En primer lugar, debo admitir que amé la idea de un personaje que se focalizara en comprar, comprar y comprar, y no sólo ropa sino todo aquello que tenga precio y (no) sirva para algo. La desesperación y ahínco que le transmitió Sophie Kinsella a su Rebecca Bloomwood es para remarcar.
En esta secuela a la original, la idea de una comprahólica se ha vuelto más espectacular y ambiciosa que la anterior, centrando la trama en el viaje de Becky a la Meca: Manhattan. Allí ahora de las suyas, y gastará hasta más no poder, hasta que las cosas se pongan feas. ¡Y cómo de feas se ponen!
Bordeando la mentira patológica, Becky miente sin cesar para cubrir sus huellas de compras pero no puede, ya que alguien la está siguiendo de cerca para exponer su caro estilo de vida. Una cosa lleva a la otra, y en donde había comedia nos encontramos nuevamente con un drama hecho y derecho, en el que (por supuesto) todo se ve aclarado al final.
Yo me pregunto, ¿se puede ir tan mal y terminar tan bien como lo hace Rebecca? ¿Con un empleo soñado y demás? Al parecer a Sophie Kinsella le gusta hacer sufrir a su personaje (livianamente) hasta el no va más para después darle un giro happy-go-lucky a la historia; no me quejo, es el punto de sus historias, pero ¿da sus frutos realizar la misma acción libro a libro?
En ciertos momentos, Becky raya en lo absurdo y se comporta como una adolescente sin responsabilidades, cuando en realidad es una mujer grande y bastante sabedora de lo que hace. Hay que hacer una suspensión de la credulidad de sus actitudes, ya que en ciertos momentos (y no sólo en esta novela, sino en las que les siguen) su carácter se pasa de la raya y uno puede llegar a odiarla.
Así como me gustó mucho el primer libro y su adaptación cinéfila, este segundo libro de Kinsella me dejó un poco sorprendido por como estiró la actitud de su personaje más carismático y salió indemne, aunque no concuerdo con su 'endogamismo' que dejó para Suze, la mejor amiga de Becky, y su primo Tarquin. ¿En qué estaba pensando?
Calificación: Buena