Bicicletas

Publicado el 20 abril 2019 por Grettaespinosa

Bicicletas

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Foto: Tomada de Internet

Eran las “chinas” y las “plátano burro”. Las primeras, importadas; las segundas, producción nacional. En ellas fue la vida de toda una generación: los sesentones de hoy, los que dejaron sobre ruedas muchas libras y ganaron horas al tiempo. Las bicis salvaron a todos del andar a pie, en momentos donde el “transporte malo” quedó fuera del slogan habitual y devino sintagma literal. Las chinas, en sus distintas numeraciones— que si 28 o 26— se distribuyeron con distinción de género no precisamente con fines discriminatorios: las más pesadas para hombres y las cotizadas 26 —ligeras y manuables—para las muchachas.

Trepada en ellas creció también mi generación. Crecieron nuestros huesos y la capacidad de amar un poco más a esos padrazos y madrazas que de la mano nos llevaron a la adultez, en buena medida gracias a las bicicletas.

No importa si la “plátano burro” era menos refinada, o la china exhibía garbo mayor: ambas implicaron salvación en tiempos muy difíciles.

Siempre existieron, existen hasta hoy, pero en los noventa se resemantizó notablemente su presencia porque nadie escapó del rigor de una bicicleta:tanto la vida del vendedor ambulante como la del médico, maestro o abogado giraba en torno a ella, a lo largo y ancho de este bello caimán.

Desde esos años integran con solemnidad de camposanto el núcleo familiar, ya no con tanta urgencia o dolor ante una rotura, porque la vida ciertamente ha cambiado mucho, y la opción del transporte público es al menos eso, una opción.

En más de un hogar la limpieza, acomodo de neumáticos y cámaras, de cajas de bola, ejes y pedales era ritual obligatorio y con periodicidad inviolable. Fueron incluso parte del dossier educativo de la época: había que aprender a montar bicicleta sí o sí, no por simple pasatiempo, sino como parte indisoluble de la preparación para vivir.

A las bicis de aquellos años las envuelve un halo diferente. Tal vez por estar embadurnadas de tanto rigor y sacrificio.

No logro ver a mi padre sin su “china”, cuando cierro los ojos y lo pienso. No distingo a mi madre entre bolsos, mochilas o jaba de merienda, entre la parrilla y yo, en aquel vehículo movible solo con el combustible de su aliento, de sus piernas empeñadas en llegar a tiempo, en aquella bicicleta símbolo de una época, iconografía de la nostalgia disfrazada de rayos y timón.