Hay unas cuantas cosas que la serie promedio debe respetar para tener asegurado el éxito, o al menos para no tentar demasiado a la mala suerte, la ira de los fans y la decepción traducida en ratings en picada. Una de esas premisas es: hacé sufrir al/los protagonistas, cuanto más sufran la gente más se engancha, pero nunca los mates. Menos de manera definitiva… menos a todos los protagonistas. Una serie acéfala, tal como está planteada la industria, parece una locura destinada al fracaso. Si me lo preguntaban antes de ver Being Human, lo ratificaba. Si me lo decían habiendo visto ya un par de temporadas de Being Human, también lo hubiera sostenido. Pero, al fin de cuentas, esta serie no es normal y dio vuelta la tortilla. Al menos en mi caso.
En entradas anteriores sobre la temporada 3 y el programa en general habíamos hablado de una serie que volvió a traerle esperanza a ese errático concepto de modernizar los clásicos. Sin caer en el cliché adolescente de otras series como Teen Wolf y toda la generación Twilight, sin basarse en personajes carilindos y chatos y, sobre todo mechando el humor más inocente y absurdo con las historias más tétricas y dramáticas, a veces hasta morbosas, así irrumpió Being Human y lo sostuvo a lo largo de tres excelentes temporadas que iban descubriendo un arco argumental general que a medida que avanzábamos tomaba las dimensiones de una hecatombe mundial.
Y entonces, en la cresta de la ola, se decidió terminar la tercera con algo impactante, inesperado y tan rotundo que nos dejaba ante un panorama peligroso. Y fue algo tan fuerte que, si no llegaste al capítulo, será mejor que no leas a partir de ahora…
Mitchell se fue, se convirtió en polvo, literalmente y ni el precedente de otros vampiros re-resucitados parecía dar un panorama muy alentador. Pero todo se fue aún más al diablo cuando su compañero de elenco, Russel Tovey, anunció vía Twitter que su licántropo George también abandonaría la serie este año. No dijo cuándo y todos imaginamos otro final de cuarta temporada con cliffhanger lleno de lágrimas y despedidas. Lo tendríamos, pero por motivos jamás imaginados.
Tampoco imaginaríamos que George se iría al final… del primer capítulo. Y de un modo cruel si los hay. Hasta se podría decir que de todas las escenas jodidas y malvadas que ha hecho esta serie, lo de George fue encarnizado. Mientras otras series optan por qeuilibrar el final terrible de una temporada con el inicio más bien naif de la siguiente, en Being Human pasó todo lo contrario y repentinamente la cuarta temporada apareció como algo irremontable.
Diferente, eso sí. Casi tanto como si se tratara de otra serie, pero manteniendo esa identidad tan fuerte que supo establecer y que fue en estos ocho capítulos su mayor punto de apoyo. Con una Annie destrozada, obligada a criar un bebé ajeno y sola en una casona que le (nos) trae demasiados recuerdos dolorosos, como si de equilibrio en la Fuerza se tratara, debieron aparecer dos personajes masculinos para sostenerla.
El primero en comprarse el boleto de vuelta fue el interesante Tom, hijo adoptivo de McNair en la temporada anterior, un adolescente algo deteriorado con cara de cachorro perdido que había dejado más de un elemento por retomar desde su aparición anterior. Tom es un ser extraño, aún dentro de este universo paranormal. Combina su estilo inocente, hasta corto de inteligencia, con un código moral tan particular como estricto: matar a todos los vampiros que se le crucen.
Pero sin dudas una presentación de personaje que quedará para la posteridad es la del nuevo vampiro del trío, Hal. Comienza con una historia que no parece tener punto de conexión alguno con los chicos de Gales. Vive en una peluquería antigua con sus amigos Leo (un licántropo) y Pearl (fantasma). Ese equilibrio constante de uno de cada especie se mantendrá hasta el final, aunque con historias tan ricas que no se siente la reiteración, y funciona bien como cíclica metáfora.
Los caminos de Tom, Annie y Hal se mezclarán. Al principio por casualidad, hasta que todos los caminos conduzcan a Eve, la hija de George y Nina. La bebé pasará a tener un rol pasivo pero definitorio, en la siempre remañida historia del elegido, con una trama por momentos idéntica a Terminator en su estructuración. Pero, otra vez y ya parece una broma, Being Human sale indemne hasta de ese cliché y con un final de temporada que, sin adelantarlo, puede no haber inventado demasiado pero deja la sensación de que, aunque injusto, es lo que debía pasar.
El antagonista vuelve a ser una organización vampírica, pero más desarrollada y con un Mark Gatiss que se impone
En resumen, Being Human otra vez se la juega y sale airoso. Es imposible no sentir algo de nostalgia, eso sí, y una pena tremenda por esa tragedia que la serie ha sabido crear sin dejar de lado el humor negro. En el medio, algunos capítulos de cierto relleno también introducen historias interesantes, llenas de criaturas entrañables y despreciables en partes iguales.
Una factoría de personajes que quedan para siempre.