"Déjame cantarte un vals", cantaba la bella Celine a Jesse, en aquella buhardilla de Paris, mientras tomaban una manzanilla antes de que Jesse se fuera al aeropuerto para volver a Nueva York. Muchas películas me gustan simplemente por detalles. En esta, por ejemplo, hay muchos. Por ejemplo, se habla de París sin caer en tópicos de películas románticas de la capital francesa: No hay besos en un parque, no comen croissants en un hotel, no se ve la Torre Eiffel en ningún momento. Cosas así. Tal vez porque no es una película romántica. Es más bien un documental: Se presenta la naturalidad de esos personajes que se vuelven a ver después de tanto tiempo, y con tantas cosas de las que hablar.
Es 'Antes del atardecer', la segunda película de Richard Linklater sobre la pareja que una vez decidieron pasar un día y noche inolvidable cuando decidieron bajarse de aquel tren en Viena. Eran jóvenes. Eternos. Bellos y arriesgados. Pasionales. Creo haber sido algo de eso alguna vez, o tal vez no eran más que síntomas de un romanticismo empedernido. A veces nadaba en un estanque de tormentas, con el techo casi golpeando mi cabeza tratando de no ahogarme en él. Pero recuerdo que tuve grandes momentos. Esos que marcan gustosos e imperecederos en la memoria como tatuajes en la piel. No pude dejar de sentir algo especial al ver esta película, algo que me conectaba con ese momento único y trágico en el que se atisba una despedida. Ese "Pues bueno, ahora nos vamos cada uno por nuestro lado". Y sentir, no esa ñoñería de las putas mariposas en la tripa, no. Me refiero a una explosión en cadena, apenas incontrolable, que se te escapa del corazón mediante latidos ensordecedores que te aturden y enfocan tu visión de la realidad sólo en un punto que sabes que en un momento u otro acabará por difuminarse en la lejanía.
O quizás, decides perder ese avión.
Ese avión, Jesse.
Y cambias tu vida para siempre.
A veces sueño con aviones. Antes era más de trenes: Estaciones gigantescas y vacías con trenes que pasaban a mi lado a toda velocidad. Últimamente son aviones. Dentro, despegando, aterrizando, en tierra. Con esa sensación de majestuosidad al contemplarlos, como ahora hago cada día, al despegar y aterrizar. Y también ese momento de pánico 'may-day' ante el momento crítico del despegue. Nunca entendí los significados de los sueños. Creo que son simplemente recursos aleatorios que usa nuestro cerebro para entretener nuestro descanso. Más allá de las causas científicas, claro, si investigáis un programa llamado 'Resolume', encontraréis ciertas similitudes con ese acto de soñar. Con esta aplicación, puedes lanzar videos de forma aleatoria en proyectores, por ejemplo. En un sueño tenemos esas imágenes basadas en nuestros recuerdos que tratan de sincronizarse con las ondas cerebrales que trabajan sin descanso toda la noche, fluctuando según nuestras preocupaciones, estados de ánimo o simplemente la digestión de la cena.
Y yo que quería hablar del amor, las relaciones y una buena trilogía dirigida por Richard Linklater sobre la pareja, el paso del tiempo y los sentimientos. Y al final acabo por hablar de trenes, aviones y un programa para VJ. Ah, y no sé qué movida sobre explosiones en cadena y latidos ensordecedores. Esto último, dejes de aquel romántico del estanque de tormentas, supongo.
Me temo que si continuo podría escribir muchísimos párrafos esta noche.
Otro día hablamos con calma de 'Antes del amanecer', 'Antes del atardecer', y por supuesto 'Antes del anochecer'.