21 de junio 2013

Por Bcmt


La Isla de Lobos está a escasos kilómetros al norte de Fuerteventura, y, aunque hay mar de por medio, es una pedanía del municipio de la Oliva. No está deshabitada y en ella viven algunos pescadores en casas que parecen barracones, muy modestos, como si los hubiera fabricado un Robinson Crusoe cualquiera, así que ideales para mi imaginación. El tamaño total es de unos 4,5 km2, y los senderos rústicos permiten recorrerla de arriba a abajo. El aspecto de la isla es volcánico, con suaves acantilados de rocas y piedras negras, bañadas por aguas trasparentes que, de lejos, se perfilan en varios tonos de azul, desde el turquesa al ultramar. Hay más de un centenar de especies vegetales, que comentaré con detalle en el blog de fauna y flora y ciertos tipos de aves. También es posible explorar la fauna y flora marina, incluso sin oxígeno, con gafas y tubo.El nombre de «lobos» hace referencia a que estuvo poblada por lobos de mar, es decir, la llamada foca monje. Esta especie es muy voraz con el pescado, porque llega a comer 35 kg diarios. Los pescadores las erradicaron por razones de supervivencia, error que se está intentando subsanar en la actualidad.
¿Qué me ha aportado a mí esta escala? En primer lugar, la constatación de que hay seres humanos que viven desapegados de todo lo material, pero rodeados de una naturaleza exuberante, de manera que la riqueza no les viene de las posesiones o los honores sino del nivel estético que les rodea. Esta gente tiene muy pocas cosas, pocos objetos, pero ven en unas horas de cada uno de sus días más belleza que yo en todo el año. Tienen una armonía y una paz interior, todo ello en medio de un verdadero silencio solo interrumpido por el estallar de las olas y las gaviotas, que yo solo alcanzo tras cinco horas tocando a Bach.  

En segundo lugar, que para todas las metas que nos marcamos los que vivimos en el mundo académico, sea terminar una tesis como nuestros alumnos, sea dirigirla, sea publicar un libro, etc. es necesario bañarse en la Naturaleza. Tiene la capacidad de regenerar nuestras fuerzas y hacernos sentir que cualquier proyecto es realizable, cualquier obstáculo salvable.

Por último, si uno siente pasión por la Geología y las especies naturales entonces ya se sube a otro nivel donde habita una forma diferente de felicidad que no depende de que las cosas nos salgan bien o a nuestro gusto. Existe por sí misma y uno la recibe sin tener que luchar por ella.
Lo que he sentido nadando con el león marino de la foto o escuchando el ritmo perfecto de su respiración fuera del agua para poder sumergirse de nuevo no cabe en este blog. No hay páginas ni entradas suficientes para que yo pueda explicar la alegría interior que me ha dejado. Es evidente que si uno tiene miedo a los animales tendrá que buscar otro tipo de experiencia, porque por supuesto que impone chapotear con una mole negra que pesa toneladas, y la precaución de base obliga a llevar chaleco incluso aunque uno esté acostumbrado a nadar en altamar. Pero más que un gesto de valor es un salto de confianza absoluto y de fe en que las características de cada especie animal solo están condicionadas por su supervivencia. El león marino, teniendo sus 40 kg de pescado, no tiene necesidad alguna de ser violento y en cambio sí le gusta empujarte una vez y otra para jugar y jugar en el agua. 

Creo que no he inculcado suficientemente a mis alumnos la necesidad de encontrar tiempo para ir a un bosque, una montaña, una playa y dejar la mochila de las preocupaciones entre los árboles o las rocas. La obsesión por prepararnos bien, sobre todo para un futuro más incierto que el de otras generaciones, no deja espacio para hablar de lo esencial: en primer lugar, la Vida. En segundo lugar, que la formación, en nuestro caso la música, debe por encima de todo servirnos para estructurarnos y fortalecernos, para que nos abrigue de los inviernos de tantas situaciones humanas, tan incomprensibles como desesperantes. La formación que elegimos debe ser uno de nuestros faros, algo que nos ilumine y nos guíe. Desorientados y perdidos en la oscuridad de diplomas, exámenes, concursos, aneca y otras cuestiones necesarias pero no realmente fundamentales perdemos de vista que nos gustan las melodías, los ritmos y simplemente escuchar: escuchar la lluvia, el viento, el mar.  Elegimos una carrera de inmenso placer estético y nos vamos olvidando de él. Por eso nos entran dudas y por eso nos sentimos desanimados. La Naturaleza lo reequilibra todo: lo que somos y lo que amamos. Vivir sin ella es un error.