Bergson o de las singularidades.

Por Juanferrero
Comentaré brevemente un texto de Bergson, con el título de La duración es el todo, seleccionado por Deleuze en Memoria y vida:
La sucesión es un hecho indiscutible, incluso en el mundo material. Nuestros razonamientos sobre los sistemas aislados no implican que la historia presente, pasada y futura de cada uno de ellos se despliegue de un solo golpe, como un abanico; esa historia se desarrolla poco a poco, como si ocupase una duración análoga a la nuestra. Si quiero prepararme  un vaso de agua azucarada, por más que haga debo esperar a que el azúcar se disuelva. Este pequeño hecho está lleno de enseñanzas. Porque el tiempo que tengo que esperar no es ese tiempo matemático que también se aplicaría a lo largo de la historia entera del mundo material, aunque ésta se expusiese toda de una vez en el espacio. El tiempo coincide con mi impaciencia, es decir, con una determinada porción de mi duración en mí, que no es extensible ni reducible a voluntad. No se trata ya de lo pensado, sino de lo vivido. No es ya una relación, sino lo absoluto
Lo más reseñable de este fragmento es que la duración es absoluta, aunque no aislable completamente al modo de la ciencia, es una cualidad, no una suerte de cantidades sucesivas y analizables. La manera de individuar la naturaleza es siempre la interacción entre dos que implican historias desligadas del resto y, sin embargo, no aislables completamente. Esta es una propiedad que Bergson apunta de manera enigmática, y que recuerda una y otra vez que las categorías que permiten distinguir la realidad son cualitativas, antes que cuantitativas (Aristóteles, Hegel, incluso Kant...).
¿Y no supone esto decir que el vaso del agua, el azúcar y el proceso de disolución del azúcar en el agua no son sin duda más que abstracciones, y que el Todo en el que están recortados por mis sentidos y mi entendimiento progresa quizá a la manera de una conciencia?
Por supuesto, la operación mediante la cual la ciencia aisla y cierra un sistema no es una operación completamente artificial. Si no tuviese una base objetiva, no podría explicarse que fuera indicada en ciertos casos, e imposible en otros. Veremos que la materia tiene tendencia a construir sistemas aislables, que se pueden tratar geométricamente. La definiremos incluso por esa tendencia. Pero no es más que una tendencia. La materia nunca va hasta el final, y el aislamiento no es jamás completo.  Si la ciencia va hasta el fin, y aisla completamente, es por comodidad del estudio. Sobreentiende que el sistema, aislado, permanece sometido a determinadas influencias exteriores.
Lo que entiende por ciencia Bergson puede ser también cualquier mecanismo de percepción de los seres vivos que recortan la naturaleza y la aislan, es la materia que por utilidad, debe recibir y procesar información determinada, y esta información depende de la multiplicidad de duraciones que sea capaz un agregado de materia. Pero ni la materia que recibe, ni la materia recibida son sistemas aislados, sin embargo, los procesos que conforman son absolutos, porque distinguen un tipo de realidad en acción recíproca, en comunidad. Pero esta realidad distingue separando lo que la materia recibida y la que recibe tiene en común, con lo que es desechable, o neutro. Pero es verdad que esta información neutra no es enteramente neutra, sino información no suficientemente significativa para esa duración. Por tanto, esta información real que a la ciencia le permite construir sus sistemas, ora es es absoluta y singular, ora liga con un afuera informe.
Las deja simplemente de lado, bien porque las encuentra lo suficientemente débiles como para despreciarlas, bien porque se reserva para tenerlas en cuenta más tarde. No es menos cierto que estas influencias son otros tantos hilos que unen el sistema a otro más vasto, éste a un tercero que los engloba a ambos, y así consecutivamente hasta que se llega al sistema más objetivamente aislado y más independiente de todos, el sistema solar en su conjunto. Pero incluso aquí, el aislamiento no es absoluto. Nuestro sol irradia calor y luz más allá del planeta más lejano. Y, por otra parte, se mueve, arrastrando consigo los planetas y sus satélites, en una dirección determinada. El hilo que le une al resto del universo es sin duda muy tenue. Y, sin embargo, a lo largo de este hilo se transmite, hasta la parcela más pequeña del mundo en que vivimos, la duración inmanente al todo del universo.
Este afuera informal, no sé si puede remitir a “la duración inmanente al todo del universo”, como dice el propio Bergson, los límites de este Todo, el absoluto universal (Dios), tienen un problema en sentido metafísico, y es que la síntesis disyuntiva que opera cualquier singularidad que procesa información significativa y aisla el resto, permite constantemente, que la información no significativa del afuera del absoluto singular, produzca nuevas formas de procesar información (esto puede ser una forma de ver la evolución). Pero ese momento es el vacío mismo (al menos desde una conciencia particular), que comunica lo significativo con lo no significativo, es una señal del Todo, pero este Todo no puede ser más que el vacío (por lo que en ningún caso afirmamos que el todo del universo, la conciencia absoluta coincida con Dios, más bien es un vacío, o el eterno retorno de las singularidades, de las distinciones de las diferencias).
El universo dura. Cuanto más profundicemos en la naturaleza del tiempo, tanto más comprendemos que duración significa invención, creación de formas, elaboración continua de lo absolutamente nuevo. Los sistemas delimitados por la ciencia no duran porque se hallan indisolublemente ligados al resto del universo. Cierto que en el propio universo hay que distinguir, como más adelante diremos, dos movimientos opuestos, uno de “descenso”, otro de “ascenso”. El primero no hace más que extender un rollo ya preparado. En principio podría realizarse de un modo casi instantáneo, como ocurre con un resorte que se distiende. Pero el segundo, que corresponde al trabajo interior de maduración o de creación, dura esencialmente, e impone su ritmo al primero, que es inseparable.
                     E.C. 9-11
Y este último párrafo es extremadamente bello porque parece renunciar a lo que insinuaba el anterior, la hipótesis de la conciencia absoluta. La producción de formas son duraciones aislándose, distinguiéndose, lo que implica ser absolutas y recoger información que se desarrolla en el interior de la duración, la que es imposible reducir a cualquier cantidad, la que sólo soporta una ontología de la univocidad, la del movimiento de ascenso. Aquí Lamarck quizá se reivindica frente a Darwin, éste explicaría de manera magistral el movimiento de desarrollo, pero el segundo (el movimiento de ascenso) más superficial, que tiene que ver con lo que cualquier agente hace, como extirar el cuello, en realidad designa a una profundidad mayor la del afuera informal que confrontamos en cualquiera  de nuestras acciones por nimias que sean.
                                                                                                       Navidad de 2012