BÉSAME EN LA OSCURIDAD. Capítulo 6: La primera vez

Publicado el 03 octubre 2014 por Pandora Magazine @PandoraMgzn
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Recordar las horas previas a su encarcelamiento se le hacía muy duro. Los humanos habían terminado por derrumbar la puerta de la casa donde Darko y ella se refugiaban y, pese a su violenta resistencia, habían conseguido tumbarles inyectándoles algo en el cuello. Lo último que vio Agatha antes de desvanecerse fue a Darko rugiendo de impotencia mientras derribaba a dos de los cinco hombres que intentaban someterle.

Luchaba con todas sus fuerzas y a punto estuvo de salir victorioso, hasta que un sexto humano le había inyectado a traición lo mismo que estaba acabando con la consciencia de ella. Después, todo fue oscuridad y pesadillas en las que veía como los habitantes de Noctus gritaban por las calles el aviso de una invasión. Sus padres saliendo a la calle para ver lo que ocurría y siendo alcanzados por una de esas armas de fuego que portaban los intrusos. Agatha y su hermana Violet jamás olvidarían aquel momento de confusión y terror en que vieron, desde el refugio de su hogar, como sus padres caían fulminados al suelo.

Sangre escapando de sus cuerpos con demasiadas prisas… Miradas vidriosas que ocultaban emociones rotas, retenidas allí para toda la eternidad.

Llantos y caos por doquier. Fuego en las casas y sonidos de explosiones y balas.

Se vio a sí misma corriendo junto a Violet mientras sus lágrimas dejaban en el pavimento rocoso una huella de dolor imborrable. Se vio a sí misma gritando desesperada al ver como aquellas balas de fuego alcanzaban la espalda de su hermana, a la altura del corazón, y ésta caía de bruces en el suelo, interrumpiendo su huida.

Y se vio a sí misma alzando el vuelo en la noche llevando consigo el peso de Violet herida, mientras contemplaba con estupor como Noctus sucumbía a manos de aquellos forasteros. Unas bestias salvajes que trataban a los seres diferentes como inferiores. Se creían superiores solo por ser la especie dominante en la tierra y, sin embargo, eran los humanos quienes cometían los crímenes más atroces contra sí mismos y contra los demás pobladores del mundo.

Los vio arrastrar a sus vecinos y amigos como si fueran sacos de patatas, llamándoles “monstruos” y cosas peores. La rabia se extendía por su organismo como el más potente de los venenos y, con sus colmillos alargados, se mordió tan fuerte los labios que sangró.

Despertó en un lugar que conocía muy bien: la biblioteca municipal. Estaba en una de las amplias salas de lectura que tantas veces había visitado para cultivarse durante su juventud. Pero los bellos recuerdos de aquel lugar adentrándose en las páginas de los libros que albergaba, fueron sustituidos inmediatamente por una imagen atroz: estaba atestada de vampiros como ella, la mayoría inconscientes en lechos improvisados en el suelo; otros estaban sujetos de las paredes, que habían limpiado de estanterías y de libros —probablemente quemados la primera noche de la invasión, habrían formado parte de alguna de las hogueras que divisó desde los cielos antes de que amaneciese por primera vez— para convertirlas en una sala de torturas y prisioneros.

Tenía la visión borrosa, cuando conseguía enfocarla, volvía a perder claridad. Intentó levantarse de la mesa donde estaba tumbada pero no pudo. Miró sus brazos y comprobó que estaban atados con unos extraños objetos que poseían un brillo que le recordaba a su querida luna. Intentó moverlos y forcejeó para soltarse pero fue imposible.

—¡Vaya! Querida, no esperaba que despertases tan pronto.

La voz vino de su izquierda y era de un hombre. Giró la cabeza, todavía mareada y vio a un tipo de cabellos abundantes y canos, rostro redondo y papada, de estatura baja y entrado en carnes. Llevaba puesta una bata de color blanco y a la altura del pecho un nombre en una placa que rezaba “Doctor  J. R. Black”.

—¿Qué quieren de nosotros? ¿Qué mal les hemos hecho? —solo acertó a decir.

El doctor la observó atentamente, sus ojos eran como dos ranuras estrechas de color oscuro, envueltos por una rojez que delataba su cansancio.

—Ustedes encarnan todo lo que, desde siempre, se nos ha hecho creer que eran meras leyendas —el doctor le sujetó la mandíbula con una de sus rollizas manos y la obligó a abrir la boca—. Umm, sí, los colmillos están retraídos y solo surgen cuando van a alimentarse o experimentan emociones violentas.

La soltó sin hacerle caso, anotando algo en una libreta y concentrado en sus pesquisas. Cuando terminó con ello, volvió su atención de nuevo hacia ella.

—Me pregunto si, además de cuando surge el hambre o se sienten furiosos, hay otras situaciones donde también sacan la artillería pesada… —se pasó los dedos por la barbilla a modo pensativo— Como, por ejemplo, durante el acto sexual.

Agatha no contestó. Continuó callada mientras sentía que todo su cuerpo se tensaba por el miedo. El doctor siguió analizándola con la mirada y dibujó una media sonrisa antes de volver a la carga:

—Dígame, joven, o quizás no tan joven porque, según su naturaleza, usted bien podría aventajarme en edad por varios siglos… ¿El vampiro con quien estaba en aquella casa era su pareja?

Agatha no sabía qué hacer. Si le decía que sí, ¿qué pasaría? Aunque la verdad era que no encontraba diferencia en decirle sí o no, seguirían estando en los mismos apuros. El doctor no esperó a que ella contestase.

—Bien, no importa.  El experimento tendrá lugar de todos modos, seáis pareja o no. Para lo que quiero que ocurra, no es necesario —sentenció.

Agatha lo vio sacar una de las mismas cosas que habían utilizado para dejarles inconscientes antes.

—Te voy a poner una inyección, querida —dijo él, así que se llamaba “inyección” aquello…— Yo la llamo, mi “pócima feliz”. ¿Quieres saber por qué? —sonrió mientras preparaba la jeringuilla entre sus dedos y se acercaba a ella para clavársela en un lado del trasero— ¡Porque vas a convertirte en una preciosa hembra en celo y pasarás un buen rato!

Agatha gritó cuando sintió el incómodo pinchazo y la desagradable sensación del frío líquido extendiéndose por su organismo.

—¡No! —gritó— ¡Déjenme en paz! ¡No pienso contribuir a sus atrocidades!

El médico rió de buena gana mientras la observaba patalear y retorcerse.

—Grita todo lo que quieras, querida, pero dentro de un momento, estarás en una habitación asolas con tu macho y ambos os abalanzaréis el uno sobre el otro.

Unos minutos más tarde, Agatha se hallaba en otra sala, esta vez, más pequeña y sin ningún mueble, excepto un colchón en el suelo. Como luz solo había una lámpara de lectura encendida.

Los colmillos le ardían al igual que sentía el hormigueo en sus pezones erectos y en su húmedo sexo. Podía sentir ese inconfundible olor a hierbabuena… Darko estaba ahí dentro con ella. Él dio un paso y salió de entre las sombras de la pared de enfrente. Solo llevaba los pantalones y las botas. Contempló, cada vez más hambrienta, sus hinchados y amplios pectorales, sus marcados abdominales y sus fuertes brazos.

—¿A ti también te han inyectado la “pócima feliz”? —inquirió.

Darko respiró hondo antes de contestar.

—¿Así la llaman? —dijo— Quieren que follemos, Agatha.

Aquellas palabras provocaron más sensaciones placenteras dentro de ella. La vagina se humedeció más y los pezones estaban tan erectos que le dolían. Gimió de manera exagerada, como una gata en celo.

—No quiero formar parte de sus experimentos, Darko, pero… —rozó con su mano el clítoris por encima del vestido, estremeciéndose— ¡Duele!

Darko respiró de manera entrecortada mientras se acercaba a ella, quedó parado a unos centímetros. La electricidad golpeaba con fuerza sus cuerpos.

Se miraron durante unos segundos y les fue imposible resistirse por más tiempo. Se deseaban con droga o sin ella, pero con ella, los efectos eran devastadores.

Agatha se abalanzó sobre Darko, se sujetó de su cuello y saltó sobre su cuerpo rodeándole la cintura con las piernas. Su clítoris entró en contacto con su abdomen y ella comenzó a rozarse mientras gemía.

Darko la sujetó por el culo y, esquivando la prenda de ropa, metió dos dedos por la ropa interior y los sumergió en su vagina hasta el fondo.

Agatha gritó y siguió rozando su clítoris contra la punta del pene erecto de Darko, que pugnaba por salir de entre sus pantalones. Los dedos de Darko entraban y salían de su más que húmeda vagina con rapidez y ella gritaba acercándose al éxtasis. Habían alcanzado, en cuestión de segundos, un grado de ebullición máximo.

El orgasmo de ella llegó cuando Agatha clavó sus colmillos en el cuello de él. Darko gritó ante el placer de la invasión y siguió moviendo sus dedos en el interior de ella más despacio, mientras Agatha bebía de su esencia.

Cuando hubo terminado, selló su mordisco con un roce de lengua y apoyó su rostro en el de él, respirando de forma entrecortada.

—Dios mío, Darko… ¿Qué va a ser de nosotros? —susurró.

Darko no contestó. Se limitó a llevarla hacia el lecho improvisado y, una vez la tuvo tumbada de espaldas, se incorporó para desabrocharse los pantalones y sacar su enorme erección. Tenía los ojos rojos y los colmillos asomaban por las comisuras de sus labios. La miraba como fuera de sí, envuelto en un halo de deseo cegador.

Agatha, una vez sintió que la droga había remitido su efecto en ella, fue consciente de todo y de lo que iba a ocurrir de manera inminente. Ella era virgen y Darko estaba fuera de sí… Sin embargo, mientras lo observaba, la excitación volvió a abrirse paso en su organismo y no supo si era todavía por efecto de la droga o no, pero en aquel momento le dio igual si él no era cuidadoso… Quería que la penetrase con su asta muy hondo. Le daba igual si la partía en dos. Volvió a gemir de modo febril. Se retorció y abrió sus piernas quitándose la molesta prenda interior.

—Darko… —susurró seductora.

Darko se había desabrochado los pantalones y su erección estaba fuera, esperando por ser enterrada en la húmeda cavidad de ella. Se moría por penetrarla y hacerla suya de verdad. Respiró hondo. El deseo desenfrenado que sentía por Agatha ahora estaba multiplicado por tres con aquella maldita droga. No quería convertirse en una bestia y lastimarla, pero ella se quitó las bragas y se abrió de piernas mientras gemía y susurraba su nombre. Tenía los ojos rojos y los colmillos se mantenían a la vista pese a su reciente atracón. Aquello era más de lo que un hombre podía resistir.

Agatha gritó cuando Darko se tumbó encima de ella. Le rodeó con las piernas, ansiosa, e intentó coger su pene para guiarlo dentro de ella. En algún lugar recóndito de su cabeza, sabía que aquello no estaba bien. Que ese no era el momento ni el lugar, que seguramente les estarían observando… Pero su lado salvaje estaba demasiado expuesto y le era imposible dar marcha atrás.

Darko le cogió las dos manos, impidiendo que ella hiciese nada, y las sujetó con fuerza sobre su cabeza. La miró a los ojos y susurró a pocos milímetros de su rostro:

—Amor… Recuerda que somos tú y yo. No importa dónde estamos y porqué lo estamos haciendo… Eres mía y yo soy tuyo. En cuanto esto pase, haré lo posible por sacarte de aquí con vida. Huiremos de Noctus.

Agatha no contestó. Le era imposible. Con sus palabras, Darko había sacado a flote su racionalidad de nuevo por unos instantes y un nudo se le había formado en la garganta. Una lágrima solitaria nació para recorrer su mejilla izquierda. Darko la atrapó con sus labios para después volver a centrar su mirada gris en la de ella y dar un fuerte y certero empujón entre sus piernas.

Agatha soltó un alarido y arqueó la espalda. El dolor era intenso y paralizante. Cerró los ojos y más lágrimas pugnaron por salir de ellos. El efecto de la droga parecía ir y venir. Era consciente de todo por momentos y, por otros, volvía a sentir la oleada de placer en sus entrañas. El febril deseo escogió un buen momento para volver a gobernar su entendimiento. Agatha buscó la boca de Darko y ambos se besaron con violenta pasión. Sus lenguas danzaron con fiereza y se mordieron hasta el punto de sangrar.

Tras aguantar unos instantes dentro de ella sin moverse, dejando que su estrecha abertura se acostumbrase a su tamaño, Darko comenzó a moverse suavemente.

El placer envolvió a Agatha y abrazó la idea de que Darko había sido el primero y sería el último. Aquello la hizo feliz y gimió extasiada, dejándose llevar por aquellas nuevas sensaciones. Sentir el gran miembro de él en su interior era una sensación extraordinaria, se sentía plena y con ganas de que aquel acto no terminase nunca.

Darko no podía resistir más. La bestia clamaba por salir y él estaba llegando al límite de su contención por no querer lastimar a Agatha.

—¡Más fuerte! —gritó ella.

Aquello fue música para sus oídos. No necesitó más.

Comenzó a entrar y salir de ella con fuertes y profundos envites. Ella gritaba y gemía, desatada. Darko se excitaba más todavía al escucharla. Sus colmillos le dolían y no les hizo esperar más… Se acercó al cuello femenino y mordió con fiereza.

Unos minutos después, Darko y Agatha estaban tumbados en el colchón, a medio vestir e intentando relajar sus respiraciones.

—¿Cómo vamos a conseguir escapar? —dijo ella en voz baja.

Darko le hizo un gesto discreto para que no dijese nada, entonces, la voz de Darko apareció en su mente.

—Cariño —dijo él.

—¡Te escucho en mi cabeza! —exclamó ella.

—Ahora nuestro vínculo es completo, ya sabes que podemos comunicarnos sin necesidad de hablar en voz alta.

—Sí. ¿Y bien?

—Escucha… Debes saber algo.

La puerta se abrió de repente y unos diez hombres entraron llenando la pequeña estancia. Todos llevaban batas blancas como las del doctor. Y uno de ellos portaba otra de esas infernales inyecciones.

Agatha se sobresaltó y Darko se colocó de pie delante de ella, protegiéndola con su cuerpo.

—Malnacidos —rugió Darko con todo el odio que podía expresar— pagaréis con vuestras vidas todo lo que estáis haciendo.

Todos rieron y uno de ellos, el que portaba la jeringuilla, contestó con altanería:

—De esta habitación, yo diría que quien tiene la esperanza de vida más corta ahora mismo sois vosotros, vampiros.

Y acto seguido, se abalanzaron sobre Darko para reducirle. Cuando lo tuvieron a su merced, le inyectaron el líquido que lo dejaría inconsciente como horas antes.

Agatha gritó e intentó ayudarle pero recibió un puñetazo de uno de ellos y cayó al suelo mareada.

Cuando arrastraban a Darko hacia afuera, pudo escuchar en su mente la voz débil de él:

—Violet está aquí…

La puerta se cerró y Agatha se quedó sola y tirada en el suelo. Solo pudo pensar en que su hermana estaba aquí pero no sabía en qué condiciones y que se llevaban de nuevo a Darko sin saber qué iban a hacerle. ¡Tenía que hacer algo!

Gritó sin parar hasta sentir que su garganta se desgarraba.

Lydia Alfaro© Todos los derechos reservados.

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