Las bombas lanzadas sobre Belchite fueron la señal convenida. Con mis prismáticos veo cómo avanza una compacta columna, procedente de las trincheras enemigas. Pero, para mi desconcierto, no lo hace hacia nuestra posición sino en dirección al apeadero del ferrocarril, a la derecha de mi puesto y fuera del alcance del fuego de fusil. Esto no entra en mis cálculos. Primero la espera; ahora la duda. Pero, de repente, la evidencia: quieren aislamos del pueblo. Ahora sí, ahora es difícil tranquilizar a los soldados. Los veo juntos, acurrucados, sin ganas de comer pero dispuestos para la lucha.
Pero la lucha, en vez de acercarse, se aleja cada vez más. Cuando la columna en avanzada llega a la vía férrea ya no me cabe la menor duda de que su objetivo es Belchite. En este momento el número de componentes de la columna debe rebasar los tres mil pero todavía continúan saliendo soldados de infantería de sus posiciones, todos con el fusil al hombro. También se ve alguna ametralladora pesada, a lomos de mulo, y algún cañón ligero. Comunico a mi capitán la composición de las fuerzas enemigas y la distancia a que se hallan, que no es mayor de cinco kilómetros pero que pronto aumentará haciendo que quedemos incomunicados de Belchite sin ser por el momento atacados de frente. En mi posición se ultiman los preparativos para la lucha: las bombas cerca de los parapetos; las cajas de municiones repartidas; los fusiles a punto; en fin, todo dispuesto para la defensa, ya que no para el ataque. Pero, a pesar de todo, ¡qué indefensos estamos, qué pequeños somos en una causa tan grande! Cuando el enemigo llega, a unos dos kilómetros de Belchite su vanguardia se concentra en masa. A las cinco de la tarde, cinco horas después de haber iniciado la maniobra, se pone en movimiento en dos columnas, a ambos lados de la vía férrea, en «marcha de aproximación», con los fusiles al hombro...
Belchite A Sangre Y Fuego (Amazon)