Este ejemplo demuestra que la actitud científica es en cierto modo no natural en el hombre. La mayoría de nuestras opiniones son realizaciones de deseos, como los sueños en la teoría freudiana. La mente de los más razonables de entre nosotros puede ser comparada con un mar tormentoso de convicciones apasionadas, basadas en el deseo; sobre ese mar flotan arriesgadamente unos cuantos botes pequeñitos, que transportan un cargamento de creencias demostradas científicamente. No debemos deplorar del todo que así sea; la vida tiene que ser vivida, y no hay tiempo para demostrar racionalmente todas las creencias por las que nuestra conducta se regula. Sin cierto saludable arrojo, nadie podría sobrevivir largo tiempo. El método científico debe, pues, por su propia naturaleza, limitarse a las más solemnes y oficiales de nuestras opiniones. Un médico que aconseja un régimen, lo dará después de tomar en cuenta todo lo que la ciencia tiene que decir en el asunto; pero el hombre que sigue su consejo no puede detenerse a comprobarlo, y está obligado, por consiguiente, a confiar no en la ciencia, sino en la creencia de que su médico es un científico. Una comunidad impregnada de ciencia es aquella en la que los expertos reconocidos han llegado a sus opiniones por métodos científicos; pero es imposible para el ciudadano en general repetir por sí mismo el trabajo de los expertos. Hay en el mundo moderno un gran conglomerado de conocimientos bien comprobados en todo género de asuntos; y el hombre corriente los acepta por autoridad, sin necesidad de dudar. Pero tan pronto como cualquier pasión violenta interviene para torcer el juicio del experto, éste se hace indigno de esa confianza, cualquiera que sea el bagaje científico que posea.
La perspectiva científica. Bertrand Russell. 1931