Este film tiene el encanto de las comedias tristes americanas que provocan continuas sonrisas, a través del absurdo de las situaciones que presentan. La vida a menudo nos sitúa en el centro de una inexplicable nebulosa de acontecimientos que, en la mayoría de los casos, no comprendemos. El absurdo invade nuestra existencia porque forma parte de la teoría del caos y de lo imprevisible que regenta el universo. Solamente si aceptamos que la lógica puede quedar excluida de nuestro futuro, podremos asimilar las sorpresas que el teatro existencial nos tiene preparadas en el segundo acto.
Tras el fallecimiento de su esposa y cuatro décadas de matrimonio, el padre del protagonista, a sus 71 años, sorprende a su hijo con tres confesiones: su homosexualidad, la existencia de un amante y su próxima muerte.
Aunque parezca demasiado cinematográfico, lo curioso es que, como suele suceder, la realidad supera la ficción y el guión está basado en la vida del director de esta película, Mike Mills. Por eso la historia, en lugar de parecer demasiado forzada, tiene tanta credibilidad en la pantalla.
El éxito de esta modesta comedia se debe en gran parte a la magia y a la poderosa química que se ha establecido entre el cuarteto protagonista. Christopher Plummer y Ewan McGregor, padre e hijo, sin reproche alguno intentan comprender el futuro e interpretar el pasado a través de estas revelaciones, Mélanie Laurent, en el papel de actriz francesa, de paso por los EE.UU., que conoce al protagonista de la película y se lanza a un territorio desconocido, y la sorpresa más agradable del film, el protagonista canino, que no necesita hablar para compartir sus pertinentes reflexiones.
Un guión redactado con sensibilidad, nostalgia y mucho cariño hacia estos personajes tan perdidos, indiferentemente de su edad, y tan principiantes como todos nosotros, en este delicado, y siempre imprevisible, paseo por el amor y la muerte.