Una biblioteca es un lugar en donde las distintas inquietudes de su dueño adquieren forma, espacio, tiempo. Son, a mi entender, los templos modernos del recogimiento. Ayer pasee por la biblioteca de mi difunto padre. Una biblioteca de más de 3000 ejemplares que fueron coleccionados con todo su amor y con todo su mimo a lo largo de su no excesivamente larga vida. Volúmenes encuadernados en piel con las iniciales PFG como máximo orgullo; libros de ensayo en Alianza Editorial; de narrativa en Destino; de viajes y descubrimientos en Austral; obras completas en Aguilar. Cientos de libros, muchos de ellos hoy descatalogados, que llenaron –estoy seguro– sus horas de ilusión y también de desesperanza. Fui testigo desde niño de la compra, de la lectura voraz, de los subrayados con lápiz, de la acumulación en estanterías, de la reorganización constante por editoriales, por autores, por temáticas. Fui testigo de su pasión hacia los autores clásicos y modernos, de su constante inquietud por el pensamiento, por la cultura. Esos libros estaban ayer ahí rígidos, quietos, polvorientos, afirmaría que compungidos. Nadie, excepto yo de manera esporádica, los ha tocado en estos últimos tiempos. Me estaban, me están esperando para seguir vivos. Y yo mientras, como si no existieran, jugando con mi e-book. Se puede caer más bajo? Seguro que sí.
Una biblioteca es un lugar en donde las distintas inquietudes de su dueño adquieren forma, espacio, tiempo. Son, a mi entender, los templos modernos del recogimiento. Ayer pasee por la biblioteca de mi difunto padre. Una biblioteca de más de 3000 ejemplares que fueron coleccionados con todo su amor y con todo su mimo a lo largo de su no excesivamente larga vida. Volúmenes encuadernados en piel con las iniciales PFG como máximo orgullo; libros de ensayo en Alianza Editorial; de narrativa en Destino; de viajes y descubrimientos en Austral; obras completas en Aguilar. Cientos de libros, muchos de ellos hoy descatalogados, que llenaron –estoy seguro– sus horas de ilusión y también de desesperanza. Fui testigo desde niño de la compra, de la lectura voraz, de los subrayados con lápiz, de la acumulación en estanterías, de la reorganización constante por editoriales, por autores, por temáticas. Fui testigo de su pasión hacia los autores clásicos y modernos, de su constante inquietud por el pensamiento, por la cultura. Esos libros estaban ayer ahí rígidos, quietos, polvorientos, afirmaría que compungidos. Nadie, excepto yo de manera esporádica, los ha tocado en estos últimos tiempos. Me estaban, me están esperando para seguir vivos. Y yo mientras, como si no existieran, jugando con mi e-book. Se puede caer más bajo? Seguro que sí.