Beata María de los Ángeles, virgen carmelita. 16 de diciembre.
Se llamaba María Ana, y era hija de los condes di Baldissero, de Turín, emparentados con la familia de San Luis Gonzaga. Nació María en 1661 y desde niña manifestó dotes para la oración y la vida monástica. Ya antes de la edad reglamentaria para recibir la comunión, pasaba ratos suspirando por recibir la Eucaristía, cosa que hizo a los 13 años, según la costumbre del siglo XVII. Desde entonces, empezó a preferir el retiro y la austeridad, en lugar de la ostentación y distracciones propias de su edad y condición social.
A esta edad le sucedió algo que fue determinante en su vocación religiosa: Viajó a Saluzzo con su madre, para acompañar a una tía, que entraba al monasterio cisterciense de esta ciudad. Habiéndoles permitido entrar a la clausura, María quedó prendada de la vida religiosa y quiso quedarse allí mismo y tomar los hábitos. Ante la rotunda negativa de la madre, intercedió la abadesa, pidiendo al menos se quedara como estudiante interna, perfeccionado sus virtudes y conocimientos. Y así se hizo. Al cabo de un año, y con la intención firme de ser monja, tuvo que viajar a su casa, debido a la muerte de su padre.
Estando allí, se celebraba la Festividad de la Sábana Santa de Turín y como María nunca había visto esta reliquia, quiso ir. Asomada al balcón de unos parientes, veía la procesión cuando comenzó a llover y, como no quería retirarse por respeto a la reliquia, un padre carmelita que estaba a su lado, la cubrió con su capa. “¡O justos juicios de Dios!” –dice su biógrafo – “fue tal el efecto que produjo en María, que como la de Elías en Eliseo, la encendió en los mas vivos deseos de ser Carmelita descalza”. Esto tampoco gustó a su madre, pero los ruegos y las influencias de religiosas y eclesiásticos lograron lo que quería María: ser religiosa.
Entró al monasterio de Santa Cristina de Turín en 1675, donde fue ejemplo para las demás religiosas, tanto mayores, como las que entraron luego de ella. Destacó sobre todo en la obediencia y la humildad, aunque fue probada con grandes enfermedades durante catorce años, sin manifestar quejas, sino siempre se mantuvo de buen ánimo. A pesar de tantas dolencias no abandonó las penitencias ni el cilicio que llevó toda su vida. Sufrió la ceguera, dolores lumbares, además de tentaciones diabólicas contra la caridad, la pureza o la fe. Luego de esta etapa dolorosa, el Señor le premió con varios consuelos divinos, como apariciones y revelaciones, don de conciencias y algunos milagros. Fue elegida priora cuatro veces, siendo ejemplo de sensatez, caridad, justicia y observancia religiosa. Aún siendo superiora, continuó usando un pobre hábito y la celda más incómoda, en lugar de la correspondiente a la priora.
Fue muy apreciada por obispos y nobles, que la ayudaron en la fundación del Carmelo de Moncalien, en 1702. Su influencia logró conversiones de nobles alejados de la fe, de conversión de costumbres de cristianos relajados y actuó con diplomacia entre facciones enfrentadas en Turín. Amante de la pureza, llegó a hacer voto de no mirar a nadie al rostro jamás, ni permitir que su cuerpo fuera tocado jamás y no lo permitió ni en sus múltiples enfermedades. Todo esto le fue dando fama de santa, que se vio manifiesta el día de su muerte, el 16 de diciembre de 1717, por la cantidad de personas que acudieron al convento a venerar su cuerpo y solicitar su intercesión. Pío IX la beatificó en 1865.
Oración: Benignísimo Señor, que infundiste en el corazón de la Beata María de los Ángeles un ardiente deseo de ejercitarse desde su niñez en todo género de virtudes, y de tal suerte lo aprovechó, que todos los días de su vida fue un dechado de todas ellas, por lo cual obtuvo siempre vuestro amparo y el de vuestra Santísima Madre: con la mas profunda humildad me postro delante de Vos y os suplico por la intercesión de la bienaventurada María me concedáis la pureza de alma y cuerpo con todas las virtudes teologales y morales, para que siendo fiel imitador suyo en su ejercicio, y en la pureza de costumbres, merezca en esta vida ser amparado de Vos y de vuestra Santísima Madre, para gozaros después en compañía suya en el cielo. Amen.