No se trata del inocente cuento que todos conocemos. La literatura, y también hoy día el cine, nos ofrecen buenos ejemplos de contemplación de bellas durmientes. Vamos a ver un ejemplo notable en la comparación del poeta Propercio y el novelista Marcel Proust. Propercio es un poeta latino muy cercano a nuestra sensibilidad moderna. Su amor y sus celos por Cincia, a pesar de los siglos que han pasado, están tan vivo como el primer día. Observemos con qué deleite contempla Propercio a su amada cuando duerme. Como no podía ser de otra manera, el poeta romano asocia esta contemplación a la figura mítica de Ariadna cuando queda tendida sobre la arena de la playa: Tal como quedó tendida, al alejarse la nave de Teseo languideciente, la Gnosia, en las desiertas playas, y tal como en su primer sueño la cefia Andrómeda se tendió libre ya de las duras rocas, y no menos cansada la bacante tras sus continuas danzas se abandonó desfallecida en el herboso Apídano, así me pareció Cintia respirar suave reposo apoyando su cabeza en vacilantes manos cuando yo arrastraba mis pasos ebrios por el abundante Baco y los criados agitaban las teas en la tarda noche. Aún no perdidos todos mis sentidos, intento acercármele apoyándome suavemente en su oprimido lecho; y aunque arrebatado por doble ardor me impulsaban de aquí Amor, de allí Líber, dioses crueles ambos, a acariciar su cuerpo colocando suavemente mi brazo bajo ella, y a dar besos y luchas con dispuesta mano, sin embargo no osaba turbar el reposo de mi amada temiendo los enojos de su probada crueldad; (Prop. 1,3, 1-18 trad. de Hugo Bauzá en Alianza Editorial) La representación de Ariadna dormida en Naxos, abandonada por Teseo, así como la de Ménades y ninfas vencidas por el sueño, es un tema propio del arte helenístico. Catulo hace una de las más importantes aproximaciones en su carmen 64. El hecho de que sea Dionisio quien encuentra a Ariadna dormida y que se enamore de ella ofrece perfecto un paradigma mitológico al amante cuando presencia el sueño de su amada. En este caso, debemos considerar que estamos ante una literatura de fuerte contenido iconográfico, presidida por las representaciones escultóricas de Ariadna dormida.
En la otra elegía donde Propercio trata del asunto de la amada dormida podemos ver que el planteamiento ahora es bien distinto, pues no se trata del amante ebrio que llega en medio de la noche, sino del amante celoso que acude a comprobar que su amada duerme sola: Era el alba y quise ver si ella descansaba sola Y Cintia estaba sola en su lecho. Me quedé atónito, nunca me pareció más hermosa, Ni siquiera cuando se vistió con purpúrea túnica E iba entonces a referir sus sueños a la casta Vesta A fin de que ni a ella ni a mí fueran dañinos: Tal me pareció recién liberada del sueño. ¡Ah, cuánto vale por sí misma la resplandeciente belleza! (Pr
Pero cuando la amada es consciente de sus acciones durante la noche, y no un mero objeto inerte, aparece uno de los motivos más propiamente elegíacos, el del lamento del amado ante su puerta, o las ianuae querellae (Prop. 1,16), que representa ante todo el impedimento y la frustración: "para que yo, mi vida, deje de quejarme de ti, a tu puerta" (Prop. 1,8, 24) "Y no puedo descansar en las esquinas, mientras la luna está sedienta de amor, Ni suplicarte a través de la rendija de tu puerta." (Prop. 2,17, 15-16) El motivo, de una manera subliminar, pero reconocible tanto en la acción de quedar apostado y de llorar, aparece también en el texto de la Recherche: "Volvía a apostarme ante su puerta, pero ya no se veía luz por la rendija. Albertina había apagado, se había acostado, y yo seguía allí quieto, esperando no sé qué oportunidad que no llegaba; y al cabo de mucho tiempo, muerto de frío, volvía a meterme bajo las mantas y me pasaba llorando todo el resto de la noche." (La prisionera, p. 119-120) Francisco García Jurado