Beber

Publicado el 21 abril 2013 por _jorge_

¡Qué coño!

El cielo y el infierno absolutamente iguales para mi y mi gorra de béisbol con su banderita española. Y beber; esencialmente estar borracho, drogado, con la percepción de la realidad alterada merced a un agente externo que uno se mete en el cuerpo. ¿Pretenciosidad, ego…? Nooo, solo ganas, deseos de estar borracho como una cuba.

Hace tiempo que no bebo. Se ha muerto un amigo con el que yo bebía hasta caer borracho. Ya no sé si beberé más, es como si ya no fuera elegante, como si ya no tuviera razón de ser.

Soy un borracho. Sí. Un borracho que no bebe, que se aguanta las ganas, o que se las aguanta hasta que ya no puede hacerlo y llega a gatas a su casa. No sucede mucho, solo un poquito cada cierto tiempo. Ahora mismo estoy oyendo a Hendrix, y es mala influencia, créanme, para las cosas de las drogadicciones de los cuerpos santos y diáfanos, como el mío. Hendrix es droga, amigos; hay que saber escucharlo, simplemente.

Una vez, no en mi mejor estado mental, reflexioné acerca de que el drogadicto se droga porque quiere morir; no desea drogarse y gozar con ese estado, no, lo que ansía es morir, encontrar la muerte. En el momento en que pensé esto me pareció muy apropiado y evidente, cosa que ya luego, en estado de lucidez no me lo pareció tanto.

El principal problema de la droga es que uno se siente de puta madre consumiéndola. Yo soy de los de botella, y me encuentro en la gloria en ese punto milimétrico en que estás borracho con elegancia, con ocurrencia, con ingenio. Por desgracia, a ese punto o no se llega o se sobrepasa, y entonces ofreces una imagen triste, patética de ti mismo.

Llegué en ocasiones a estar tan borracho y durante tanto tiempo que el estado de embriaguez me pareció el apropiado y el razonable para mi forma de ser. Estar sobrio era parecido a resultar estúpido, aburrido. Estar drogado, en cambio, significaba sacar lo mejor de mi mismo, de mis ideas y ocurrencias, y experimentar todo lo sensitivo de manera más intensa y directa que con la aburrida y aséptica realidad.

Son miradas a un libro que se lee con letras o se vive con imágenes que están vivas y te comen la imaginación.

Por El niño sipote