Para alguien de escaso o nulo afecto por la logística del portal del Belén, las declaraciones del Santo Padre de Roma acerca de la inclusión de animales en la iconografía del nacimiento del Niño Jesús entretienen más que otra cosa, pero tengo a mano quienes, siendo creyentes, se lo toman también como una manifestación irrelevante. Imagino que el propio Papa, pensando a fondo en lo que acaba de revelar a las hordas de fieles y de infieles, razona también que esta variación en el cásting no mermará el interés por la trama. A lo que no se le puede restar importancia es al hecho mismo de que el custodio de la silla de Pedro haya movido las piezas justas para que la maquinaria de esa trama siga ejerciendo su influjo y mueva, entre desahucios y goles de Messi, la tinta de los rotativos y los links de la web. A la Iglesia le conviene este zarandeo eventual de dogmas. Hablen de mí, aunque sea mal, ya me entienden. A Ratzinger, un zorro viejo, más de lo uno incluso que de lo otro, se le encomienda también la propaganda. Martínez Camino, el portavoz de la Conferencia Epìscopal, se ha cuidado de animar al pueblo a que concilie las palabras del Papa con su propia vivencia belenística. No queriendo yo meterme en honduras de fe, entiendo las honduras del comercio. No solo el hecho de que se discuta la naturaleza humana de lo más acendradamente divino sino también la habilísima estrategia mediática que consiste en extraer los trozos controvertidos y airearlos a modo de reclamo. En el cine se acude al tráiler. Algunos son tan horrorosos que disuaden al espectador. Otros lo engolosinan. Todos evitan de modo u otro revelar algo precioso que, sabido, desbarataría el argumento. No sé yo si a estas alturas queda algo por saber o por desmentir o por explicar a la luz de estos tiempos. Hace bien poco fue el mismo Ratzinger el que dijo que el purgatorio no existe como espacio físico. En esa línea de pensamiento, borremos también el cielo. Como espacio físico, digo. En ese plan deconstructivo, no hay entonces problema en negarle casa al infierno. Todo este corpus teórico ancestral se está redefiniendo con este pontífice. No sabemos a qué tesoro de la teología acudirá en el próximo libro que publique. Ninguna de esas revelaciones corromperá la fe del buen creyente. Los que no poseemos inclinación religiosa alguno no se nos puede corromper nada. Tal vez eso sea una pérdida. Tener las ideas claras, en un sentido o en otro, en la creencia de unos preceptos o en su ausencia absoluta, no debe ser bueno del todo. Por eso de vez en cuando es bueno hacer mudanza de costumbres: un buey de menos, una Supernova allá en lo alto, un limbo espiritual... Sí ya a lo dice con sabiduría doméstica Rafael Roldán, hombre de creencias hondas donde los haya, no os quepa duda: Racionalizar las creencias y las tradiciones llevan a plantearse la totalidad del supuesto. Es un error hacer un estudio historiográfico de la tradición cristiana y quedarse al margen de lo puramente biológico para defender un dogma
Qué manera más divertida de empezar las Navidades. Prefiero esta suculenta puesta en escena a la rendición municipal de alumbrado y la invasión insoportable de anuncios de colonias y de turrón. Soy de los que disfrutan de la Navidad a su modo. Lo que pierdo en sentido cristiano lo gana mi espíritu por otras vías. Y en esta mixtura de civlizaciones, en este big bang financiero, resurge el chino, el comercio todo a cien o todo a euro, no sé. Uno que me pilla cerca, grande como el Bernabéu, tiene unos cuantos pasillos abarrotaditos de figuras, árboles, estrellas, perdón, supernovas, y todo la infraestructura que ustedes pueden entender. A mi buen amigo Rafael Padillo le ha importado muy poco esta desanimalización del portal. Él, belenista activo, sabio en lo suyo, va a continuar en el esmero de su representación del Nacimiento de Jesús. Y hasta entra en lo posible que celebre lo bien que le va a salir el montaje con una copita de Altamirano con un rosco de vino de Rute...