En vista de que la realidad que les rodea no ofrece demasiados alicientes en la época actual, los protagonistas de esta primera película deciden crearse una realidad propia, personal, repleta de mitos (la libertad y la lucha por la supervivencia de Mad max) y crear el coche de sus sueños para escapar en él, cuando llegue la anunciada, esperada e inminente apocalipsis (de nuevo, el fin del mundo se anuncia en la gran pantalla).
Este film amañado con cuatro dólares, 8 años para que vea la luz, sorprende desde la primera escena por su estética especialmente elaborada. Una explosión de colores (no será lo único que estalle en la película), unos objetivos traficados para dotar a las escenas de un difuminado inquietante y expresivo, una composición de la puesta en escena esteticista y un trabajo onírico sobre la imagen a lo largo del metraje. Una gozada visual como hacía tiempo que no se veía en el cine. Por lo que no sorprende la sensación que causó en Sundance, en Sitges o la que provocará en el próximo FANT (Festival de Cine Fantástico de Bilbao a partir del 4 de mayo).
Evan Glodell se encarga de todo en esta ópera prima, escribe el guión, dirige al conjunto de los actores e, incluso, interpreta al protagonista. En tiempo de crisis cada uno se arregla como pueda para sacar adelante proyectos tan arriesgados como esta tragicomedia fantástico-romántica con halos de destrucción masiva. Y en su primer trabajo cinematográfico, el autor obtiene un resultado sorprendente con muy buena nota.
Si al principio de la historia el espectador puede temer un descenso a los abismos de estos “adultescentes a lo Jackass” (género extendido que relata las incoherencias de hombres que se niegan a entrar en la edad adulta y continúan a comportarse como jovencitos en plena crisis de la edad del pavo) la película abandona con rapidez y elegancia esta peligrosa vía. Aparece la Julieta de turno, explosiva también ella, y la temperatura, el ambiente y la amistad entre estos dos amigos adoptará un nuevo rumbo.
Con un parte final entre pesadilla, descenso a la realidad, traición y venganza, la película logra una brillante narración y casi propone al espectador elegir su final. Una experiencia estética excepcional y una reflexión sobre lo masculino en este cambio de siglo. Y en suplemento, un objeto cinematográfico más a añadir a la galería de objetos cultos: Medusa, el coche apocalíptico que le faltaba a Ryan Gosling en Drive.