Berlín: El maratón más rápido del mundo

Por Mundoturistico

Si te gusta correr y no has estado en Berlín, puedes matar dos buenos pájaros de un tiro: conocer una ciudad libre y dinámica, en constante transformación, con la mejor oferta verde de Europa, cuya historia, rica y convulsa, habla por sí sola; y participar en el maratón más rápido del mundo, el BMW Berlin Marathon (donde el keniano Kimetto, hace ahora un año, detuvo el cronómetro a menos de tres minutos sobre las dos horas, vigente marca mundial), uno de los seis grandes, que te abre sus amplias y llanas avenidas más céntricas, te acerca a lugares y monumentos emblemáticos y te permite disfrutar de una fiesta multitudinaria y bien organizada. Además, al contrario que la mayoría de las grandes pruebas similares, en esta las zonas de salida y meta coinciden en el mismo lugar, lo que la hace muy cómoda para los corredores y acompañantes.

La carrera arranca el último domingo de setiembre a las nueve en punto de la mañana del parque Tiergarten, un extenso bosque frondoso situado en pleno centro, en el distrito de Mitte, a espaldas de la icónica Puerta de Brandenburgo, Brandenburg Tor, con jardines, estanques, acogedores senderos de tierra y anchísima avenida central, y escoltado por algunos edificios regios. La salida tiene lugar al pie de la columna de la Victoria, Siegessäule, levantada en memoria de los éxitos bélicos prusianos y alemanes; la corona la estatua dorada de la diosa, la Isabelita de Oro para los berlineses, y encierra en lo alto un mirador al que se accede por una larguísima y empinada escalera de caracol un tanto dificultosa.

Los miles de participantes enfilan, jaleados por un público que llena las aceras, la larga avenida central, calle 17 de Junio (la misma que acogió durante años la Love Parade, el famoso festival de música electrónica), así llamada en recuerdo de las protestas callejeras de mediados del siglo pasado. Algo más adelante, dejado atrás el parque, cruzan dos veces el Landwehr, el canal sur, y, luego hacia el norte, el río Spree, que corta el centro urbano en su fluir hacia poniente con cuatro grandes meandros, giran al este y sobrepasan la mole de la JVA Moabit, la cárcel estatal para hombres (Berlín es uno de los actuales Estados federales de Alemania, una verdadera ciudad-estado).

Tocando ahora la parte más norteña del citado parque, que mira hacia la cercana Estación Central, Hauptbahnhof, gigantesco nudo ferroviario, se entra ya en territorio de lo que fue Berlín del Este (en la RDA soviética) franqueando doblemente el río y luego la línea imaginaria del tristemente llamado Muro de la Vergüenza, que mantuvo la ciudad separada en dos partes irreconciliables durante la Guerra Fría. Cerca está el conocido como el Búnker (no confundir con el de Hitler, oculto y clausurado, bastante al sur del río), un edificio nazi macizo y de formas clásicas que fue refugio, prisión, almacén y discoteca antes de convertirse en museo visitable de fin de semana por capricho de su actual propietario, con una magnífica colección de arte moderno. Algo más adelante, por encima de la hoy Isla de los Museos, Museumsinsel, se levantaba la vieja muralla medieval. Se alcanza aquí, a la altura de su quilómetro 10, el punto más norteño de la carrera, que gira al sur por la histórica Karl-Marx-Allee, una de las gigantescas avenidas de la antigua República Democrática, de factura estalinista, con sus plazas, torres y “palacios obreros”, hoy remodelada y llamativa, que une el animado barrio de Friedrischain, bohemio y en alza, con la Alexanderplatz, la gran plaza del Berlín comunista y uno de los centros vitales de la nueva capital.

Dentro de sus colosales dimensiones, en medio de un ambiente cosmopolita de terrazas y locales varios, destacan grandes edificios, construcciones originales como la Torre de la TV, altísimo pirulí que domina el paisaje urbano, el Reloj Mundial que marca las horas de todos los meridianos o las elegantes fuentes; a un lado se encuentra el Ayuntamiento Rojo y, acercándose al río, el pequeño barrio de San Nicolás, Nikolaiviertel, núcleo del Berlín medieval, con su vieja iglesia, sus pubs, su artesanía de diseño y sus casas góticas mirando al agua. Más abajo, continuando por la margen derecha del río, queda la East Side Gallery, más de un quilómetro conservado del Muro original decorado con pinturas murales de un centenar de artistas internacionales, hoy extensísimo museo al aire libre, ametrallado sin cesar por multitud de cámaras viajeras (el grafiti más famoso es sin duda el bruderkiss, irónica parodia del beso a la rusa entre Brézhnev y Honecker, líderes de la URSS y de la RDA al final de la Guerra Fría, todo un símbolo icónico de la nueva Alemania).

Pero la carrera se desvía antes para pasar al otro lado del río y, algo más adelante, cruzar el antiguo paso fronterizo de la calle Heinrich-Heine, donde el Muro ya no existe, que fue uno de los más importantes de mercancías y personas entre el oeste y el este de la ciudad dividida. Volvemos, pues, a territorio de la RFA, en pleno distrito de Kreuzberg, la Pequeña Estambul, otra de las zonas con más ambiente alternativo, de fuerte inmigración, turca sobre todo, paraíso de okupas y artistas jóvenes. Ofrece un concurrido y exótico mercado al lado del canal sureño, y un variopinto ambiente de bares, teatros y galerías de arte. Tomar el sol a la orilla del agua, pasear por sus arboladas sendas, sentarse en el pequeño puente Admiral entre jóvenes y cervezas es una delicia que repetiremos más tarde.

Ahora, cuando acabamos de superar el quilómetro 15, es solo un pensamiento placentero para conjurar la fatiga y seguir corriendo hacia la Hermannplatz, algo más abajo, en pleno centro de Neukölln, una de las antiguas ciudades que conformaron Berlín. Aquí giramos ya hacia el oeste, entre el canal y el clausurado aeropuerto de Tempelhof, actualmente un gigantesco parque con instalaciones de uso público destinadas a actividades culturales y de ocio al aire libre, sede de la Feria-Expo del maratón para la recogida previa de los dorsales. Pasado Südstern, donde presumen de la cerveza más fuerte, alcanzamos el medio maratón. Estamos en el barrio de Schöneberg.

Barrio de Schöneberg: la impronta de los inmigrantes

Sigo corriendo y sudando por las extensas y planas calles de Berlín y hemos alcanzado el punto central de la carrera: el medio maratón. La verdadera prueba empieza ahora. Estamos en el barrio de tradición cultural enriquecida también por la impronta de sus inmigrantes, con su colorista mercado, su ambiente familiar y sus edificios y villas decimonónicos bien conservados, que destaca por albergar la movida gay y porque en su ayuntamiento (que encontramos algo más adelante y que hoy ofrece una exposición permanente sobre Willy Brandt), a principios de los agitados años sesenta, el presidente estadounidense JFK pronunció la famosa frase antimuro: “Yo también soy berlinés”. Pues eso.

Superada ya la mitad del recorrido, nos queda lo peor. Las piernas comienzan a quejarse; las fuerzas, a flojear. A apretar los dientes y a rezar si sabes, que con la iglesia hemos topado. Porque, una vez superado el barrio residencial e industrioso de Steglitz, el más meridional del recorrido, y ya rondando el quilómetro 30, giramos al norte y entramos en un mundo de torres y campanarios. Primero, vamos dejando atrás la protestante Kreuzkirche, en Schmargendorf, y la Evangélica de Hohenzollerndamm, ambas luteranas y de arquitectura expresionista en ladrillo; luego, la Rusa Ortodoxa, algo más arriba. Por si no fuera suficiente, tras subir por la potente arteria comercial de Kurfüstendamm (la popular Ku’Damm, que culmina en la Tauentzienstrasse, donde se reúnen todas las grandes marcas internacionales y en la que destacan los Grandes Almacenes del Oeste, los famosos KDW del otrora Berlín Occidental, con su fachada inconfundible de líneas clásicas), nos saludan las ruinas bien conservadas de la Kaiser-Wilhelm-Gedächtniskirche, la iglesia levantada en su momento en honor del emperador Guillermo, como testimonio de la destrucción de la ciudad durante la Segunda Gran Guerra, escoltadas ahora por la iglesia nueva y el moderno edificio aledaños. Estamos en el barrio de Charlottenburg, pegando con la esquina suroeste del Tiergarten de partida y ya en el quilómetro 35, el otro “muro”.

Continuando hacia el este, por debajo del parque, llegamos a la plaza Potsdamer, antiguo cruce de caminos convertido en uno de los ejes centrales de la ciudad (un poco antes, a la izquierda, hemos dejado el Kulturforum, donde se encuentra la moderna Philarmonie, sede de la famosa Orquesta Filarmónica de Berlín, cuyos ensayos están abiertos allí al público un día a la semana… ¡y gratis!). Destruida casi por completo durante la guerra, la posterior construcción del Muro, que pasaba sobre ella, acabó convirtiéndola en un fronterizo pasillo fantasma. Tras la reconstrucción, perdidos sus deslumbrantes edificios y hoteles, ha recuperado su esplendor de nudo urbano con modernos rascacielos como la torre Kollhof, con un interesante mirador panorámico, o el Sony Center, complejo comercial acristalado, de amplio atrio central y soberbia cúpula; sede de la Berlinale, el reputado Festival de Cine de Berlín, la enorme plaza es hoy un punto de ocio y encuentro, bullicioso y concurrido.

Otra vez dentro de lo que fue Berlín Oriental, y de nuevo en Mitte, el barrio de partida, vamos dejando atrás los nobles edificios oficiales de la calle Leipziger (varias embajadas y el Bundesrat, el Senado alemán) hasta alcanzar el ansiado quilómetro 40, que da paso, ya con rumbo definitivo al noroeste, a una de las plazas más alegres y bonitas de la capital alemana: la Gendarmenmarkt, con el flamante edificio neoclásico de la Konzerthaus, la sala de conciertos de la Orquesta Sinfónica de Berlín, en el centro, y las dos iglesias gemelas, que compiten una a cada extremo del inmenso y rectangular espacio: la francesa, al norte, y la alemana, al sur, albergando esta el Museo de la Historia de la Democracia Alemana.

Ya solo nos falta cruzar la Puerta de Brandenburgo, traspasando con la imaginación el ancho Muro que la cerraba, para regresar de nuevo al Berlín Occidental y recorrer los últimos doscientos metros hasta la gloria final de la meta entre los aplausos enfervorizados del público que abarrota las gradas levantadas en la avenida 17 de junio, la misma que nos vio salir, y ante la mirada muda de los regios monumentos que jalonan el Tiergarten: el Sowjetisches Ehrenmal, monumento al Soldado Soviético; el Bundeskanzleramt, la Cancillería Federal, sede del Gobierno; y, sobre todo, el moderno complejo parlamentario, tres grandes edificios auxiliares de acero y cristal, futuristas y funcionales, levantados por encima del río como símbolo de unión de las dos Alemanias (por aquí continuaba el Muro), más el principal, el Bundestag o Parlamento alemán, levantado sobre las ruinas del viejo Reichstag, cuya modernísima cúpula de Norman Foster, acristalada y visitable, es ahora uno de los mayores atractivos de la ciudad, con vistas al salón interior de plenos y al exterior urbano.

Para rematar la faena otoñal, nos esperan estos días el Oktoberfest berlinés (en plena Alexanderplatz) y la fiesta de la Reunificación Alemana (ante la mismísima Puerta, en la Plaza de París), donde podremos reponernos con creces del desgaste y las agujetas a base de alegría, música, salchichas y cerveza del país. Prost!