Benalmádena (i)

Por Javieragra

Siempre es oportuno saber más y preguntar más. Era un mediodía lleno de sol cuando llegué a Benalmádena. De inmediato me quedé mirando hacia las cumbres de sus peladas montañas. Me dijeron que el monte Calamaro rondo los setecientos ochenta metros de altitud “pero se puede subir sin problema, tiene un teleférico”. Pero no es el más alto, el Cerro del Moro y el Cerro del Castillejo le sobrepasan en casi doscientos metros.


Antes de llegar hasta su cumbre y aún a su falda me decidí por el mar que estos días de enero se encuentra sin bañistas. Me remojé antes de comenzar a caminar por su paseo que se alarga varios kilómetros. Las olas son muy suaves en este mar de Alborán y suenan a sosiego. Cuando yo era niño imaginaba el mar cubriendo todos los valles de Acisa y de los otros pueblos de las Arrimadas y aún me parecía que tendría que ser más grande por el énfasis con que lo describía el maestro. Pero el mar es más grande que mi imaginación. Aquellos mismos años de mi niñez cuando yo imaginaba el mar, los muchachos de Benalmádena recorrían las faldas del Calamaro pues aún no se había edificado la parte inmensa que hoy ocupa la costa. Seguramente entraron casualmente en la Cueva del Toro antes de que se diera por descubierta a finales de los años sesenta. Bajarían en grupos hacia la costa donde sus padres pescaban como medio de subsistencia y emplearían tiempo en los alrededores de la Torre Bermeja en busca de algún tesoro escondido por los nazaríes antes de ser conquistados, en aquellos duros años de peleas y victorias de uno y otro ejército.
La Torre Bermeja es una edificación defensiva construida en el período musulmán de Benalmádena.
Hoy la Torre Bermeja guarda la opulencia del Puerto por donde ostentosas embarcaciones buscan laberínticos embarcaderos y suntuosas edificaciones construidas para provocar admiración. Junto a la Torre Quebrada y la posterior Torre del Muelle, son tres emblemas de Benalmádena.
Estos días de enero, el paseo aquieta el alma y tonifica el corazón. La arena suena a mares de todos los tiempos, suena a tierras lejanas. Con la lentitud del pensamiento y el vuelo hacia el infinito, llego hasta la estatua de Ibn Al-Baitar botánico y seguramente médico del siglo XII y me detengo frente al Castillo de El Bil-Bil construido durante la Segunda Republica.
El Castillo de El Bil-Bil es actualmente un Centro Cultural.
Arroyo de la Miel está enroscado en torno al Cerro de la Era que tiene todas las posibilidades de haber sido el nuecleo originario con sus primeros pobladores hace tres mil años. El amplio y sugerente Parque de La Paloma está en su límite. 
En el Parque de La Paloma está el Auditorio, la Biblioteca Municipal. Amplio parque de solazados paseos.
Ladera arriba de la montaña la vegetación gana la atención de los pocos caminantes que suben a pie hacia el pueblo primitivo; los senderos se han hecho carreteras. El Castillo de Colomares habla de tiempos de prosperidad económica. Pero los viejos habitantes de Benalmádena siguen mirando al mar desde lo alto, más allá de los acantilados donde ha crecido aquel pueblo de pescadores abnegados. Los antiguos habitantes siguen paseando por las plazas donde vieron a Jaime Pimentel esculpir en bronce La Niña de Benalmádena, cuando terminaba la década de los sesenta.
La Niña de Benalmádena conversa con los viajeros desde su pose de baile y de agua en la fuente de la Plaza de España.
Javier Agra.