Pablo se fue con 16 años de casa. En ese momento inició su vuelo. Tras el Bachillerato Internacional de los Colegios del Mundo Unido en Italia, y el peculiar centro internacional que montamos en casa durante la pandemia, inició el viaje que le llevaría al que pensamos que sería su destino final: Estados Unidos. Allí se independizó económicamente de nosotros. Compaginó la beca de sus estudios del Grado, y posteriormente también el Máster y el Trabajo de Fin de Máster (TFM), con distintos trabajos: desde un supermercado, a un restaurante de comida rápida; desde un centro de asistencia técnica telefónica al teletrabajo en una empresa de seguros. Planificó meticulosamente su incorporación a una multinacional en su último año de estudios, pensando en dar el salto a Europa cuando acabase. En Suecia tiene la central Ericsson, y en Estocolmo podría reunirse con Estela tras tantos años de noviazgo a distancia. Los proyectos de inteligencia artificial y de algoritmos cuánticos en que trabajó, parecía que le darían el pasaporte a un contrato indefinido en la capital sueca. Incluso estuvieron viendo apartamentos hace unos meses. Pero el destino les tenía preparada otra partida distinta.
Hace poco escuchábamos cómo Gonzalo Rodríguez Fraile explicaba cuál era su visión de la educación de los hijos. Para él, la vida es una escuela de almas, donde vamos aprendiendo y evolucionando en nivel consciencial. Y está convencido de que los padres debemos emplear la misma pedagogía que, según él, usa Dios con sus hijos, los que formamos la Humanidad. De este modo, en primer lugar, debemos dar la máxima libertad a nuestros hijos, para que ellos definan su destino y su camino. Si los hijos usan esa libertad de manera inadecuada o errónea, no debemos, en segundo lugar, ahorrarles las consecuencias que ese mal uso de la libertad les pueda provocar, aunque les haga daño. Y por último, debe mantenerse el cariño y el amor incondicional hacia ellos, aunque se haya dilapidado ese libre albedrío con un mal comportamiento. Sin embargo, nuestra sociedad actual prima justo lo contario: familias que protegen tanto a sus hijos que no se dan cuenta de que los acaban aprisionando y que se convierten en auténticos escudos contra las consecuencias de sus malos actos o equivocaciones, y que sin embargo, les retiran la palabra y el cariño, cuando se portan mal. El mundo al revés. Y quizás con ello, estemos creando una generación de pequeños dictadores inmaduros, y lastrando su evolución consciencial.
Sin saberlo, en cierto modo, en casa hemos empleado esa pedagogía que apunta R.Fraile durante la adolescencia de nuestros hijos. Para muchos, sin duda, habremos dado demasiada libertad a nuestros hijos, y lo habremos hecho demasiado pronto. Pero desde luego, cuando se han equivocado en el uso de esa libertad, han tenido que "arreglárselas" con las consecuencias. Aún recuerdo cuando Pablo, con unos 15 años, se dejó llevar en una "gamberrada" con dos amigos suyos de los Scouts, y llamaron de incógnito un domingo a un compañero de clase para burlarse de él, con la buena o mala suerte, de que estaba justo reunido en la mesa con toda su familia, que vivió aquella llamada como una auténtica ofensa. Pablo no sólo tuvo que ir a disculparse personalmente, sino que tuvo que ir solo a contárselo al Director y al Jefe de Estudios del Instituto, incluso antes de que ellos tuvieran conocimiento por el ofendido. Tuvo que aguantar las miradas de sus profesores que nunca habrían esperado algo así de un estudiante como él. Y tuvo que asumir el correspondiente castigo disciplinario del centro. Nosotros fuimos muy exigentes con él en ese proceso de asunción de responsabilidades, por muy joven que fuera. Pero le seguimos mostrando nuestro amor incondicional, haciéndole ver que aquello le haría madurar exponencialmente, como así fue.
Dicen que "por los frutos los conoceréis". Y realmente es difícil saber si has dado demasiada libertad o no a tus hijos, o si has dejado que se confronten demasiado o no con las consecuencias de sus errores, hasta que crecen y hay frutos. En el caso de Pablo, quizás sea "pasión de padres", pero los frutos son excepcionales. Con 23 años es ya un hombre de una madurez y con un conocimiento de la vida que ya hubiera querido tener yo con 40 años. Él y su novia Estela saben fluir con lo que la vida les depara, como yo no he sabido hasta casi antesdeayer. Y la vida, por ello, les sonríe por ahora. Aunque bien saben ellos que la vida son sonrisas pero también lágrimas, y que hay que estar preparados para ambas.
Ahora Pablo trabaja desde hace 3 semanas en Málaga. Su novia, Estela, está haciendo una prácticas de Erasmus en el edificio de enfrente. Han pasado de estar a miles de kilómetros a compartir el día a día, al menos hasta septiembre. Después ya se verá. Los planes son que, tras el verano, Pablo comparta piso con su hermana Eva en Málaga capital. Ella se acaba se "salir" en su primer año en Ingeniería de Telecomunicaciones aprobando todas las asignaturas: todo un logro del que nos sentimos súper orgullosos también. Y quién sabe si también Samuel se unirá a ellos, una vez que vuelva en unos días de su aventura napolitana, habiendo finalizado también con éxito su grado en Física, y se despeje el panorama de másters a los que está presentando solicitudes. Ya se verá.
Nunca pensamos que Pablo volvería a casa. Pero aquí está. En pleno vuelo vital. Y, paradógicamente, cerca del nido de partida que le llevó a recorrer medio mundo. Quizás porque ahora toca aquí, y más adelante toque "quién sabe dónde". Da igual. Vivamos el presente con él. Ahora. En este bendito regreso a casa.
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